“…Agosto, colombino, universal…
(Manuel Siurot)
Que el
verano doblaba su ecuador lo anunciaban las tres carabelas de plata del Trofeo
Colombino en el escaparate de Regente, con el punzón en la firma de los mejores
orfebres y los mejores plateros, carabelas que ahora navegan en la memoria por
el mar de la nostalgia cruzando los veranos de la infancia.
Agosto
enseñaba la muleta y se abría de capa en la nueva plaza de toros recién
inaugurada en el recinto colombino, primer recinto permanente en Andalucía para
la celebración de las fiestas, del que solo vimos un cuarto del total
proyectado y que pretendía dejar el monumental y efímero coso taurino en el
centro del recinto ferial.
El cielo de
farolillos blancos y azules se agitaba de vez en cuando con algún golpe de
brisa que llegaba de la ría. Por el suelo rodaban papelillos y serpentinas de
la cabalgata colombina que acababa de pasar desbordante de motivos
americanistas que cada año daba forma la inagotable imaginación de Castro, y
algunos años hasta con las “majjorettes” de Montpelier desfilando, falda corta
y botas altas, con una legión de chavales detrás.
Eran días de
mañanas en la playa y tarde en los cacharritos (entonces no existía ni se decía
eso de “calle del infierno”), días de canoas de Punta Umbría y barcos de guerra
empavesados con las banderas del código internacional y luz a bordo atracado en
el muelle de Levante, con coche oficial aparcado a pie de la escala con el banderín de España con tres círculos
negros que anunciaba la presencia del almirante con mando en la zona.
De
brillantes actos institucionales de la Real Sociedad Colombina Onubense en la
Cinta y en el claustro de la Rábida.
Noches de
cena de gala el día tres de agosto, de
señores de esmoquin de verano, con
chaqueta blanca, y señoras de traje largo y chal.
Colombinas
con Lola Flores atronando en el tablado de la caseta popular y Juana Reina
enseñoreándose en el escenario de la municipal…Y la Moni, cantando por Perlita
de Huelva, la más artista de las tres, y que los críos mirábamos desde fuera de
la caseta por la celosía de cemento. Y en una esquina, el fotógrafo que
retratabaaba a los niños toreando un morlaco de cartón piedra y, más al
fondo, tómbolas ruidosas anunciando tres
papeletas por un duro… De coches topes (eso de autos de choque era más moderno),
de látigo y noria que ofrecía las mejores vistas de las luces del ferial.
Eran las “Culumbinas” populares de pollo asado
en la caseta de Fertiberia, ponche en “El Navajazo”, Cariñena en “Los Maños”,
alfajores de Valverde, puestos de chufas (arcatufas) mojadas, gajos de coco,
algodón dulce, y turrón de Castuera que se le compraba a las abuelas a última
hora, antes de regresar a casa.
Noches de
enormes colas en la parada del autobús, adornados con banderitas de Huelva,
para volver a casa de madrugada. Y Colombinas con broche de oro con los fuegos artificiales de Riquelme, que
fabricaba en el taller que tenía en los huertos del Conquero…
Con el
último estruendo de la traca final, parecía que Huelva se hubiera vuelto
políglota. Por la radio, por la calle, se oían nombres de difícil
pronunciación, extraños, rudos, raros… Újpest Dósza, Tsska de Moscú, Dínamo de
Tibilisis, Slovan de Bratislava, nombres tan duros que eran capaces de
traspasar un Telón de Acero y que se unían a nombres más conocidos y familiares
como Bayern, River Plate, Sao Paulo, Bemfica, Vasco de Gama, Anderlech,
Nottingan, Manchester… y por supuesto con nombres de aquí, Recreativo, Atlétic,
Real Sociedad, Atlético, Sevilla, Betis, Barcelona, Valencia, Osasuna o Real
Madrid… Era el Trofeo Colombino en todo su esplendor.
Si alguna vez en Televisión Española prestaban atención a Huelva, era por estas fechas y mostraba un estadio Colombino vibrante, abarrotado, con increíble ambiente dentro y fuera, donde alrededor esperaban las mujeres y los chiquillos a los padres para cenar en los bares de alrededor entre eliminatoria y eliminatoria, entre partido de consolación y gran final.
A cenar en los bares
o los que tenían más suerte, en los aparcamientos de detrás de la tribuna donde
Enrique Rodríguez Pelayo traía su Land Rover con avituallamiento de su
cafetería de la Gran Vía, a ver si nos vamos a creer que eso del “catering” se
ha inventado ahora…
Y la vuelta
de honor al campo de una carabela de plata donde se reflejaban los fuegos
artificiales de la entrega de trofeos, carabela que muchas veces ponía proa a
países lejanos en manos de un equipo de fútbol de nombre impronunciable.
Agosto
maduraba en la romería de Palos en la
Rábida y en la procesión de la Virgen del Carmen por la ría de Punta Umbría, y
en el esplendor de la procesión de la Virgen de la Bella en Lepe, donde esa
noche, en el Club Raúl, indefectiblemente, cantaban Mocedades, Rocío Jurado o Raphael, tantas veces, que parecía que
estuvieran fijos en plantilla. Todo un lujo.
Recuerdos de una Huelva, dicen que en blanco y negro,
como aquellas imágenes de Televisión Española, pero que yo la recuerdo en vivos
colores, y aunque a veces ya haga agua, siguen navegando conmigo en la carabela
feliz de mi memoria de niño (todavía el sadismo de El Corte Inglés no amargaba a
los chiquillos las vacaciones de verano anunciando la “vuelta al cole” desde el
uno de agosto).
Cuando ya
agosto se acodaba en tablas resistiéndose a doblar las rodillas, bajaba a
Huelva la Virgen de la Cinta, solo entonces se barruntaba ya, aunque lejano
todavía, el final del verano. Pero esa es otra historia, otra singladura, otro
mar que cruzar en la carabela de la
memoria. Y, si Dios quiere, lo navegaremos
en septiembre.
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