He querido esperar a que bajara un poco la espuma efervescente que provocó el tremendo taponazo, rotundo y sonoro, con el que se abrió el tarro de las mejores esencias cofrades cuando se descorchó la impresionante Procesión Magna, en el Año de la Misericordia, vivida el pasado diecisiete de septiembre, día que pasará, por derecho propio, a la historia, la grande y la menuda, de la ciudad de Huelva.
He procurado
que se decantara en el ánimo y en el alma tantas imágenes, tantos momentos,
tanta Semana Santa vivida y bebida de un solo trago en esa inolvidable tarde
con pretensiones de verano y luces de otoño.
Y como el
éxito tiene muchos padres (madre no hay más que una) y el fracaso es huérfano
(de padre y de madre), hay que empezar agradeciendo y felicitando al Sr.
Presidente del Consejo de Cofradías, D. Antonio González García y a su junta de
gobierno, y a quien canalizando los deseos del Consejo llevó a cabo la
espléndida organización del acto. El dignísimo comisario del Acto
Misericordioso, D. José Luis Alburquerque Lopera (y sus colaboradores) lo ha
vuelto a clavar. No es la primera vez (y espero que no sea la última) que
demuestra su capacidad para manejarse a la perfección en este tipo de actos, pero
especialmente en este, donde la participación de veinticuatro pasos (¡¡¡veinticuatro!!!) requería de una
precisión a prueba de relojes suizos, de Rólex de oro.
Y todo salió
bien. Fueron muchas y acertadas las claves del éxito. Pero por encima de todas,
la clave principal fue Huelva, toda Huelva. Ni más ni menos que Huelva.
Con el
brillante desarrollo de este acto hemos demostrado lo que reza en ese dicho de
que ”como no sabían que era imposible, lo hicieron”. Huelva lo hizo. Y bien que
lo hizo. En el preciso momento que nos lo creímos; cuando las cofradías no
vieron en este acto un asunto de índole personal, sino colectivo; cuando
aparcamos las individualidades y entendimos el proyecto común; cuando supimos
que esa memorable tarde no atenderían a antigüedades, ni a títulos, ni a
prelaturas de ningún tipo.
Las
hermandades, sus sufridos priostes, se esmeraron en presentar a nuestras
imágenes como pocas veces se ha visto, puede que alguna un tanto desfigurada
con respecto a su día habitual de salida, pero igualmente soberbia.
Se emplearon
a fondo los diputados mayores de gobierno para formar el tramo de hermanos que
acompañaran a nuestros sagrados titulares, aunque algunos mejorables en la
cantidad, nunca en la calidad.
Y los
mayordomos retorcieron presupuestos para que los pasos se presentaran con la
enorme belleza que lo hicieron.
Todo se
conjuró para alcanzar el altísimo nivel demostrado en esta procesión que hizo a
Huelva más grande, que hizo Magna a Huelva, y que quedará grabada para siempre
en la memoria colectiva de nuestra ciudad que demostró sobradamente estar a la
altura con su ejemplar comportamiento, silencio y respeto en el transcurso del
acto central en el recorrido oficial, y calor y entrega fervorosa en las
posteriores procesiones de traslado a los templos, con la banda sonora de la
mejor música cofrade del panorama local, regional e incluso nacional.
Los
onubenses demostraron desde días antes la amabilidad hacia los que nos
acompañaron venidos de fuera,
explicando, indicando, promocionando Huelva y a su Semana Santa, y al parecer
con notable éxito si atendemos a los comentarios que se pudieron oír a pie de
calle, desde las aceras, o delante de los pasos en medio de la Real Bulla
Soberana.
Y es que
Huelva, así, se promociona sola. Tanto, que esta celebración ha servido o
tendrá que servir para mucho.
Ha servido
para ver en la cara de la ciudad la alegría y la satisfacción que no le he
visto en ninguna otra fiesta, donde los barrios salieron de sí mismos para
formar la Huelva rotunda y total que pudimos lucir el pasado sábado.
Participación masiva y saber estar, sintiéndonos actores fundamentales en esa
magnífica obra. Avisadme cuando algún otro colectivo social, político,
deportivo o de cualquier otra índole sea capaz de remover las entrañas de la
ciudad como lo hacen (y desde hace mucho tiempo) las cofradías onubenses.
Vemos y
volvemos a ver las imágenes que tan magistralmente nos hicieron llegar el
impagable trabajo de los medios de comunicación, con especial mención a las
televisiones locales (la regional, no sabe, no contesta) a los periódicos y a
las páginas de internet, y parece que todavía no nos lo creemos.
Pero, visto
lo visto, ya es hora de que nos vayamos sacudiendo el polvo de nuestra endémica
baja autoestima a base experiencia y realidad. Con nuestro buen hacer, hemos
situado a Huelva en el mapa, en el cofrade y en el geográfico. En los dos.
Hemos
entendido que somos capaces de hacer las cosas por nosotros mismos, sin ayuda
de nadie. Por eso, de ahora en adelante, cuando las cofradías vayan a organizar
algo, que a nadie se le ocurra parapetarnos ni excusarnos en el impacto económico que pudieran dejar en
el comercio (y en el “bebercio”) de la ciudad, para eso está la Noche en Blanco
y la Feria de la Tapa, y que bienvenidos sean si se producen. Pero que nuestros
viejos complejos no nos lleven a querer justificarnos por nada ni ante nadie ni
a temer ninguna opinión. Huelva y sus cofradías por sí y para sí.
Este
puñetazo de autoridad cofrade dado encima de la mesa ha servido para muchas cosas.
También para que los que en su pleno derecho se mostraban “magnoescépticos” se encontraran con una gran
Magna, y no con un manga japonés repleto de “frikis”. Supongo que ya habrán
abjurado de sus errores.
Ha permitido
la humillante derrota de esa otra jodida Huelva, que como del sur que somos,
también existe, esa que se acoda en la barra de los bares y no ha hecho ni
demostrado nunca nada, pontificando sin tener ni idea y criticando, cuando no
insultando, al que sí hace, y al que ha demostrado que sí sabe. Esa Huelva
chistosa, la que se cree “mu grassiossa” sin tener gracia ninguna, porque la
gracia de Huelva es otra cosa, y que se complace en desear que nada salga bien
pero que ahora se apuntan al carro triunfal del ganador.
Sirvió,
además, para que muchos descubrieran, a causa del estricto cumplimiento de los
horarios, que una “revirá aliviá” es mucho más bonita que dormirse en la
pasmosa eternidad de una esquina. Y que la cadencia de paso aligerada de una
hermandad es más hermosa que la penosa lentitud de la que las cofradías hacemos
gala en Semana Santa. También el mundo del costal brilló a una altura
portentosa, renunciando a lucimientos propios en aras del lucimiento general. Y
ese es el camino.
Y también ha
valido para poder comprobar, aunque las comparaciones son odiosas, que la
organización, la participación y el desarrollo (no entro en cuestión de
patrimonio) de este evento ha superado con creces a celebraciones similares de
dentro y fuera de nuestras fronteras provinciales, y que ha dejado a algunos
con la boca abierta. O cerrada, según se mire, con un “zasca” (¿no se dice
ahora así?) bien dado en toda la boca de quienes se creyeron más que nadie. O
al menos, más que Huelva.
Por eso me
pregunto si al rebasar tan limpiamente el listón de la Magna, habremos
rebasado, por fin, el Rubicón de nuestra propia confianza y ya no haya
posibilidad de regreso a esa Semana Santa,
felizmente superada, la
autárquica, la pacata, la que no llegaba más allá del puente de La Nicoba, la
de las miras tan cortas que no alcanzaba ni al Lunes de Pascua.
Y me pregunto
también si de verdad somos conscientes del salto cualitativo que hemos dado
para relanzar nuestra Semana Mayor al lugar que hemos demostrado que le
corresponde, dejando atrás y de una vez antiguos usos, trasnochadas costumbres.
Sabemos,
queremos y somos capaces. Nada nos puede impedir llevar a nuestras cofradías a
un nuevo tiempo, similar o superior al que vivimos en la transición y que
resucitó aquella Semana Santa tocada de muerte, y que contra todo pronóstico
vivió un “Siglo de Oro” donde se sembró mucho de lo que recogimos el ya
inolvidable Diecisiete de Septiembre. Así, escrito con letras mayúsculas, y que
ya es patrimonio inexpugnable de nuestra mejor memoria.
Guardemos en el recuerdo todo lo que vivimos.
Ya nada ni nadie nos lo podrá ni quitar, ni estropear…Ni la lluvia.
Felicidades,
Huelva. Y mi eterna gratitud a todos los que la hicisteis posible.