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domingo, 15 de marzo de 2020

LAS FLORES QUE NO SE ABRIRÁN



No perfumarán en el recuerdo porque esas flores ya no aromarán. No tendrán la oportunidad de anidar en nuestra memoria ni dejar en nosotros su aroma hecho recuerdos  para siempre, porque esas flores ya nunca se abrirán.

El anuncio de la suspensión de los desfiles procesionales en la Semana Santa es como esa nevada tardía que quema las flores casi a punto de brotar en plena eclosión de la primavera, y aunque la presientas, por más que te avisen y veas venir los nubarrones amenazantes, negros, espesos, cubriendo todo el cielo de tu ilusión cofrade, aunque te lo esperas, el golpe traidor cuando llega no deja de doler, y te quedas hundido, entre incrédulo y frío. Y brutalmente enfado sin saber muy bien con quién…

Por desgracia, este año, como cantaba La Flor de la Canela, la dichosa epidemia no dejará que nos cuenten la gloria del ensueño que evoca en la memoria la rotunda belleza de una cofradía en la calle.

Porque no se abrirá la flor exquisita de ver cómo se mece en un sueño por la Alameda de los azahares el palio de la Victoria; no nos dejará aspirar la lisura que da la Flor de San Francisco perfumando de Esperanza las calles.

Ni se abrirán las flores de palmas trenzadas en ese Domingo en el que empiezan a cumplirse las ilusiones.

No brotarán sobre una cuesta los seis lirios de las Seis Caídas que Cristo nos debe, las tres de un sábado de marzo y otras tres en una noche de lunes, en abril.

No granarán los racimos de uva con pámpanos y zarcillos de oro en la túnica nueva de Jesús de la Pasión.

No cristalizará la flor de escarcha en la blancura nacarada de la Virgen del Rocío y Esperanza. Ni los estudiantes podrán percibir la fragancia de la flor que perfuma en su Valle.

Los crisantemos del manto de la Virgen de los Dolores se congelarán en el frío de la plata laminada y las rosas rosas se helarán entre ramas de olivos en los conos puntiagudos de las jarras.

Las espinas de los cardos no herirán los pies del Cristo de la Redención ni amoratará la espalda desgarrada del Buen Viaje; ni casi rozarán las manos del de la Providencia.

Las rosas de coral no sangrarán en el pecherín de la Virgen del Rosario, ni la blancura de la Virgen de la Paz se retará con las flores blancas de los árboles que escoltan su paso por la calle Montrocal abajo.

No sé abrirá la flor en la garganta de Tina Pavón para que su saeta proclame, desde un balcón de la calle Marina, la cruel sentencia que le dieron a Jesús Nazareno.

Y aunque mendiguemos,la Caridad no nos asisitirá en la necesidad de esos días, azules, deseados, e irremediablemente, definitivamente, perdidos…

Desde Pérez Cubillas nos llegará la Sentencia que nos condenará a  una Semana Santa sin vivir la Pasión en la calle, sentencia que no conoce jurisprudencia ninguna. Y no tendremos más remedio que acatarla con la Resignación que emana de la enigmática belleza de un rostro de Madre Dolorosa. Y pediremos el hermoso bálsamo de su Consolación, pidiendo Misericordia, Señor, tu Misericordia,,,

Las flores de las chumberas del Conquero no amarillearán al paso del Perdón, ni verán salir al pie de sus cabezos a la Reina de las Colonias. Tampoco a la Estrella camino de una capilla donde se disuelve el miedo y se acrisola a base de avemarías el valor de los toreros.

No nos llegará el perfume que lanza al aire de la Madrugada “los jazmines que lleva en el pelo y las rosas en la cara” de la Virgen de la Amargura. No veremos la rara belleza, jacintos negros, de las dos soledades.

Solo florecerán los claveles marchitos antes de brotar; rosas de desesperanza en el alma del cofrade por la ausencia de lo amado.

Está claro que la única que no germina es la flor que no se siembra. En nuestras cofradías plantamos durante todo un año para ver lucir esa extraña, exótica, fascinante flor de un día que es la hermandad en la calle, la cofradía. Y quien piense o diga lo contrario se equivoca; o miente.

 Cualquier cofrade trabaja para el día de salida. Otra cosa es que haya (aunque no lo crean) quién disfruta más durante el día a día, cuidando esa flor, mimándola todo el año, que con la procesión en la calle; más en el besapié de la imagen de su devoción, que el día de salida; más en el quinario, que en la propia Semana Santa.

Pero, gracias a Dios, hay días que dentro de la desolación lo perfuman los gestos, la finura, un detalle que te reconcilia de nuevo contigo mismo y permite que te reafirmes en tu condición de cofrade. Un momento feliz en un día aciago en el que presientes que tu mundo se derrumba, que lo que amas con todas tus fuerzas, para el que vives, se desmorona bajo tus pies y sabes que esas flores que has cuidado con tanto esmero, no florecerán este año.

 Y resulta que el motivo de esa luz que se cuela rompiendo la negrura lapidaria de las nubes te la traen gente que saben de Penas y Amargura, costaleros del paso del Señor de las Tres Caídas que al mismo tiempo lo son del palio de la Madrugada. Flores de talco y cristales para la mano de la Amargura, alhelíes que simbolizan la “fidelidad en tiempos difíciles”.

No me digan que es casualidad. No me intenten convencer de que a pesar de los contratiempos este mundo nuestro de las cofradías no merece la pena. No me digan que detrás de este gesto no veis  la mano de Dios.  

Por eso, un simple gesto, un detalle hace que en tu interior sientas un zamarreón que te vuelve a ilusionar, que hace que aprietes  otra vez los puños, que te vuelve a poner en pie, que reanuda la fe en tus ideas, que te obliga a levantar la mirada y la fijarla de nuevo en el futuro, que hace que de nuevo abraces con renovada alegría la dulce cruz del servicio a tu hermandad y a la Semana Santa toda; que haces que pidas perdón por haber dudado; que te invita a volver a sembrar esas flores en el alma para que dentro de un año, y algo más, vuelvan a florecer en nuestras calles…

Igual que ahora, en tiempo de inquietud y desasosiego, florecen en la intimidad de un templo en la mano de la Virgen de la  Amargura. Si sabrá ella de adversidades…