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miércoles, 5 de agosto de 2020

CARABELAS DE LA MEMORIA

                       

                        “…Agosto, colombino, universal…

                                        (Manuel Siurot)


Que el verano doblaba su ecuador lo anunciaban las tres carabelas de plata del Trofeo Colombino en el escaparate de Regente, con el punzón en la firma de los mejores orfebres y los mejores plateros, carabelas que ahora navegan en la memoria por el mar de la nostalgia cruzando los veranos de la infancia.

Agosto enseñaba la muleta y se abría de capa en la nueva plaza de toros recién inaugurada en el recinto colombino, primer recinto permanente en Andalucía para la celebración de las fiestas, del que solo vimos un cuarto del total proyectado y que pretendía dejar el monumental y efímero coso taurino en el centro del recinto ferial.

El cielo de farolillos blancos y azules se agitaba de vez en cuando con algún golpe de brisa que llegaba de la ría. Por el suelo rodaban papelillos y serpentinas de la cabalgata colombina que acababa de pasar desbordante de motivos americanistas que cada año daba forma la inagotable imaginación de Castro, y algunos años hasta con las “majjorettes” de Montpelier desfilando, falda corta y botas altas, con una legión de chavales detrás.

Eran días de mañanas en la playa y tarde en los cacharritos (entonces no existía ni se decía eso de “calle del infierno”), días de canoas de Punta Umbría y barcos de guerra empavesados con las banderas del código internacional y luz a bordo atracado en el muelle de Levante, con coche oficial aparcado a pie de la escala  con el banderín de España con tres círculos negros que anunciaba la presencia del almirante con mando en la zona.

De brillantes actos institucionales de la Real Sociedad Colombina Onubense en la Cinta y en el claustro de la Rábida.

Noches de cena de gala el día tres de agosto,  de señores de esmoquin de verano,  con chaqueta blanca, y señoras de traje largo y chal.

Colombinas con Lola Flores atronando en el tablado de la caseta popular y Juana Reina enseñoreándose en el escenario de la municipal…Y la Moni, cantando por Perlita de Huelva, la más artista de las tres, y que los críos mirábamos desde fuera de la caseta por la celosía de cemento. Y en una esquina, el fotógrafo que retratabaaba a los niños toreando un morlaco de cartón piedra y, más al fondo,  tómbolas ruidosas anunciando tres papeletas por un duro… De coches topes (eso de autos de choque era más moderno), de látigo y noria que ofrecía las mejores vistas de las luces del ferial.

 Eran las “Culumbinas” populares de pollo asado en la caseta de Fertiberia, ponche en “El Navajazo”, Cariñena en “Los Maños”, alfajores de Valverde, puestos de chufas (arcatufas) mojadas, gajos de coco, algodón dulce, y turrón de Castuera que se le compraba a las abuelas a última hora, antes de regresar a casa.

Noches de enormes colas en la parada del autobús, adornados con banderitas de Huelva, para volver a casa de madrugada. Y Colombinas con broche de oro  con los fuegos artificiales de Riquelme, que fabricaba en el taller que tenía en los huertos del Conquero…

Con el último estruendo de la traca final, parecía que Huelva se hubiera vuelto políglota. Por la radio, por la calle, se oían nombres de difícil pronunciación, extraños, rudos, raros… Újpest Dósza, Tsska de Moscú, Dínamo de Tibilisis, Slovan de Bratislava, nombres tan duros que eran capaces de traspasar un Telón de Acero y que se unían a nombres más conocidos y familiares como Bayern, River Plate, Sao Paulo, Bemfica, Vasco de Gama, Anderlech, Nottingan, Manchester… y por supuesto con nombres de aquí, Recreativo, Atlétic, Real Sociedad, Atlético, Sevilla, Betis, Barcelona, Valencia, Osasuna o Real Madrid… Era el Trofeo Colombino en todo su esplendor.

 Si alguna vez en Televisión Española prestaban atención a Huelva, era por estas fechas y mostraba un estadio Colombino vibrante, abarrotado, con increíble  ambiente dentro y fuera, donde alrededor esperaban las mujeres y los chiquillos a los padres para cenar en los bares de alrededor entre eliminatoria y eliminatoria, entre partido de consolación y gran final. 

A cenar en los bares o los que tenían más suerte, en los aparcamientos de detrás de la tribuna donde Enrique Rodríguez Pelayo traía su Land Rover con avituallamiento de su cafetería de la Gran Vía, a ver si nos vamos a creer que eso del “catering” se ha inventado ahora…

Y la vuelta de honor al campo de una carabela de plata donde se reflejaban los fuegos artificiales de la entrega de trofeos, carabela que muchas veces ponía proa a países lejanos en manos de un equipo de fútbol de nombre impronunciable.

Agosto maduraba  en la romería de Palos en la Rábida y en la procesión de la Virgen del Carmen por la ría de Punta Umbría, y en el esplendor de la procesión de la Virgen de la Bella en Lepe, donde esa noche, en el Club Raúl, indefectiblemente, cantaban Mocedades, Rocío Jurado  o Raphael, tantas veces, que parecía que estuvieran fijos en plantilla. Todo un lujo.

Recuerdos  de una Huelva, dicen que en blanco y negro, como aquellas imágenes de Televisión Española, pero que yo la recuerdo en vivos colores, y aunque a veces ya haga agua, siguen navegando conmigo en la carabela feliz de mi memoria de niño (todavía el sadismo de El Corte Inglés no amargaba a los chiquillos las vacaciones de verano anunciando la “vuelta al cole” desde el uno de agosto).

Cuando ya agosto se acodaba en tablas resistiéndose a doblar las rodillas, bajaba a Huelva la Virgen de la Cinta, solo entonces se barruntaba ya, aunque lejano todavía, el final del verano. Pero esa es otra historia, otra singladura, otro mar que cruzar  en la carabela de la memoria. Y, si Dios quiere,  lo navegaremos en septiembre.


domingo, 2 de agosto de 2020

COMO EL ANÍS ONUBA



Uno de mis grandes placeres del verano es poder desayunar, tranquilamente y sin prisas, un café con calentitos de cualquiera de las excelentes churrerías que tenemos en Huelva, que ríase usted de las magníficas porras del Maestro Churrero que está en la plaza de Jacinto Benavente en Madrid.

Y ya, si ese desayuno se remata con una copita de anís, Onuba,  por supuesto, supone la dicha completa. Más de Huelva, imposible. Tanto que si usted lee la etiqueta del anisado, estará viendo nuestra propia realidad, la realidad de nuestra ciudad, de nuestra provincia,  la caricatura de lo que fuimos, la cruda realidad de lo que somos.

Resulta que este producto tradicionalmente tan nuestro pertenece ahora a una destilería de Cádiz y está embotellado en Ciudad Real. No me digan que no es una radiografía actual de nosotros mismos. No me digan que no es un fiel reflejo de, por ejemplo, la descomposición por necrosis del tejido comercial del centro de Huelva, es decir, de su lenta agonía, de su muerte, al parecer inevitable.

Este fenómeno de desnaturalización del centro de las ciudades no es exclusivamente nuestro, es cierto. Pero en otras cuentan con un patrimonio monumental que hace que los cascos históricos sigan vivos, aunque se conviertan en parques temáticos para turistas de mochila, sangría y paella “contrahecha”.

Somos lo que somos y tenemos lo que tenemos, que de ninguna manera es poco, ni mucho menos. Pero no es admisible que se tarde menos tiempo en coger un avión desde Faro, volar a París, hacer una gestión en el edificio Montparnase, al fondo de les Champs Elisées, según se mira, a la derecha, y volver a Huelva el mismo día que coger el Alvia a Madrid y tener que esperar al día siguiente para volver, si antes no te deja tirado en mitad de La Mancha a cuarenta y pico grados, y sin sombra…

Porque hay que poner en valor ese increíble mirador de dos kilómetros que es El Conquero, del que todos presumimos pero donde nunca veo a nadie paseándolo.
Construir esos solares en pleno centro que llevan años dando aspecto de ciudad bombardeada en no sé qué guerra mundial, sería un punto.

Es doloroso alardear de gambas, cigalas, langostinos, bogavantes, cuando la economía de gran parte de la población solo alcanza a poder rechupetear caracoles en un bar con azulejos de cuarto de baño en la barra…

No deberíamos acostumbrarnos a ver cómo instalan enormes grúas en edificios emblemáticos para su demorada restauración un mes antes de las elecciones y ver cómo las vuelven a quitar un rato después de cerrarse los colegios electorales. Bienvenidos sean todos los nuevos museos, aunque al de siempre no vaya nadie.

Algo hay de suicidio, o al menos de tiro en el pie, consentir, al lado de un edificio emblemático, la agresión visual de un nuevo comercio con aroma y luminotecnia propia de Times Square de Nueva York o del Piccadilly Circus londinense; una cosa catetísima…

O permitir que el escaso margen del muelle de Levante, el de las canoas, otro increíble mirador, lo ocupen las mesas de dos bares, como si fuera propiedad privada. Muelle donde cada vez atracan menos barcos pesqueros desde aquel lejano tiempo ya de los humillantes para España conciertos de pesca con los países del norte de África, de “nuestros hermanos magrebíes”, que nos tienen cogido por los huevos (de choco) con la bendición de la Unión Europea.

¿Alguien concibe bonito que la placita del alcalde Coto Mora, quizás la más bonita de la ciudad esté tomada literalmente por mesas y veladores?

No es de recibo que toda una catedral esté escondida detrás de una plaza llena de obstáculos, donde ningún niño puede jugar si no quiere acabar en la urgencia del Juan Ramón Jiménez; plaza que, según declaraciones de un reputado arquitecto, solo tendría solución volándola y dejándola como antes de su construcción.

Haríamos bien en volver a reivindicar nuestra vocación americanista, descubridora, la que propició el avance del mundo e hizo que América figurase en los mapas. Ahora que las estatuas de Colón ruedan por los suelos de medio mundo. A ver si cualquier iluminado o iluminada, como en cierto parlamento que yo me sé, no propone arrinconar a colón en algún almacén municipal, tapado con una lona de ignorancia y sectarismo.

Asistimos impasibles a la desaparición de un elemento orográfico tan peculiar, tan nuestro, como los cabezos, que de tanto peinarlos acabaremos calvos, disimulando eespués la trágica alopecia con la peluca de mamotréticos bloques de viviendas.
Y es que en el fondo, como dice mi dilecto Nacho Molina, es también cuestión de gusto, de mal gusto, para ser más exacto.

Solo los tontos encuentran soluciones fáciles a problemas graves. La complejidad económica es evidente. Pero algo habrá que hacer, solo el turismo no nos puede salvar, a un virus simplemente me remito. No solo podemos esperar que nos embotellen las soluciones en Madrid ni que nos compre una destilería en Sevilla. ¿Se me entiende?

Las posibilidades de esta bendita tierra son enormes, pero mayor aún es nuestra indolencia apoyados en la barra de chapa de la desidia y tragándonos a sorbitos el ponche de la dejadez, masticando trocitos del ancestral ninguneo de las administraciones, que como el antes moguereño anís Onuba, ahora no depende de nosotros, sino que nos viene de fuera. Aunque siga estando igual de rico, no me sabe igual. Estamos condenados a esperar las limosnas del señorito estado.

Es triste pasear por el centro de Huelva comprobando cómo día a día se va viendo más locales vacíos, porque como dice la canción “al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas, esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón…” Y ya son demasiadas punzadas en el corazón de una ciudad, que al menos en lo económico, en lo comercial, agoniza lentamente.

Y no se te ocurra denunciar ni criticar nada, que entonces es que tú no quieres a Huelva. Lo de siempre, qué dolor de tierra mía…