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domingo, 11 de abril de 2021

SUBIR A LA CINTA


Hoy, como cada nueva Pascua de Resurrección, aunque algo tarde este año, he ido a ver a la Virgen; hoy he subido a la Cinta. No es una promesa contraída, ni una costumbre adquirida, ni siquiera por inveterada tradición, es, sencillamente, una necesidad.

Subir a la Cinta con tiempo, pausadamente, es irte acercando, paso a paso, a ti mismo; como si al entrar en el patio, su blancor, su silencio, nos despojara de todo, nos purificara y volviéramos a encontrarnos con el niño que fuimos.

Es llegar hasta el santuario por un camino de albero que mancha tus pies y volver a oír, en la ausencia, el aire silbando entre los olivos de la vieja finca de la Orden.

Es cruzar apresurado el claustro encalado y que dulcemente se ralentice, se detenga el tiempo al encontrarnos de nuevo con la Virgen de la Cinta.

Es sentarte ante Ella y notar de nuevo la mano de tu madre cogida a la tuya. Es escuchar en la penumbra de la ermita el canto de los pájaros, el de la chicharra como banda sonora a tus avemarías en los veranos, ya tan lejanos.

Es aprender a leer otra vez en el azulejo con la letra de la Salve de los Marineros. Es pedir para poder ver entrar pronto por la barra el barco donde viene tu padre de la mar, de un turno de meses.

Es volver a saborear el dulzor del pan con chocolate de una merienda al costado de la ermita, guarecidos de una tormenta de mayo. Volver a sentir el frescor del agua de la fuente donde antaño abrevaba el ganado. Es oler los jazmines, escoger los más cerrados para que perfumaran la habitación de tus padres en un plato con agua sobre la mesilla de noche aromando la última estampita que te regaló Ascensión, la santera.

Es rememorar deseos de que llegara septiembre viendo en su vitrina el paso de plata, todavía sin limpiar y con el Niño Jesús con túnica de tisú de oro, prolongación de un rostrillo de la Victoria. Es evocar el tercer domingo de agosto para verla llegar a la Concepción y ponerle dos candeleros de la vieja candelería del Nazareno para la primera misa.

Y es la visita después de salir del hospital, y antes de un examen, y el primer destino de la primera salida de un recién nacido. Es el llanto embebido por los flecos de una toquilla de lana negra que lleva la abuela por el luto del abuelo. Es quedarnos dentro del corazón de plata que siempre llevaba la Virgen en recuerdo de un congreso celebrado en su casa del Conquero.

Es que se desborde la alegría en la memoria de los ocho de septiembre de subida al santuario estrenando ropa, con aroma a dama de noche (hay que plantar más), de incesantes cantos de la Salve de los Marineros esperando la llegada de la Virgen, de recogida temprana, sobre las diez de la noche, entre vivas, repiques de campanas y ruedas en el paso con la plata del templete cambiando de color reflejando los fuegos artificiales.

Es volver a enamorarte de tu propio ancestro… Y de tu propio futuro.

Porque hoy he vuelto a subir a la Cinta y su santuario se alzaba sobre un entorno nuevo, actualizado… Pero precioso.

Y me he vuelto a enamorar de esa cinta de plata que dibuja el río en la lejanía; y de esa casita blanca, que tiene algo de casa de El Loreto porque allí, en el Humilladero, habitó la Virgen de la Cinta antes de que fuera entronizada, Reina Imperecedera, en el muro sagrado de su santuario.

 He vuelto a intuir, Semana Santa en el recuerdo, un sudario de aire pendiendo de la Cruz de los Ángeles, erguida sobre la blanca nobleza de un pedestal de mármol, como una custodia de forja alzada al cielo.

Y del verdor de la tuya de los jardines, del sonido del agua de sus fuentes. He rezado a la Virgen ante el busto de quien soñó una Cinta así de hermosa. He aspirado el aroma de las flores de la rosaleda que recuerda a un obispo muy querido. Me ha herido el alma retorciéndose de pena, como el tronco del olivo que recuerda al amigo, al hermano que se ausentó apresuradamente y habita ya, por la Esperanza, en el cieloazul Huelva del Conquero. Y he vuelto a rezar ante quienes duermen el sueño de los justos esperando la resurrección abonando la tierra de los cabezos.  

Hoy, me he vuelto a enamorar de la Cinta. Quizás sea hasta bueno pasar un tiempo sin ir para que se cumpla lo que decía aquella vieja sevillana: “Si me enamoro algún día, me desenamoraré, para tener la alegría de enamorarme otra vez…” Como me ha vuelto a pasar esta mañana con los vivas del “Guti” a la Virgen que rubricaban la misa de este “Domingo in Albis” en el que he vuelto a subir al Conquero,  para volver a enamorarme del ayer, del hoy, y del futuro de la Patrona de Huelva, de su corazón, de la Cinta.