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viernes, 17 de julio de 2020

CARTA A D. JOSÉ VILAPLANA BLASCO



Excmo. Sr., D. José Vilaplana Blasco, hasta hoy padre y pastor de la Iglesia Onubense:

Ante todo espero disculpe el atrevimiento de dirigirme a usted públicamente, pero quisiera decirle por escrito lo que a lo mejor por pudor no le he podido expresar personalmente.

Cuando SS el papa Francisco pedía sacerdotes que “oliesen a oveja” parece que pensara en usted. Pocos obispos he visto que se hayan implicado tanto y que se hayan ganado el corazón de Huelva, que a veces late de forma digamos que peculiar, como lo ha hecho usted.

Y digo que se ha implicado porque no conozco parcela de la Iglesia onubense donde no haya dejado huella ni le haya demostrado el reconocimiento a su labor; su cercanía , amabilidad, disposición, afecto, comprensión, consejo, aliento y apoyo han sido proverbiales.

Le he visto presidir un acto académico con la misma dignidad que lo he visto a deshoras de la noche en mitad de un coro en el ensayo de una banda de cornetas y tambores; le he visto acercarse a los ensayos de costaleros, incluso bajo la lluvia;  me lo he encontrado perdido entre la multitud viendo pasar una cofradía; y predicar en los cultos tratando a todos por igual. Soy cofrade, conozco el paño, créame, y sé los muchos quebraderos de cabeza que le hemos provocado, pero que, con la bondad y la paciencia que ha demostrado, ha sabido reconducir.

Le he visto visitando un colegio ser recibido por un claustro de profesores, con diversidad de pareces y de ideas, aportando, alentando a todos.

Nadie podrá decir que haya cosechado de usted un no por respuesta cuando se le ha requerido, ya sea para actos multitudinarios, visibles,  como otros íntimos, casi familiares.

No debo de andar muy lejos de la verdad cuando Huelva, a veces tan cicatera y lenta para sus cosas, ha sabido reaccionar decidida y unánimemente ante la petición de una calle con su nombre, donde perpetuar nuestro sincero agradecimiento.

Hoy se despide a los pies de Nuestra Señora de la Cinta, a la que tanto ha servido y tanto amor le ha dispensado, contribuyendo de forma ejemplar a potenciar sus cultos y su devoción.
Huelva no encontrará mejor cicerone para explicar la grandeza de Nuestra Señora y que pueda explicar con tanta curiosidad y entusiasmo a quienes nos visitan de fuera el hecho singular del Niño desnudo pero con zapatos puestos, enseñándonos a servir a la iglesia desvalida con el oro de la caridad y el servicio a los más necesitados.

 Muchas veces le he visto pasear con parsimonia por los jardines de la Cinta, orando, meditando como un monje por la huerta de su cenobio. Y ahí, literalmente ahí, también dejará huella plantando un rosal que perfumará un rincón de la ermita que le recordará para siempre.

Hoy se nos marcha un buen pastor, con las tareas hechas (siempre queda alguna cosilla por hacer) y habiendo dejado bien abonada esta tierra, a veces dura y difícil, donde D. Santiago, su sucesor, podrá seguir sembrando la Palabra.

Si decidiera seguir entre nosotros hasta que Dios Nuestro Señor lo quiera, seguro que encontraremos en usted a un onubense más enamorado de esta tierra de María Santísima a la que sirvió diligentemente, a una Huelva que siempre le estará agradecida.
La amabilidad, la afabilidad y el cariño que siempre nos ha dispensado, y mil veces demostrado, será difícil de olvidar.

Reciba en su despedida, querido D. José, con un beso en su anillo, un cordial y afectuoso saludo. Que el Señor y la Santísima Virgen le guarden siempre.