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domingo, 14 de junio de 2020

JOSÉ ANTONIO DE LA CASTA Y MARTILLO DE LA ESPIGA





A José Antonio de la Casta y Martillo de la Espiga lo de la política le viene de cuna, de cuna de madera oscura, como de mueble de despacho oficial, con balcones con cortinas de damasco burdeos y vistas a la Gran Vía, con mesa-bureau tallada y bandera de España con águila en el escudo, que ocupaba su padre.

José Antonio de chico estudió en un colegio de pago, religioso, de los que se formaba militarmente por las mañanas en el patio antes de entrar en clase y se cantaba el Cara al Sol. Lo contrario que su amigo Francisco García López, que estudió en un colegio de su barrio, que la única relación que tenía con la religión era un azulejito de tres losas de la Virgen de la Cinta que había en el patio.

A pesar de proceder de muy distintos ambientes, familiares y sociales, José Antonio y Paco desde bien chicos formaban parte de un mismo grupo de amigos, de la misma pandilla, esa que marca de por vida, la que compartían juegos al salir de clase, los primeros cigarritos Benson & Hedges , esos del paquete dorado que Paco le cogía a su padre de los cartones que traía  cada turno en un barco desde Canarias; los que hacían la mona para ver desde el cabezo de la Joya cómo hacían gimnasia  las niñas del Santo Ángel, con camiseta blanca ajustada y holgados puchos azules; la de los castigos colectivos en clase en la hora de estudio por la carcajada provocada por la gansada de alguno; la de los primeros acercamiento a las cofradías, la de películas en los Maristas los domingos por la tarde… La pandilla que iba, alentados por José Antonio (que tenía no sé qué cargo) a los campamentos de la O.J.E. , en Mazagón, menos Paquito, porque como cantaba su tocayo  Paco Ibáñez en La mala reputación,  “la música militar nunca lo supo levantar”…Hasta que hizo la mili, cosa de la que se libró José Antonio por intercesión de su padre, D. Augusto de la Casta Vertical ante un amigo íntimo que tenía en Capitanía General.

Antológica aquellas Colombinas en la que la pandilla tenía que esperar mirando por la celosía de la caseta municipal a que José Antonio terminara la cena de gala para irse juntos a los cacharritos y a la caseta popular a tomar cubatas de garrafón, cena de gala a la que su padre iba con chaqueta blanca y palomilla y su señora madre, Doña Rosario Martillo de la Espiga y Barragán, asistía de traje largo y chal.

Josan, como le llamaban los amigos, nunca fue buen estudiante. En el instituto del Conquero donde cursó el bachillerato empezó a apuntar maneras. A pesar de ser más perro que ángel de la guarda de los Kennedy, siempre salía de delegado de curso. Sabía pelotear de tal manera al profesorado, que se le caía la baba, sobre todo a la “profesorada”. Era de los que agitaba por detrás, engatusaba a los más tontones, y luego se guarecía en la retaguardia. Las bofetadas se las llevaban los tontos mientras él se partía de la risa oyendo desde fuera, en la puerta del despacho del director, la bronca que se llevaban los otros.

Tanto y tan rápido aprendió el papel de líder, que la carrera de Magisterio la aprobó no estudiando en las aulas, sino hablando de política con los profesores en la cafetería de la Escuela Normal, que es lo que solían hacer los profesores, politizar hasta las tablas de multiplicar. Sin embargo, su amigo Paco logró aprobar su carrera sin que los profesores, al final del curso, le pusieran ni cara.

La noche del 23 de Febrero, nuestro carismático luchador por la democracia se solidarizó desde el salón de su chalé  con los compañeros que se fueron a Portugal hasta que pasara el susto, apareciendo luego con ellos  en la foto de portada de la hoja reivindicativa “Obreros marxistas en lucha”, con su hoz y su martillo, que hecha en ciclostil en la secretería, corría de mano en mano por la Normal de Magisterio.

Ya por aquel entonces Josan dejó de ir a misa de doce y en su lugar se paseaba por la calle Concepción con El País bajo el brazo. Súbitamente empezó a hablar en un andaluz tan acusado, tan de eses forzadas, tan cerrado, tan arrastrado, como el de la ministra Montero. Nombraba a Federico con tal familiaridad que parecía que hubiera estado con el poeta en Nueva York. Cuando no, recitaba a Alberti, y decía “gaviooootaa, gavioootaa” mirando a la lejanía poniendo los ojos en blanco, como si también hubiera sido Marinero en Tierra, y recitaba la Elejía a Ramón Sijé de Miguel Hernández enfatizando más, dramatizando más y echándole más ganas todavía que el de Jarcha… Pero tachaba de antiguo a Paquito por leer a Galdós, Fernán Caballero o, por supuesto, a Pemán.

Fue entonces cuando José Antonio determinó que los amigos le llamaran Patxi, que sonaba más combativo, más vasco y mucho más moderno y empezó a tomar referencia en su vida del Mayo Francés del 68, como si hubiera corrido delante de un gendarme en los Campos Elíseos de París, esquivando las pelotas de goma y los botes de humo,  cuando la única referencia de los sesenta que le habíamos oído hablar hasta entonces era de que “la Massiel” había ganado el festival de Eurovisión y de que su padre había estado en una recepción con Franco cuando vino a inaugurar una fábrica del polo, acontecimiento familiar que perpetuaron con una foto, más bien grandecita, que presidía el comedor de la casa.

Coincide este inesperado, pero perfectamente y milimétricamente estudiado cambio de Josan, ya reconvertido en Patxi, con la muerte del General Franco, en el tiempo que el dictador estuvo ingresado en el hospital de La Paz. En esas dos semanas, lista como el hambre, la familia de Patxi se olió el percal y Doña Rosario impidió que su esposo D. Augusto asistiera a la misa de difuntos que por el alma del Invicto Caudillo de la Patria (así nombraban a Franco en casa) se dijo en las Agustinas. Y guardó bajo siete llaves la foto de D. Augusto con el Generalísimo en la fábrica del polo.

Y,  hete aquí que por aquel entonces Patxi había hecho ya las prácticas de magisterio en un colegio, con niños de verdad y, habiendo descubierto la auténtica realidad de lo que es ser maestro, decidió que a los niños los aguantaran sus padres, tiró la tiza a tomar por culo y su papá lo colocó, cobrándose unos favores que le debían, en un sindicato vertical, y de ahí pasó a un despachito en  la delegación de Educación, pero como aspiraba todavía a más, andando el tiempo, se hizo liberado sindical, se compró una chaqueta de pana, un chaleco de cuello alto y empezó a llamar “compañero” a todo el mundo y así se perpetuó en la casta sindicalista, como su propio apellido indica.

Desde entonces, para vestir al santo, Patxi iba (casi) todas las mañanas a su despachito oficial, que decía Forges, en el Mini Morris rojo con el techo blanco que su padre le había regalado cuando cumplió veintiún años. En el cassette llevaba a Jaques Brel (aunque no sabía Francés), María del Mar Bonet (tampoco sabía catalán) y Quilapayún, con el Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, que escondiendo los discos de Karina, la había constituido como su música de cabecera, y llevaba en el capó propaganda de la próxima huelga general de turno.

No había manifa a la que no fuera, incluida la del Orgullo Gay…las vueltas que da la vida, con lo que Patxi se metía con los mariquitas en su etapa de estudiante, hasta hacerles la vida casi imposible; claro que entonces no existía eso del bulling.

Desde entonces, todo lo que no coincidía con su pensamiento era facha, carca, involucionista y retrógrado. Se alejó de las cofradías porque eran poco democráticas y se iba a su casa de la playa cuando llegaba Semana Santa. Una vez, entrevistado en una televisión local, poniendo pose de Isidoro Moreno, calificaba a las cofradías como “un movimiento curturá y sosiá der pueblo que refleja rasgoj antropolóogicoj que se identifica con la selebrasión de la primavera en el dejpertá de loj sentidoj y se materialisa en un rito inisiático sexuá de la juventú”…Lo de sexual lo diría por la de  rabos que Patxi ponía en la bulla de algunas recogidas…

Ahora, durante el confinamiento, que para mejor aislarse lo hizo en su chalé de los Pinos de Valverde con su compañera, sindicalista liberada también, estuvo ojo avizor en las redes sociales a la caza y captura de bulos que empañasen la espléndida gestión que su partido coaligado ha hecho de la pandemia. No pudo por menos que acordarse de cuando en su juventud también lavaba la imagen de la dictadura ensalzando sus logros y pegando carteles azules y rojos de Fuerza Nueva hasta su milagrosa reconversión en demócrata de toda la vida, cuando tuvo la habilidad de cambiarlo todo para que nada cambiara, para vivir en democracia lo mismo que su padre vivió en la dictadura: del cuento.

Y como no hay dos sin tres, su hijo Vladimir de la Casta, guapo chavalote con coleta y barba de tres días, es ya secretario local de un partido antisistema cuyo sistema es vivir sistemáticamente del cuento, para memoria de su abuelo (q.e.p.d.), alegría de su padre y orgullo de su abuela Dña. Rosario, que se ha teñido el pelo de violeta y ahora se hace llamar Chayo y que imparte cursos en las asociaciones de vecinos y vecinas bajo el sugerente título de “Sexualidad en la tercera edad: vagina matriarcal y orgasmo cósmico”, cuyo logotipo es una vulva (o sea, un papo) con un triángulo morado inscrito en su interior, cursillos, por supuesto, generosamente subvencionado por el sindicato de la casta.

Y a todo esto, el pobre de Paco, más quemado que el techo de La Casona y con más tiros dados que la ventana de un bosnio, sigue trabajando de maestro, aguantando el chaparrón, y esperando que los sindicatos del ramo trabajen por una vez y logren una ley que lo jubile dignamente y se dejen ya de tantas tonterías. Eso, si Dios no se lo lleva antes de un sofocón corrigiendo dictados con tantas faltas de ortografía, si es que antes ha sido capaz de entender la letra...

jueves, 4 de junio de 2020

CON LA CABEZA PERDIDA



Nada es casualidad. Esta mañana  casi a los inicios del mes de junio, mes eucarístico por excelencia dedicado también al Sagrado Corazón de Jesús, nos hemos desayunado con la noticia de que la  estatua de dicha devoción que preside la plaza de su nombre en la Roda de Andalucía (Sevilla) ha amanecido decapitada, y mutilada sus dos manos.

"Nihil sub sole novum", no hay nada nuevo bajo el sol en los albores de este verano, bajo el cielo de una España, que como la estatua profanada, también ha perdido la cabeza.

Hace poco celebrábamos el I Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, bajo el auspicio de S. M. el rey D. Alfonso XIII., y de aquí a nada, algunos celebrarán el del fusilamiento de dicha imagen, en el Cerro de los Ángeles, cerca de Getafe, en la provincia de Madrid.

Ahora, herederos de aquellos, estos nuevos milicianos, los chicos del bidón de gasolina, de camisetas con fotos del Ché, y legitimados por el odio que aventan los nuevos aires políticos imperantes, están continuando la valiente y meritoria gesta de destrozar las imágenes sagradas; quieren acabar, un siglo después, lo que empezaron, y gracias a Dios no pudieron conseguir, sus predecesores en la inquina contra la religión, católica, por supuesto: Decapitar España.

Es curioso que los que se ríen y mofan de la devoción que despiertan tantas imágenes de Cristo talladas en madera o labradas en piedra, al quererlas destruir, lo único que hacen es legitimarlas, reconocer en ellas la referencia devocional, su carácter sagrado para los cristianos, si no, ¿para qué ese empeño de hacerlas desaparecer?
Esta devoción del Sagrado Corazón, tan espiritual, tan pura,  tan de intramuros de los templos, tan de vestidos coderos y abanicos espantando los primeros calores, tan de saharianas fresquitas en las tardes de triduo, parece ser especialmente odiada por los autoproclamados adalides de la libertad. El “en Vos confío”, el “detente” del Corazón de Jesús, supone para esa ralea de la “agit prop” el conjuro maléfico que desata su peor ira contra Cristo y su Iglesia.

Porque atacan al Corazón de Jesús aunque lo que quieren, en realidad, es atacar el corazón de la iglesia. Creen a lo mejor, que decapitando una imagen, España, con su mala cabeza, olvide que el corazón de la Iglesia es la que ha mantenido y mantendrá los comedores sociales abiertos durante la pandemia. Quieren que olvidemos lo que hacen Cáritas y otras tantas organizaciones católicas. Es objetivo prioritario que los españoles se olviden que cuando las ONGs (tan progres y solidarias) llaman a que vengan los inmigrantes, incluso ilegalmente, cuando llegan medio muertos, o con móviles de última generación en la mano, que eso les da igual, quienes los atienden en su mayoría son las organizaciones católicas.

 Les gusta que, con la ayuda inestimable de la mayoría de los medios de comunicación, un velo de silencio, un apagón informativo, oculte  la labor social de la Iglesia, lo que a mí me gusta llamar obras de caridad, porque ya se sabe que la Caridad es sinónimo del Amor.

 Aunque la sociedad vea normal la suspensión de los actos de culto de la iglesia en plena cuaresma en la crudeza del Covid19 y luego justifique las reuniones de culto para celebrar el Ramadán.

 Y es que darse a los demás sin esperar nada a cambio solo lo hace un corazón noble, y eso no lo soportan los profesionales del odio, con la complicidad de la indiferencia de los que miran para otro lado, y ven estos actos de vandalismo sacrílego solo un “caso aislado”…que cada vez se da con más frecuencia.

Cuentan que cuando fusilaron al Sagrado Corazón de Jesús, ninguna de las seis balas disparadas por seis milicianos, dio de lleno en el corazón de la imagen, ningún proyectil la “hirió”. La que sí que está herida de muerte es esta nación sin memoria y que traga con todo, no sea que la llamen facha.

Y parece que esto no vaya a tener fácil solución, porque la cabeza de una estatua decapitada se recoge del suelo, se coloca en su sitio y se restaura la imagen. Pero España tiene difícil restauración, no porque la decapitaran, sino porque desde hace tiempo, tiene la cabeza perdida. Y sin cabeza, a ver quién la arregla.