No
perfumarán en el recuerdo porque esas flores ya no aromarán. No tendrán la
oportunidad de anidar en nuestra memoria ni dejar en nosotros su aroma hecho
recuerdos para siempre, porque esas
flores ya nunca se abrirán.
El anuncio
de la suspensión de los desfiles procesionales en la Semana Santa es como esa
nevada tardía que quema las flores casi a punto de brotar en plena eclosión de
la primavera, y aunque la presientas, por más que te avisen y veas venir los
nubarrones amenazantes, negros, espesos, cubriendo todo el cielo de tu ilusión
cofrade, aunque te lo esperas, el golpe traidor cuando llega no deja de doler,
y te quedas hundido, entre incrédulo y frío. Y brutalmente enfado sin saber muy
bien con quién…
Por desgracia,
este año, como cantaba La Flor de la Canela, la dichosa epidemia no dejará que
nos cuenten la gloria del ensueño que evoca en la memoria la rotunda belleza de
una cofradía en la calle.
Porque no se
abrirá la flor exquisita de ver cómo se mece en un sueño por la Alameda de los
azahares el palio de la Victoria; no nos dejará aspirar la lisura que da la
Flor de San Francisco perfumando de Esperanza las calles.
Ni se
abrirán las flores de palmas trenzadas en ese Domingo en el que empiezan a
cumplirse las ilusiones.
No brotarán sobre
una cuesta los seis lirios de las Seis Caídas que Cristo nos debe, las tres de
un sábado de marzo y otras tres en una noche de lunes, en abril.
No granarán
los racimos de uva con pámpanos y zarcillos de oro en la túnica nueva de Jesús
de la Pasión.
No
cristalizará la flor de escarcha en la blancura nacarada de la Virgen del Rocío
y Esperanza. Ni los estudiantes podrán percibir la fragancia de la flor que
perfuma en su Valle.
Los
crisantemos del manto de la Virgen de los Dolores se congelarán en el frío de
la plata laminada y las rosas rosas se helarán entre ramas de olivos en los
conos puntiagudos de las jarras.
Las espinas
de los cardos no herirán los pies del Cristo de la Redención ni amoratará la
espalda desgarrada del Buen Viaje; ni casi rozarán las manos del de la
Providencia.
Las rosas de
coral no sangrarán en el pecherín de la Virgen del Rosario, ni la blancura de
la Virgen de la Paz se retará con las flores blancas de los árboles que
escoltan su paso por la calle Montrocal abajo.
No sé abrirá la flor en la garganta de Tina Pavón para que su saeta proclame, desde un balcón de la calle Marina, la cruel sentencia que le dieron a Jesús Nazareno.
No sé abrirá la flor en la garganta de Tina Pavón para que su saeta proclame, desde un balcón de la calle Marina, la cruel sentencia que le dieron a Jesús Nazareno.
Y aunque
mendiguemos,la Caridad no nos asisitirá en la necesidad de esos días, azules,
deseados, e irremediablemente, definitivamente, perdidos…
Desde Pérez Cubillas nos llegará la Sentencia
que nos condenará a una Semana Santa sin
vivir la Pasión en la calle, sentencia que no conoce jurisprudencia ninguna. Y
no tendremos más remedio que acatarla con la Resignación que emana de la
enigmática belleza de un rostro de Madre Dolorosa. Y pediremos el hermoso
bálsamo de su Consolación, pidiendo Misericordia, Señor, tu Misericordia,,,
Las flores
de las chumberas del Conquero no amarillearán al paso del Perdón, ni verán salir
al pie de sus cabezos a la Reina de las Colonias. Tampoco a la Estrella camino
de una capilla donde se disuelve el miedo y se acrisola a base de avemarías el
valor de los toreros.
No nos
llegará el perfume que lanza al aire de la Madrugada “los jazmines que lleva en
el pelo y las rosas en la cara” de la Virgen de la Amargura. No veremos la rara
belleza, jacintos negros, de las dos soledades.
Solo florecerán
los claveles marchitos antes de brotar; rosas de desesperanza en el alma del
cofrade por la ausencia de lo amado.
Está claro
que la única que no germina es la flor que no se siembra. En nuestras cofradías
plantamos durante todo un año para ver lucir esa extraña, exótica, fascinante
flor de un día que es la hermandad en la calle, la cofradía. Y quien piense o
diga lo contrario se equivoca; o miente.
Cualquier cofrade trabaja para el día de
salida. Otra cosa es que haya (aunque no lo crean) quién disfruta más durante
el día a día, cuidando esa flor, mimándola todo el año, que con la procesión en
la calle; más en el besapié de la imagen de su devoción, que el día de salida;
más en el quinario, que en la propia Semana Santa.
Pero,
gracias a Dios, hay días que dentro de la desolación lo perfuman los gestos, la
finura, un detalle que te reconcilia de nuevo contigo mismo y permite que te reafirmes
en tu condición de cofrade. Un momento feliz en un día aciago en el que
presientes que tu mundo se derrumba, que lo que amas con todas tus fuerzas,
para el que vives, se desmorona bajo tus pies y sabes que esas flores que has
cuidado con tanto esmero, no florecerán este año.
Y resulta que el motivo de esa luz que se
cuela rompiendo la negrura lapidaria de las nubes te la traen gente que saben
de Penas y Amargura, costaleros del paso del Señor de las Tres Caídas que al
mismo tiempo lo son del palio de la Madrugada. Flores de talco y cristales para
la mano de la Amargura, alhelíes que simbolizan la “fidelidad en tiempos
difíciles”.
No me digan
que es casualidad. No me intenten convencer de que a pesar de los contratiempos
este mundo nuestro de las cofradías no merece la pena. No me digan que detrás
de este gesto no veis la mano de Dios.
Por eso, un
simple gesto, un detalle hace que en tu interior sientas un zamarreón que te
vuelve a ilusionar, que hace que aprietes
otra vez los puños, que te vuelve a poner en pie, que reanuda la fe en
tus ideas, que te obliga a levantar la mirada y la fijarla de nuevo en el
futuro, que hace que de nuevo abraces con renovada alegría la dulce cruz del
servicio a tu hermandad y a la Semana Santa toda; que haces que pidas perdón
por haber dudado; que te invita a volver a sembrar esas flores en el alma para
que dentro de un año, y algo más, vuelvan a florecer en nuestras calles…
Igual que ahora,
en tiempo de inquietud y desasosiego, florecen en la intimidad de un templo en
la mano de la Virgen de la Amargura. Si
sabrá ella de adversidades…