Powered By Blogger

jueves, 7 de julio de 2011

VOLVER A LOS DIECISÉIS


Cuando se acabó nuestra relación, esa tan especial, tan íntima, tan hermosa que yo tenía contigo desde hacía tantos años, a mis pies se derrumbó la tierra y me vi en caída libre precipitándome en un pozo que parecía no tener fondo. Me vi sin norte y con el rumbo perdido navegando en no sé qué océano de aguas tenebrosas, o caminando por un desconocido y siniestro desierto de oscuras arenas donde vagaba sin luz, esa luz que siempre me alumbraba y que de golpe se apagó para mí.

Hasta tu nombre desapareció de mi boca como engullido por la nada. Y no por despecho, si no porque inconscientemente había algo que me  impedía pronunciarlo. Cuando a veces de noche, en una especie de delirio entre sueños te nombraba, tu nombre se ahogaba en la almohada. Pero un eco lastimero me lo devolvía torturando mis sentidos.

Y lo más inexplicable es que después de tanto tiempo sin ti sigo sin saber la causa que nos separó. Supongo que las cosas de la vida, los celos, terceras personas… Tú ya sabes.
Encima, como mujer que eres, te aparecías ante mí más hermosa e inalcanzable y tu belleza me provocaba más desolación y hacía más incomprensible esta lejanía que nunca hubiera deseado.

Y ahora que, aun sin haber cicatrizado las heridas y  había aprendido a vivir con el dolor que tu ausencia me provocó, me has vuelto a llamar. Y tu llamada ha sido para mí como el repentino rayo de sol que se filtra súbitamente entre las nubes negras de la tormenta que  parece que fuera pasando. No te voy a engañar. He soñado tantas veces este momento que aunque lo estoy viviendo no me parece verdad. Me has devuelto a los dieciséis años cuando te encontré una tarde de verano. Todavía recuerdo hasta la ropa que llevabas puesta, blanca , con flores y mariposas brocadas, curiosamente el mismo vestido que llevabas el día que llegaste a Huelva por primera vez. Y estoy viviendo y reviviendo aquellos años en que me fuiste enamorando de tal manera que toda mi vida desde entonces giró alrededor de ti. Vinieron otros amores, pero jamás lograron vencer al tuyo.

Me veo con los libros bajo el brazo volviendo del instituto, loco por verte y con unas rosas en la mano que de camino cogía en las baldas de cualquier chalé del Conquero. Es como si poco a poco los recuerdos me fueran acercando a ti. Y es que tienes la habilidad de que con una sola mirada tuya se disipe todo el dolor pasado y se diluya como el humo.

Me conoces y sabes que el rencor no tiene nada que hacer conmigo, y no veo la hora de que llegue nuestro reencuentro. ¡Anda que no lo he imaginado veces! Pero espera unos días antes de acudir a tu llamada, no me impacientes más, por favor. Porque aunque no lo creas necesito tiempo para que tu nombre, vetado por respeto, vuelva a abrirse camino en mi boca. Aunque te parezca mentira, a estas alturas de mi vida tengo miedo de que mis manos no sean capaces de encontrar el camino de tus sienes, ni que puedan abarcar tu talle, fino y elegante, del que siempre presumía delante de mis amigos. ¿Y tu aroma? Tengo que volver a aspirarlo despacio, como la fragancia de una rara e irrepetible orquídea. Aguarda a que vuelva a acostumbrarme otra vez a acudir a nuestra cita diaria. Déjame que me acostumbre de nuevo a besar tus manos como hacía cada vez que nos encontrábamos. ¿Volveremos a estar en tu casa hasta altas horas de la madrugada, a media luz, hablándote de mis cosas?  No me pongas más nervioso, no me apremies.


Sin embargo, hay algo que sí te quiero pedir, no me ilusiones como aquella primera vez, como a un adolescente, y luego me vuelvas a dejar. No creo que lo resistiera. Si me vas a llamar de nuevo, que sea para siempre, hasta siempre que tú quieras…Y que nadie más que tú que seas quién lo decida.

Pero bueno, déjame vivir este momento de felicidad, permíteme que lo cuente a todo el mundo, que lo pregone a los cuatro vientos. Dios mío, ¿cómo podría explicar lo que estoy sintiendo? Aunque me quedara mudo todo el mundo adivinaría en mi mirada el gozo que ahora tengo. ¿Cómo me puedes causar tanta alegría? ¿Cómo eres capaz de despertar en mí tanta felicidad? ¿Cómo, si tu nombre es sinónimo de dolor? ¿Cómo, si te llamas Amargura…?

1 comentario:

  1. Solo decirte Manolo, que me alegra enormemente que vuelvas a ser tu quien tenga ese enorme privilegio de vestir a la Señora y que también yo deseo ver la hora en que vuelvas a hacerlo. Enhorabuena

    ResponderEliminar