Powered By Blogger

jueves, 12 de enero de 2012

UNA ESTAMPA EN LA CARTERA

A menudo los hijos se nos parecen, y así nos dan la primera satisfacción, dice una de las mejores canciones de Serrat.

En la difícil y apasionante tarea de criar, y sobre todo educar a un hijo, hay tanto de satisfacciones como de preocupación e inseguridad.

Muchas veces se afirma que los hijos aprenden y se comportan en la vida conforme a lo que ven en casa, con lo que viven en la familia, y es verdad. Pero también es cierto que en los tiempos que corren son muchas las influencias exteriores al hogar las que interfieren en la formación de un niño, y no digamos ya en la de un adolescente. Los que habéis pasado por ahí como padre bien lo sabéis.

Es lógico que pensemos que para nuestros hijos lo mejor sería que supieran adoptar nuestras costumbres, nuestras aficiones, nuestra misma fe. Pero corremos el riesgo de que también adquieran nuestros defectos y caigan en nuestros mismos errores.

Sonreímos interiormente cuando un hijo nos sorprende con un gesto nuestro o  se manifiesta como tú lo harías ante determinada situación, cuando coinciden contigo, cuando te imitan. Pero torcemos ese gesto si vemos que se apartan del camino que tú les has querido trazar por creerlo el mejor posible, olvidando con frecuencia que ellos deben tener su criterio propio y el justo derecho a elegir en libertad.

 Con  la cofradía ocurre igual. Desde la primera vez que lo visten de monaguillo, chupo y medalla colgando, hasta que después de años de acoso y derribo acabas cediendo y lo dejas meterse debajo de un paso y un día lo ves salir de casa con el costal bajo el brazo camino de la iglesia, aflora tu orgullo y escondes alguna lágrima. Pero también te desasosiega que esa tarde no haya ido al quinario y te cueste la misma vida que vaya los domingos a misa. Y que cumplan los preceptos de la Iglesia, que para ti son sagrados.

Y contemplando los avatares a veces tan poco edificantes de las cofradías pueden llegar a confundirse. Cuando han vivido de cerca la entrega de unos padres a su hermandad; cuando han sido testigos directos (a veces sufridores) de que la hermandad haya estado por encima de muchas cosas (mal hecho por nuestra parte) y luego ven que ese esfuerzo y que esa dedicación han desembocado en sufrimiento y disgusto; cuando ven que tu decepción se convierte en frialdad hacia lo que antes era tu propia vida, también lo perciben y lo sufren, porque serán niños, pero no tontos. Y encima les estamos dando un mal ejemplo con nuestra actitud.

Y ahora a ver cómo les explicas tú que a pesar de todo, las cofradías merecen la pena, que son una de las más hermosas formas de vivir la fe Porque deseas que tus hijos se integren, que sean parte activa de tu cofradía, pero al mismo tiempo temes que le provoquen los mismos desasosiegos (dicho suavemente) que antes te provocaron a ti. Pero también deben comprender que golpes mucho más serios y duros les deparará la vida.

Pero hay casualidades, momentos en que se disipan tus temores y se aclaran tus dudas. Por ejemplo al encontrarte la cartera de tu hijo caída en un rincón del sofá y al recogerla  percatarte de que junto a la fotografía de su novia (¿se dice todavía así?) lleva una estampa de su Cristo, de nuestro Cristo. Y piensas que ya lo tiene decidido, y que la devoción hacia Él ha prendido y ocupa ya un lugar en su corazón de adolescente. Y además quiere ser sus pies debajo del paso, o todavía mejor, quiere servir en el altar como acólito.  Esa sí que es una verdadera satisfacción, más grande, mucho más, que la que cuenta Serrat en su canción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario