No es cuestión de que nos metamos en circunloquios
filosóficos. Ni intentar redefinir y menos reubicar lo que desde siempre
sabemos qué han sido y qué espacio han ocupado las cofradías en el devenir de
la historia de nuestra ciudad, la cosa es mucho más sencilla. Porque como en
tantas otras cosas, en esto también está todo inventado, o casi todo. Aunque
quizás no esté todo dicho.
Dado lo
turbias (y turbulentas) que bajan las
aguas cofrades de un tiempo a esta parte, ante la aparente pérdida de identidad, no estaría de
más replantearnos si todos, desde dentro y desde fuera tenemos claro, si
tenemos el mismo concepto de lo que es, por tradición, por reglas, por sus
fines propios, una hermandad de penitencia.
Estoy seguro de que en casi todas las reglas por las
que se rigen nuestras corporaciones, en el artículo primero de sus fines lo
deja bien claro: Dar culto público y privado a las sagradas imágenes titulares
de cada hermandad y hacer penitencia con la cofradía por las calles el día de
salida correspondiente. Y ya está. Fíjense qué sencillo. Pero claro, dar culto a nuestro modo. Porque si
quisiéramos rendir culto a Dios de otra manera, perteneceríamos a cualquier
otro grupo de la Iglesia, con otros carismas, o nos limitaríamos a ir a nuestra
parroquia y punto. Las cofradías tienen unas reglas de juego tan propias que no
entiendo qué hacen en ellas a quienes no les gusta esta forma que tenemos de
ser y de manifestarnos. Es como si a alguien no le gustara el cine y se hiciera
socio de un videoclub, o abominara del fútbol y se hiciera socio del
Recreativo, y encima quisiera cambiar las reglas de este deporte.
Luego los estatutos de cada hermandad contemplarán
lo demás: el fomento de la fraternidad entre hermanos, la formación, la
caridad..... Pero lo primero es lo primero. Lo digo porque hay quienes
pretenden exigirles a las cofradías, a
sus hermanos, una formación religiosa de élite
que no tienen el común de los mortales; y otros que solo ven en ellas lo
externo, el tesoro de las
manifestaciones artísticas inherentes a cualquier hermandad. Pues creo que ni
solo lo uno, ni por supuesto, únicamente lo otro. Además de no tener porqué ir
disociado una cosa de la otra, en las hermandades habrá de todo, quienes tengan
una más que sólida formación religiosa y quienes solo les une a la Fe la
devoción adquirida o heredada hacia una imagen de Cristo o de la Virgen,
quienes la única vinculación que lo ata a lo religioso es un cirio, una
corneta, o un costal los días de Semana Santa. No creo que un cofrade deba
tener por obligación la sabiduría de Duns Scoto o de Santa Teresa (ojalá
pudiéramos) ni quedarnos en la fe del carbonero. Gracias a Dios, aquí cabemos
todos. Lo lógico y lo deseable es que al menos los miembros que rigen los
destinos de las cofradías sí deban saber qué es lo que se traen entre manos,
que a veces es para ponerlo en duda. No es cuestión de estar apretándose el
silicio todos los días, ni de desollarse los dedos pasando continuamente las
cuentas del rosario. Ustedes me entienden.
Porque luego desde dentro, tenemos también a los
acomplejados que ante los gastos propios de una hermandad, flores, música,
orfebrería, bordados....., se justifican contrapesando la balanza con las obras
de caridad que se hacen. Y es estupendo que se hagan, más se debería hacer y
todavía más aún en los tiempos que corren. Pero que no pongan como excusa la
labor social que hacen las hermandades. Esto no es una O.N.G. por lo religioso.
No hay que dar más explicaciones porque que cada uno con su dinero hace lo que
quiere. El dinero de las hermandades lo generan sus propios hermanos. Ya me
gustaría ver cómo sobrevivirían otras instituciones, deportivas, culturales y
de todo tipo (y no digamos políticas, empresariales o sindicales) sin la
consabida subvención del organismo oficial correspondiente. Aquí, nuestros vicios,
nos los pagamos nosotros. A nadie
tenemos que dar explicaciones, ni a los de dentro ni a los de fuera, y menos a
los que nos critican por este motivo pues nunca nos van a entender, o no
quieren entendernos. Otra cuestión es la conciencia que tenga la propia hermandad para saber decidir con
justicia qué parte de sus recursos emplee para cada cosa.
Y luego están los del gran complejo, los que para
que no le traten de beatos, meapilas, blanditos o de qué sé yo, siendo cofrades
dejan bien claro que cofrades sí, pero que las hermandades no tienen nada que
ver con la Iglesia. Como si eso fuera posible.
Lo que dice un amigo mío y que me habréis oído decir
y escribir más de una vez: "Si a las cofradías no venimos a acercarnos a
Dios y a hacer amigos, estamos perdiendo el tiempo". Mira qué sencilla
definición para lo que debe ser una cofradía. Así de fácil; pero así de difícil
si no somos capaces de liberarnos de ciertos complejos.