Mira que se dicen trocherías en el sacrosanto nombre
de Huelva; mira que por hacerse el más choquero que nadie se manosea su nombre
y se vierten comentarios ultrajuncales que haría enrojecer de vergüenza ajena
al tipo más desahogado. Aquí la palabra choquero se esgrime con demasiada
frecuencia para darle autenticidad a todo lo que, por ser nuestro, lo creemos
insuperable. Y deberíamos usarla como la sal o el perfume, porque el exceso de
choquerismo puede arruinar, como el perfume o la sal, el efecto que se
pretendía si se pone demasiada.
Porque además
se alude no a "mi" Huelva, o a "tu" Huelva, sino a la
Huelva real, la que hace bascular contínuamente la balanza a veces a favor de
sus múltiples virtudes y otras a sus no pocos defectos, siendo a mi entender el
más peligroso de todos la autocomplacencia seguido de cerca por la indolencia.
Y quizás sea por San Sebastián y por Colombinas
cuando más se inflama el discurso nacional- choquerista, incluso el
provinciano-catetista.
Cuando el grupo Mecano cantaba aquello de "ay
qué pesados, qué pesados, siempre pensando en el pasado" parece que se
refiriera a las Fiestas Patronales de San Sebastián. Estos días, queremos
mostrar rediviva a una Huelva que ya no existe, una Huelva de huertos y
altillos que cada vez recuerdan menos generaciones de onubenses, y que está muy
bien que se recuerde. Pero no podemos perpetuarnos en el ayer.
A cada vez
más gente le dice menos y ven como conceptos lejanos la tertulia del Litri, la
taberna de Márquez y el cementerio viejo, recuerdos con olor a naftalina que
sacamos a pasear, como al Santo alrededor de cada veinte de enero. Cada vez
son más los que reconocen la ermita de la Soledad como sede de la cofradía del
Santo Entierro, no como, por ejemplo, el refugio que fue.
El esplendor de aquellas fiestas, desgraciadamente,
ya no volverá pongamos como nos pongamos, ojalá, y a pesar del loable intento
de revitalización de ellas por parte del Ayuntamiento de Huelva, nada nos
devolverá el esplendor de aquellas fiestas
que por tantas razones, urbanísticas, sociales, económicas incluso, se han ido
perdiendo.
Y si
desaparecieron, sería porque las circunstancias así lo determinaron, como, por
ejemplo, el que el aluvión de trabajadores venidos de fuera de Huelva atraídos
por el Plan de Desarrollo de los años sesenta poco o nulo apego tenía por
Huelva y por sus cosas. Y lógicamente volvían a sus lugares de origen en su
flamante Seat Seiscientos en cuanto podían. Paradójicamente, sus hijos sí
contribuirían decisivamente después al boom cofrade de los setenta. Pero nunca
sintieron San Sebastián como algo suyo. Ya vivieron la decadencia.
Y si a esto le añadimos la desaparición del viejo
barrio, y no me refiero ni a los edificios y ni a sus calles, sino sus vecinos
que, ley de vida, cada vez van quedando menos, tendremos las razones
fundamentales que propiciaron el languidecimiento de las fiestas de enero.
Tanto es así, que casi llega a desaparecer hasta la propia procesión del Santo,
si no es por la abnegada labor de la hermandad de Los Estudiantes.
Y es que como buenos españoles, a los onubenses nos
gusta que todo nos lo den hecho, nos va el tancredismo, y criticar después si
no nos gusta lo que nos dan. No parece más que las habas con chocos que reparten
en el carpa (qué nos gusta un gañoteo)
llevaran algún narcótico que anule las voluntades. Todo está estupendamente si
nos lo ponen por delante y es gratis.
Como todo en esta bendita tierra, la fiesta de San
Sebastián tiene posibilidades, infinitas posibilidades. Las fiestas serán lo
que queramos que sean, pero refundándolas y mirándolas desde el prisma de la
actualidad. Contrariamente a lo que pueda que ocurra con otras de nuestras
fiestas, éstas de enero no puede retroalimentarse de lo mismo que la llevó a
casi su completa desaparición.
Huelva tiene para todo lo que quiera sobrados
recursos. Habrá entonces que cambiar el discurso.
Solo hay que ver la masiva asistencia a la procesión
de esta mañana de enero, tibia de sol y bajo un cielo azul Huelva de impresión.
Mañana de palmitos y naranjo al que va amarrado el Soldado Romano; de mañana de
sol reverberando en las flechas que lo martirizan; de devoción añeja y fiel que
lo rodea como la banda roja de diácono que cruza su imagen; mañana de reencuentros
alrededor del Santo de la Huelva del ayer con la Huelva de hoy, la real, no con
la irreal, no con la que no pudimos o no
supimos retener y que se fue perdiendo por las esquinas del tiempo, y que pese
a los intentos de fijar en nuestra memoria cada vez recuerda menos gente.
Que las fiestas del Patrón sean mejores y más
participativas, a parte de la procesión que brilla por sí misma, solo depende
de nosotros. No esperemos que nadie nos enseñe el camino. Manos a la obra.