Al Gran Poder de Isla Cristina, en el 75 aniversario de su llegada a La Higuerita.
Hoy te voy a esperar en la esquina de la memoria, en
la casa que ya no existe, en la ventana que ya no está. Hoy te quiero esperar
junto a los que ya se marcharon junto a ti, pero que de alguna manera también
vendrán conmigo. Hoy voy a reencontrarme, después de más de cincuenta años, con
el Señor del Gran Poder en las calle de Isla Cristina.
Te veré
pasar, como aquella única vez, enmarcado en la ventana abierta de mis
recuerdos. Veré verte venir por la vieja calle de la Ermita, la que hoy lleva
tu nombre, y volveré a sentir en pleno verano el frío de aquella lejana
Madrugada helándome el rostro, un rato antes cálido de almohada y alcoba, en ese
duermevela que muestran las imágenes de la infancia tras una cortina de brumas.
Te veré llegar, Cristo moreno de bronce, oliendo a
marea y caminando sobre el empedrado de charol negro de la calle por el relente
de aquella noche de primavera; luego, atajando por la calle de las Flores, te
seguiré por el itinerario de mis recuerdos por la calle Carmen camino del viejo mercado, ¿o ibas camino de
la lonja? ¡Ay, la edad! que no perdona...
Pero seguro que te veré llegar otra vez a plena luz
del día, disipada las brumas de la noche, ya de recogida, cuando las mujeres
que caminaron detrás de ti, lanzaban hasta el monte de tu paso las velas, casi
consumidas durante la procesión y cuyas llamas habían protegido del aire, a
veces viento inclemente, con guardabrisas de papel de plata, o de
periódico...Otra vez la memoria...
Pero seguro que al verte pasar, Señor de redes,
vendrán enganchados en la última cantonera de tu cruz, como rodando en la
orilla de los recuerdos toda la Isla Cristina que guardo en el corazón como un
tesoro, querido y celosamente mío.
Así, Gran Poder de mis ancestros, al verte pasar me
veré otra vez de niño camino de la playa a la sombra de las eucaliptos del
Plantío, o jugando en el tablero cuadriculado, blanco y nácar, de las salinas.
Oigo el
estruendo de las sirenas de los barcos engalanados en el día del Carmen. Y oigo
también el tronar de las tormentas en noches de temporal, seguido de una
jaculatoria a la Virgen por los que faenaban en esos momentos.
Vuelven a mí el sabor de los dulces de Pavón, y el
de las cocas hechas en casa y llevadas a cocer a la panadería casi de madrugada,
cuando salían del horno el pan del día. O el sabor del vino dulce del casino de
los pobres. Y cantaré entre dientes el viejo pasodoble que te define: Isla Cristina, qué hermosa eres.
Aletean por mi mente, como gaviotas por el zapar,
coplas de carnaval en el teatro de Félix, y una murga parada en la esquina de
la calle España el día de la cabalgata; y la procesión del Rosario suspendida
por la lluvia; los viajes en la Cachonda para coger el tren; los baños, negros de fango en el río Carreras;
las excursiones a Pozo del Camino, como
quien iba de gira....
Pero de todos aquellos recuerdos, ninguno tan
permanente ni tan querido como aquella primera y única vez que te vi en aquella
Madrugada. Solo una vez, Señor. Porque sabes que a la misma hora que Tú lo
haces por Isla Cristina, hay otro Jesús, Nazareno como Tú que carga con su cruz
en Huelva, el que guía los pasos en mi vida.
Fue solo una
vez, la suficiente para que tu mano, junto con la de Carmen, mi abuela, abrieras
las puertas de un mundo que luego sería "Mi Mundo", el mundo del amor
por las cofradías, de la pasión por la Semana Santa.
Hoy vengo a darte las gracias, lejano Cristo de mi
infancia, aunque siempre perennemente presente en mi memoria, y a pedirte que
no sea la última vez que te pueda ver pasar por las calles de Isla Cristina, enseñoreándote
de esa vieja y querida Higuerita, aunque ya no esté cuando pases ni la casa ni
la ventana en la esquina de mi memoria, por donde entró de golpe el Gran Poder
de Dios hecho imagen.
Ojalá que tu
Madre Santísima me quiera otorgar esa Merced.