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viernes, 31 de julio de 2015

EN LA ESQUINA DE LA MEMORIA


Al Gran Poder de Isla Cristina, en el 75 aniversario de su llegada a La Higuerita.



Hoy te voy a esperar en la esquina de la memoria, en la casa que ya no existe, en la ventana que ya no está. Hoy te quiero esperar junto a los que ya se marcharon junto a ti, pero que de alguna manera también vendrán conmigo. Hoy voy a reencontrarme, después de más de cincuenta años, con el Señor del Gran Poder en las calle de Isla Cristina.

 Te veré pasar, como aquella única vez, enmarcado en la ventana abierta de mis recuerdos. Veré verte venir por la vieja calle de la Ermita, la que hoy lleva tu nombre, y volveré a sentir en pleno verano el frío de aquella lejana Madrugada helándome el rostro, un rato antes cálido de almohada y alcoba, en ese duermevela que muestran las imágenes de la infancia tras una cortina de brumas.

Te veré llegar, Cristo moreno de bronce, oliendo a marea y caminando sobre el empedrado de charol negro de la calle por el relente de aquella noche de primavera; luego, atajando por la calle de las Flores, te seguiré por el itinerario de mis recuerdos por la calle Carmen  camino del viejo mercado, ¿o ibas camino de la lonja? ¡Ay, la edad! que no perdona...

Pero seguro que te veré llegar otra vez a plena luz del día, disipada las brumas de la noche, ya de recogida, cuando las mujeres que caminaron detrás de ti, lanzaban hasta el monte de tu paso las velas, casi consumidas durante la procesión y cuyas llamas habían protegido del aire, a veces viento inclemente, con guardabrisas de papel de plata, o de periódico...Otra vez la memoria...

Pero seguro que al verte pasar, Señor de redes, vendrán enganchados en la última cantonera de tu cruz, como rodando en la orilla de los recuerdos toda la Isla Cristina que guardo en el corazón como un tesoro, querido y celosamente mío.

Así, Gran Poder de mis ancestros, al verte pasar me veré otra vez de niño camino de la playa a la sombra de las eucaliptos del Plantío, o jugando en el tablero cuadriculado, blanco y nácar, de las salinas.
 Oigo el estruendo de las sirenas de los barcos engalanados en el día del Carmen. Y oigo también el tronar de las tormentas en noches de temporal, seguido de una jaculatoria a la Virgen por los que faenaban en esos momentos.

Vuelven a mí el sabor de los dulces de Pavón, y el de las cocas hechas en casa y llevadas a cocer a la panadería casi de madrugada, cuando salían del horno el pan del día. O el sabor del vino dulce del casino de los pobres. Y cantaré entre dientes el viejo pasodoble que te define: Isla Cristina, qué hermosa eres.

Aletean por mi mente, como gaviotas por el zapar, coplas de carnaval en el teatro de Félix, y una murga parada en la esquina de la calle España el día de la cabalgata; y la procesión del Rosario suspendida por la lluvia; los viajes en la Cachonda para coger el tren;  los baños, negros de fango en el río Carreras;  las excursiones a Pozo del Camino, como quien iba de gira....

Pero de todos aquellos recuerdos, ninguno tan permanente ni tan querido como aquella primera y única vez que te vi en aquella Madrugada. Solo una vez, Señor. Porque sabes que a la misma hora que Tú lo haces por Isla Cristina, hay otro Jesús, Nazareno como Tú que carga con su cruz en Huelva, el que guía los pasos en mi vida.

 Fue solo una vez, la suficiente para que tu mano, junto con la de Carmen, mi abuela, abrieras las puertas de un mundo que luego sería "Mi Mundo", el mundo del amor por las cofradías, de la pasión por la Semana Santa.

Hoy vengo a darte las gracias, lejano Cristo de mi infancia, aunque siempre perennemente presente en mi memoria, y a pedirte que no sea la última vez que te pueda ver pasar por las calles de Isla Cristina, enseñoreándote de esa vieja y querida Higuerita, aunque ya no esté cuando pases ni la casa ni la ventana en la esquina de mi memoria, por donde entró de golpe el Gran Poder de Dios hecho imagen.

Ojalá que tu Madre Santísima me quiera otorgar esa Merced.

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