Ocurrió
en la más profunda hondura de la noche. Solo fueron testigos del
momento los privilegiados, los más fieles, los que Nuestro Padre
Jesús Nazareno elige y son incondicionales a su llamada, los que
caminan junto a Él durante toda la procesión y a los que regaló, a
través de la banda de cornetas y tambores de su hermandad, uno de
los instantes más emotivos y más denso de sensaciones de toda la
Madrugada.
Fue
en la Plaza Niña. En el bastidor de la noche el cielo tensaba el
terciopelo morado oscuro que ponía palio a toda la plaza en
penumbra, hueca de vida, ansiosa de espera. Solo la habitaba el
reflejo de una luna de plata que perfilaba de estaño el bronce del
monumento a Santa Ángela. Solo llenaba la plaza el silencio, ese
silencio que otras devociones reclaman a su paso y que el Señor de
la Madrugada no impone, sino que provoca con su sola presencia, sin
siseos, sin imposturas, sin que nadie lo pida. Todo callaba. Tan solo
murmullos crecientes en la espera según se presentía Su llegada.
A
esa hora solo hablaba, y a voz en grito, el torrente de luz dorada ,
matizada de sueño, que salía por las puertas del convento de las
Hermanas de la Cruz y que surgía, místico y potente, del
singularmente hermoso monumento eucarístico donde recibía adoración
Jesús Sacramentado. Estampa de Semana Santa honda, espesa de siglos
y renovada en la fe.
Entre
el atrio y el altar de la capilla, pórtico de la Gloria y antesala
del Cielo, como un cuadro de Caravaggio, un contraluz, un claroscuro
de almas blancas con tocas negras esperaban de noche al Príncipe de
la Mañana.
Hay
en la calle un rumor marino que avanza, como ola a punto de romper en
la orilla, en esta Orilla de Dios, que presagiaba su llegada.
Pero
no lo anunciaba ninguna música. Las cornetas callaban.
Anunciaban
la cercanía del Señor del Alba un redoble seco de tambores
destemplados y el tañido melancólico y lastimero de una campana.
Venía
el Nazareno despacio, con paso contenido, solemne, imperceptible casi
el movimiento de su túnica, que ni el aire se atrevía a rizar. Iba
verdaderamente camino del Gólgota, real, como profetizó Isaías,
iba “como cordero llevado hacia la muerte”. Era el Divino Reo
camino del cadalso a paso de tambores y campanas. Porque así de
fríos sonarían los tambores aquella mañana en Jerusalén y así de
tristes sonarían las campanas en el Cielo.
El
Amo de la Madrugada está ante el monumento de las Hermanas de la
Cruz. Otra vez silencio. Cantan las monjas” Sube El Nazareno, sube
el buen Jesús…” Y de nuevo el silencio, todavía más rotundo,
más hondo, más espeso.
Tres
golpes de llamador nos sacan del ensueño. Como cualquier hombre que
sufre, El Señor se levanta y camina de nuevo y va buscando la
Esperanza. Su banda camina detrás. Sus componentes son como cirineos
del Cirineo, como verónicas con partituras blancas donde queda
impreso el verdadero rostro del amor al Nazareno en un pictograma,
que no un pentagrama, de notas musicales.
Y
llegará la luz del día. Y la banda seguirá desgranando en la
mañana del Viernes Santo y sin solución de continuidad, marcha tras
marcha, toda su música, toda la música del Señor de Huelva. Irán
traduciendo el silencio de todo un año, tarde tras tarde, noche tras
noche de ensayos, todo el brillo del sonido de las cornetas y
acompasarán con sus tambores el caminar doliente de Cristo cargando
la Cruz, hasta que, frisando el mediodía, llegue a las puertas de su
casa en la parroquia de la Concepción y se desborde la emoción tras
sonar la Marcha Real cuando, gorra de plato al brazo, lágrimas en
los ojos, satisfacción en la mirada y cansancio en el cuerpo, la
banda vaya entrando en el templo detrás de su paso para dejarlo
posado hasta el año que viene.
Seguro
que la Banda de Cornetas y Tambores Jesús Nazareno recibirá en ese
momento el reconocimiento popular más que merecido con el cálido
aplauso del gentío que se agolpa a las puestas de la iglesia. Pero
el mío, y el de cuantos estuvimos en la Plaza Niña ya os lo
llevasteis de madrugada por el inmenso regalo de una marcha
precedidas por aquella inolvidable sinfonía de tambores y campanas
sobre un pentagrama de silencios. Porque esa es también la banda
sonora de la Madrugada de Jesús Nazareno, es la música de la banda
del Señor de Huelva. Nada más y nada menos.