Siempre
se ha dicho que, por el mero hecho de serlo, cada español llevamos
dentro un presidente del gobierno y un seleccionador nacional de
fútbol; y si se es cofrade, también un pregonero. Pero desde ahora,
a este patrio currículum, habrá que añadírsele, además, un
crítico de arte específico para carteles de Semana Santa. Aunque no
hayamos cursado grado alguno en Bellas Artes; aunque no hayamos
acabado ni la primaria. Aquí se cuestiona, se opina doctamente y se
pone en duda la capacidad artística de los mejores pintores del
panorama español. O nos tragamos, bendecimos y exaltamos la mayor
mamarrachada que nos pongan por delante. Depende.
Porque
aunque muchos no se lo crean, en esto de los carteles anunciadores de
la Semana Santa, la belleza es subjetiva. No así la calidad
artística que sí se puede medir con parámetros objetivos.
Tan
subjetivo es esto de los carteles de Semana Santa, como que lo que a
ti te puede parecer una obra de arte, a mí me puede parecer un mojón
como un camión. Ya pueda vendérmelo como la maravilla de las
maravillas el asesor artístico de turno que como no me entre por los
ojos o no lo entienda, no habrá manera.
Y,
al mismo tiempo, lo que yo pueda considerar como la más sublime
composición ejecutada con la más depurada técnica, a ti te puede
parecer una mierda como una estera. O pinchá en un palo. A elegir.
Como
afortunadamente el pensamiento único cayó en desuso en mil
novecientos setenta y cinco, a la hora de opinar sobre esta cuestión,
nos encontramos tres tipos de pareceres bien definidos. A saber: los
que, sin titubeos, dicen que les gusta un determinado cartel; los que
no tienen criterio propio y espera que algún líder de opinión
dicte su veredicto para adherirse inquebrantablemente a su dictamen;
y los que abiertamente proclaman en todo su derecho que el cartel no
les gusta. Y ya está. Entonces, ¿qué problema hay? Pues el
problema surge, querido lector, cuando los que no tienen criterio
propio, los de la segunda opción, quieren convencer al resto de la
Humanidad de las bondades del cartel con vehemencia de judío
converso, queriendo hacer ver, como en el cuento, que el rey va
vestido con las más ricas telas, cuando en realidad, va desnudo.
Podríamos
también considerar al subgrupo de los que no teniendo ni idea de
arte, ni de pintura, arremeten contra la obra de cualquier reputado
profesional con gracietas más o menos ocurrentes sobre ella. Es la
osadía, o la prepotencia de la ignorancia.
Aunque
esto no es nada nuevo. Cuando Nuria Barreda pintó el cartel del
Víacrucis del Nazareno, que anunciaba solo eso, un víacrucis (pero
qué víacrucis) quiso darle un tratamiento propio, al referirse a un
acto cofrade concreto y no a la Semana Santa total, y utilizó
únicamente un primer plano de Jesús Nazareno, hubo un “grachiocho”,
con “musho” arte, y mucho “ange” que en una tertulia
(ejerciendo el legítimo derecho de la libertad de expresión) dijo,
públicamente y para congraciarse con los hermanos de su cofradía,
que aquello no era un cartel, sino un carnet de identidad. Y fue a
decirlo él, el mismo que cuando estaba en el gobierno de su
hermandad editó carteles de espanto y consintió algún que otro
desastre estético, posterior y felimente corregido y otros en
trámite de corrección. Siempre es bueno recordarlo. ¿Tendría
valor el tío?
Estoy
harto de ir al Museo del Louvre, al De Gaulle, al D’Orssai con los
alumnos del colegio en las excursiones a París, y antes de entrar
siempre les doy el mismo consejo que me suelo aplicar: Cuando os
pongáis delante de un cuadro debéis olvidar todo lo que os hayan
dicho, solo sabed si os gusta o no; si os dice algo, o si os deja
indiferente. Si te emociona, si te evoca, o no. Y nunca falla.
Y es que ya
somos mayorcitos para que nos digan lo que sí o lo que no nos tiene
que gustar.
Toda
obra realizada con calidad debe tener cabida en los carteles de
Semana Santa. La innovación, aportada con honradez, sabiduría y
profesionalidad no perjudica, no pone en peligro la estética de las
cofradías. Si a lo largo de la historia los cofrades no hubiéramos
transgredido el inmovilismo nunca nos hubiera llegado a sorprender el
manto de malla de la Macarena, debido a la locura de un Juan Manuel
valiente y transgresor; o todavía andarían las dolorosas vestidas
exclusivamente de negro y tapadas hasta las cejas; o la tarde del
Jueves Santo nunca se hubiera paseado por Sevilla el asombro del
palio de los Negritos, de estilo oriental, o tropical , o como
quieran llamarlo, pero que siempre será una grandiosa maravilla. O
el palio de la Concepción, o el dela Virgen de la Palma… De no
haber evolucionado todavía veríamos por aquí los pasos andando
ladeados, como caminan los perros, con chicotás muy cortas y, eso
sí: muy rápidas.
El
tiempo dirá, también para los carteles, qué innovación, qué
aportación al arte en las cofradías han sido buenas y qué no; lo
que se quedará para siempre y lo que habrá que intentar olvidar
como un mal sueño, que ejemplos, por desgracia, hemos tenido a lo
largo de la historia.
Los
carteles, como los pregones, son también hijos de su tiempo. Salen a
la luz, se hablan de ellos durante un tiempo y pasan enseguida al
altillo de nuestra memoria, para bajarlo de nuevo alguna vez en el
feliz recuerdo o para ignoralos para siempre, igual que no me
explico y no sé por qué se tuvieron que perder en la memoria y
pasar al cementerio del olvido los carteles fotográficos. Con los
excepcionales fotógrafos con que contamos actualmente en Huelva y
las técnicas a su disposición tendríamos carteles tan buenos como
los pintados para anunciar la Semana Santa, que según dicen, es de
lo que se trata. En esto, la alternancia sin reglas fijas de tiempo,
tampoco sería descabellado
Decía
el recordado Fermín Tello con esa socarronería tan propia de
aquella excepcional hornada de cofrades de su época, pocos, pero
curtido en mil batallas y a los que no se les iban ni una, a los que
cualquierilla se la pegaban, que el problema de la Semana Santa de
Huelva era que había muchos “artistas”. Por eso debe ser que
todo el mundo, por supuesto que en su pleno derecho, opina de todo.
Muchos sin saber de lo que hablan, como yo, que no sé ni lo que
digo…
Pero
que no nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino ni quieran
doblegar la opinión, a favor o en contra de un cartel.
Aquí
se opina de todo tan alegre y desahogadamente que será por eso que
llevo unos días mascullando entre dientes eso de Francisco Alegre y
olé, Francisco Alegre y olá engolando la voz, como Juanita Reina…
Y es que en los carteles han puesto un nombre que yo no quiero mirar…
o que me quiero hartar de mirar. Ya veré yo si eso…¿no?