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jueves, 13 de octubre de 2011

ANGELITO AL CIELO

A  veces los zarpazos que la vida te dispensa son tan crueles que parecen buscar el momento preciso, ese tan especial, tan oportuno para herirte  todavía más, como si lo escogiera  para poderte hacer más daño, y para que jamás se te pueda olvidar.
Por muy asumida que se tenga la enfermedad y la segura muerte de un hijo, no creo que nunca se esté preparado, siempre te cogerá por sorpresa.
De ese dolor de enterrar a quien por ley natural de la vida debía de enterrarte a ti, solo pueden hablar con propiedad quienes hayan pasado por semejante trance.
Anoche, cuando acababa el día de la Virgen del Pilar, onomástica de su madre, fallecía un cofrade, un gran cofrade a pesar de su corta edad, hijo de Pepe Zamora y Pilar Carmona. Y no por esperada su muerte ha sido menos dolorosa; si acaso, más inexplicable y mucho menos comprensible.
Murió el día del Pilar y se le dará el último adiós ante la imagen del Señor de la Oración en el Huerto, que con la medalla de Javi prendida a su pecho, está dispuesto sobre el paso en el que ese mismo día será trasladado a la Catedral en procesión extraordinaria. Tenía que ser justo ese mismo día. Eso es dar en la diana  del destino.
Y es que Javier, impaciente como cualquier niño, no ha querido esperarlo en la puerta de su casa por donde pasará la procesión camino de la Merced. Él ha salido a su encuentro y ya está con Él, como cualquier Jueves Santo, alba blanca y esclavina verde, delante de un paso.
Y a Pepe, su padre, no será un ángel confortador el que le ofrezca  el trago más amargo que beberá en su vida. Será el propio Cristo arrodillado el que lo haga, y del que beberá como ya lo hizo Él aquella noche de su Pasión  aceptando la Cruz sobre sus hombros, como hace cada tarde de Martes Santo en San Pedro. Pepe Zamora es cofrade recio y sabrá  hacerlo.
Pero en esta terrible hora  le puede quedar la satisfacción del amor entregado a su hijo en vida en los momentos más duros y alimentado su vocación cofrade. No hubo celebración, ni procesión, ni evento en las cofradías al que no asistiera , siempre que su salud se lo permitía, con su hijo. Por eso tenía una pasión por las cofradías más grande que su propio cuerpo. Nunca pregunté por su salud, pues aunque saltaba a la vista, siempre me superaba esa afición sin límites que adivinaba en su rostro y no era cuestión de recordarle, ni a Javi ni a sus padres lo evidente. Me asombraba su fuerza por aprender de hermandades con su proverbial curiosidad de niño, de niño cofrade.
Así fue la última vez que lo vi, la mañana del  Sábado Santo en Sevilla visitando a la Hermandad de los Servitas, con la pasión cofrade saliéndole por los ojos. Y así me gustaría recordarlo.
Angelito al cielo, ropita al arca. Esta especie de jaculatoria se la he oído decir a mi madre cada vez que se enteraba de que un niño había fallecido, como teniendo la seguridad de que ya estaría en la Gloria. Y aquí con más razón, pues este ángel además era cofrade, muy cofrade, y seguro que bajará más de una vez tallado en carne de madera sobrevolando la canastilla de cualquier paso de Cristo.
Descanse en paz. Y rogad a Dios para que la Virgen de los Dolores haga suyas las lágrimas de Pepe y Pilar alcanzándoles el consuelo, tan difícil en estos momentos. Y en estos días tan señalados para su Hermandad de la Oración en el Huerto.

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