Powered By Blogger

jueves, 20 de octubre de 2011

MORIR EN LA ORILLA

¿No habéis experimentado nunca esa sensación de luchar denodadamente  por algo en lo que has creído durante toda tu vida y sentir que no ha servido para nada?
¿No pensáis  muchas veces que los objetivos  que te has marcado no coinciden en absoluto  con los de aquellos que tú creías que remaban contigo en la misma dirección y resulta que iban en otra totalmente opuesta?
¿No habéis nadado contra corriente y cuando  estabais alcanzando la playa la habéis perdido de vista? ¿No habéis muerto alguna vez  en  la orilla?
Pues esa sensación me asalta más veces de las deseadas cuando considero algunos aspectos de nuestra reciente realidad cofrade.
Los que vivimos la transición de las cofradías, al mismo tiempo que vivíamos la transición política en un cambio de régimen que nada bueno auguraban para nuestras instituciones ni para la Iglesia, recibimos unas hermandades que languidecían, y  sobre todo que agonizaban en su vida interior. Y esto como consecuencia  derivada de un vacío generacional producido  por al boom económico de los sesenta (el Seat Seiscientos también  le hizo mucho daño a las cofradías) que al posibilitar nuevas formas de ocio alejó a muchos de las cofradías, viéndose de esta manera interrumpida la normal sucesión por razones de edad en las nóminas y en el gobierno de las hermandades.
Pero a pesar de las circunstancias y las carencias por todos conocidas, aquellos que dieron el paso al frente y aceptaron dirigir una cofradía y en condiciones tan adversas,  tuvieron claro lo que se traían entre manos, y recogieron el testigo respetando siempre su historia y su tradición. Lo que sucedería luego es bien conocido por todos.
Atraídos por el espectacular auge que las hermandades alcanzaron en los primeros compases de la democracia (y contra todo pronóstico) se fueron adhiriendo muchos advenedizos que jamás habían mostrado  el menor interés por la Semana Santa. Y de ahí, siempre a mi modesto entender, arrancan muchos de los males que ahora nos aquejan.
Las cofradías crecieron tanto y en tan poco tiempo, como una burbuja inconsistente, sin afianzar los pilares que la sustentaban,  que muchos, bastantes,  se arrimaron buscando no otra cosa que relieve social y notoriedad amparados por la avalancha de nuevos cofrades llegados en aluvión, sin formación, sin conocimiento del verdadero sentido que tenían estas entidades religiosas.
Algunos que literalmente se “cachondeaban” (perdón por el vulgarismo)  de  los que en aquellos años ya vivían por y para sus hermandades, han sido y son miembros de juntas de gobierno e incluso hermanos mayores,  porque pronto cambiaron de idea y se subieron al carro del triunfo en cuanto intuyeron que podían manejar, y si encima podían salir a cara descubierta en la procesión, mejor que mejor. Ustedes ya me entienden.
¿Dónde estaban cuando sacar una cofradía costaba sangre, sudor y lágrimas? ¿Dónde cuando nadie nos tomaba en serio? ¿Dónde se escondían cuando esto era considerado cosas de mariquitas y de tontos?
Y claro, con lo fácil que era destacar en un mundo tan mediocre, se hicieron dueños de una situación que ha propiciado en parte esta especie de recesión cofrade que ahora vivimos, al copar puestos decisivos en el entramado cofrade.
Otros, como nuevos ricos, fueron hermanos mayores sin tener ni idea de esto porque una vez pagaron las flores del quinario, una túnica para el Señor, o la banda para el palio, pensando siempre en su promoción personal, pocas veces en el bien de las cofradías, que si bien crecían en esplendor exterior, palidecían en su vida interna. Y es que por mucho que me quieran hacer creer que una barra en la casa hermandad  es hacer vida de hermandad, no trago. Eso no sirve para nada. Si acaso para la parte más visible del espectáculo; pero no para la parte seria.
Puede que, afortunadamente, esa generación también vaya  pasando. Y puede que nuevas generaciones quieran beber de aquellas fuentes donde el amor a las cofradías, con todo lo que  eso conlleva, fuera  el único motivo para acercarse a ellas.
Porque de aquellos polvos, estos lodos. Haría falta otra transición en las cofradías, pero a la inversa. Urge buscar la forma de hacer crecer por dentro a la hermandad. Por fuera, a la vista está lo mucho que hemos mejorado, pero no podemos conformarnos con eso. Este falso renacer de la Semana Santa no puede ser el canto del cisne de la celebración más hermosa que conocemos.
Solo así, los que lucharon por mantener viva la llama cofrade en tiempos nada propicios no tendrán la sensación del trabajo baldío, ni de morir en la orilla del esplendor de las cofradías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario