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jueves, 24 de enero de 2013

UNA DEUDA PENDIENTE CON JUAN MANUEL


Hay nombres en nuestra Semana Santa , y más que nombres, hombres, que encarnan por sí solos el alma de la hermandad a la que han servido con absoluta entrega y dedicación, nombrarlos es como nombrar a su cofradía. Son cofrades de raza que nacieron a la Semana Santa justamente cuando esta agonizaba y se debatía, en muchos aspectos, entre la dejadez y la desaparición. Pero que con la sabiduría que no se aprende en ningún libro con estampitas, ni en ningún sesudo tratado cofrade, sino con la generosa entrega de su tiempo (y de lo que no es su tiempo) tuvieron la valentía de rescatar la Semana Santa del ostracismo, salvando primero a las cofradías a las que pertenecían y a las que a pesar de todo siguen perteneciendo.

Persona íntegra, hombre de Iglesia, católico a carta cabal y excepcional cofrade, D. Juan Manuel Gil García pertenece sin ningún género de dudas a este privilegiado grupo. Haría falta algo más que un artículo para resumir la labor de Juan Manuel en su hermandad de la Esperanza, y por extensión, su aportación a la Semana Santa de Huelva en general. Es difícil encontrar alguno de los muchos logros conseguidos por la Hermandad de San Francisco en las últimas décadas sin que se adivine por detrás, pero sin hacerse notar, la figura de Juan Manuel Gil.

Fue motor y promotor. Serio, servicial, emotivo, ha sabido contagiar con su trabajo el entusiasmo por su cofradía a un grupo (también excepcional) de cofrades de la Esperanza que hicieron de esta hermandad el referente a seguir, el modelo a imitar, alcanzando hitos en la historia de la Semana Santa onubense jamás logrados.  Siempre fiel a sus ideas, a la Iglesia, incluso en  momentos de desencuentros con sus pastores, ni un mal gesto, ni un solo comentario contra nadie. Quizás por eso, por su paciente espera, y "como Dios es muy justo y no se queda con nada de nadie", fue testigo y actor principal en el logro de ver pasar a su Bendita Madre de la Esperanza  de una habitación de una casa en la calle Palos, a la gloria de un altar en la Plaza de las Monjas donde la Iglesia de Dios en Huelva, de manos de su Pastor, le ofrecía a la Virgen  esa corona de esplendores con la que se  coronaba  canónicamente aquella inolvidable tarde de junio. Mientras, en el tiempo que duraba ese camino que los llevaba de la Cruz a la Luz, todo un rosario de hechos que marcaron un tiempo excepcional en la hermandad y en Huelva : la vuelta de la Esperanza a su barrio, la construcción de un templo, su posterior ampliación, la ilusión de un cielo bordado para cubrirla, el sueño tejido en tisú verde y oro para cobijarla, la solemnidad de unos cultos, y el quedar prendido sobre el pecho de la Virgen y para siempre en forma de Medalla el amor de la ciudad  por su Esperanza. ¿Haría o no haría falta algo más que este artículo para reseñar la dedicación de Juan Manuel a su hermandad y a nuestra Semana Santa? Repito que no es que todo lo haya hecho él solo; pero siempre ha estado cerca de todo lo que se hizo. Lo que hubo en este tiempo irrepetible en la hermandad de San Francisco no fue una transformación, fue una auténtica refundación.

En cualquier ciudad que se preciara, este bagaje sería más que suficiente para que Juan contara con el reconocimiento y homenaje, primero de su hermandad, y luego con el de la Semana Santa en general. Pero resulta que estamos en Huelva, tacaña y cicatera como pocas con quienes más hacen por ella, donde cualquier recién llegado es elevado a la categoría de héroe y puesto de modelo a seguir, donde se muestra si no desprecio, al menos poco aprecio por los que se entregan a alguna causa sin otro interés que  procurar la grandeza de esa misma causa.

 He compartido momentos irrepetibles, muchos de gozo y otros de zozobra  cerca de Juan Manuel Gil. Y en todos ellos ha demostrado su  calidad humana. No creo que contar con su amistad deslegitime ni le quite un ápice de veracidad a este artículo, que seguro no le hace ninguna gracia que se haya escrito, pero que sinceramente he considerado de justicia hacer.

 Estoy convencido que de producirse, recibiría esas muestras de merecido afecto con la  misma emoción que le asoma por los ojos  cada vez que habla con pasión de  tantos momentos inolvidables como ha vivido al servicio de la Virgen de la Esperanza, de su hermandad de San Francisco y de la Iglesia de Huelva. Como su impagable servicio en la organización de la visita del Beato Juan Pablo a nuestra ciudad, que consideró más que recompensado con solo poderse postrar ante el Vicario de Cristo y besar su anillo.

La verdad es que no sé a qué están esperando. Mejor, no me explico a qué estamos esperando. De bien nacidos es ser agradecidos y una medalla de oro no cuesta nada en comparación con lo que cuesta ganarla...Y sobre todo merecerla como se la merece Juan Manuel Gil.

2 comentarios:

  1. Un homenaje desde la amistad de un amigo a otro. Sólo conozco al autor, pero sus palabras me han parecido más que acertadas conociendo, aunque sea por encima, la situación. Como ya estaba en Facebook, lo he compartido en mi perfil de Google+

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  2. Los que hemos tenido la gran suerte de estar cerca de él en esos momentos, no olvidaremos su persona, y sabemos que esa medalla de oro para mí la tiene desde hace tiempo, aunque quizas cuando se la concedan sea demasiado tarde. Gracias Juan Manuel!

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