Con el trabajito que le ha costado a la Iglesia
cristianizar durante siglos las fiestas paganas para que ahora de golpe, y a
inusitada velocidad, empecemos a recorrer el camino inverso.
En esta desnortada y desnaturalizada sociedad
española ya nada es lo que parece. Nos hemos ido encargando de que el día del
Pilar sea ahora el Día de la Fiesta Nacional, a los niños se les intente dar
vacaciones de invierno por Navidad, de primavera por Semana Santa, y porque les
salió mal y no pudieron (con la Conferencia Episcopal hemos topado) si no hoy
celebraríamos la Constitución el seis de diciembre y ya hubieran suprimido el
día de la Inmaculada Concepción, por cierto, Patrona Principal de España como
bien ignoran nuestros queridos políticos y ciudadanos en general.
Pero donde alcanzamos nuestro máximo grado de
catetismo, la cumbre de nuestra gilipollez, el cénit de la bobaliconería, es en
la celebración del solsticio de verano, solo superado de manera clamorosa, con
la estupidez elevada al máximo exponente, al climax de la horterada, con la
celebración de Halloween.
Bien está que la sociedad de consumo dicte sus
normas y nos obligue a comprar lotería de Navidad (¿y si cae aquí?) en las
casetas de colombinas, comer polvorones en oferta de los Ángeles en febrero sentados en los palcos de carrera
oficial, y que sea primavera, no cuando lo diga el calendario, sino cuando lo
anuncie El Corte Inglés. Pero lo más curioso y desconcertante es que esto tenga
el inestimable apoyo de los medios de comunicación, especialmente de las cadenas
de televisión más progresistas, dirigidos por los mismos que encabezaban hasta
hace unos años las más feroces manifestaciones antiyankis, quemaban su bandera
frente a cualquier consulado, y vociferaban en la verja de la base militar de
Rota (yankis, go home), y hoy a estos se les hace el culo Coca Cola (made in
USA, por supuesto, de la buena, buena) viendo a sus hijos o nietos disfrazados
de mamarrachos pidiendo de puerta en puerta de urbanizaciones, preferentemente
de extrarradios, truco o trato.
Tanto es así, tanto y tan pronto va arraigando en
esta vieja piel de toro esta americana majadería que ya puestos deberíamos
establecer, como los Nobel o los Príncipe de Asturias, un premio, pongamos que
la Gran Cruz de la Orden de Halloween, como máxima condecoración que distinga
cada noviembre la impotencia ante tanta estulticia y premie las enormes
tragaderas de una nación, la española, que se avergüenza acomplejada de su
mejor patrimonio sentimental, especialmente el religioso, y que no tiene
reparos en adoptar costumbres importadas, aunque sean tan absurdas como ésta
que nos trae.
Y que conste que esta simpleza afecta a tós por
iguá, valientes, de lo más granado de la sociedad hasta las capas más
populares. Vaya un ejemplo. Recuerdo que el mismo año que la muy pija revista
¡Hola! daba con todo lujo de detalle como novedad chuli, güay, ideal y
fenomenal, la fiesta de Halloween que la gran actriz y superior intelectual Ana
García Obregón le ofreció a su hijo y a
sus amiguitos, en Huelva, al mismo tiempo, empieza a celebrarse este monumental
esperpento promovido por la Asociación de Vecinos de El Molino de la Vega.
¿Qué? ¿Cómo se les queda el cuerpo? Es que los dislates no tienen fronteras. Y
con lo que nos gusta una novedad, aunque no sepamos exactamente en qué consiste
esa celebración, no nos importa apuntarnos. Y además si de camino vaciamos de
contenido religioso las fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos,
mejor que mejor. Todo muy lúdico, progresista y sostenible.
Claro que también las cofradías parecen que quieran
echar una manita cuando leo que una hermandad de nuestra provincia ha
organizado una "zambombá" (muy de Huelva también, por los cojones)
para el día dos de noviembre; o ya puestos podrían proyectar la cabalgata de
los horrores con muchas de nuestras dolorosas disfrazadas de Hallooween, más
que vestida de luto, con la cabeza vendadas, reliadas como momias, usando
ornamentos propios del sacerdote como estolas, y devanándonos los sesos sacando
supuestos estudios antropológicos para justificar semejante aberración diciendo
que vestimos a la Virgen como Sacerdotisa del Dolor. Y nos quedamos tan
panchos. Por cierto, el metro de tela negra está tela de barata en Tejidos Madrid
como para que algunos usen su túnica como disfraz esa joía noche, que más de
una he visto yo.
Con Halloween
ni trucos, ni tratos. O corregimos el rumbo, o aquí que ya no comemos pavo ni
por Navidad, (solo los que hacen régimen), lo acabaremos comiendo para celebrar
el Día de Acción de Gracias como al Corte Inglés se le meta entre ceja y ceja,
lo mismo que se propuso que triunfara ese señor gordo con barbas blancas y
vestido de rojo que llaman Papá Noél. Y vaya si lo consiguió.
La cosa
siempre ha sido mucho más fácil, más natural. Nadie nunca tuvo que venir de
fuera para enseñarnos a celebrar los tosantos ni los difuntos. Lo que tenemos
que hacer, lo que siempre hemos hecho, es oír misa para pedir por nuestros
seres queridos ya fallecidos, por todos los que murieron en nuestra Fe, para
que Dios los tenga con Él en la Gloria.
Y luego en
casa, en esas noches de noviembre, íntimas de crisantemos violetas, al calor de
un brasero oliendo a alhucema, leer las
Rimas y Leyendas de Bécquer, el Monte de las Ánimas, Maese Pérez el
organista..... y comer castañas y boniatos, y buñuelos de crema y huesos de
santo (Jorva, Jorva, ¿por qué me has abandonado?). Y vamos a dejarnos ya de
tantas tonterías. Señor, ¡qué hartura de trocherías! ¡Qué cruz de Halloween!