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viernes, 10 de abril de 2015

EL ELOGIO DE LA LOCURA



Hoy hace una semana. Sonaban las campanas en el mediodía desde la torre de la Concepción. Era la hora del Ángelus. El paso de palio, azul y oro, blanco y plata, de María Santísima de la Amargura apuraba los últimos minutos de una emotiva, larga y espléndida Madrugá.

La Banda de Música de las Mercedes de Bollullos  enlazaba la marcha Triana de Esperanza con el estribillo de Pasan los Campanilleros en el preciso y precioso instante en que caían, como llovidos del cielo (y esta lluvia sí que nos gusta) un torrente de pétalos de flores, una interminable cascada de colores sobre la Virgen, mecida, alzada en el aire de la mañana como una bandera de devoción en una valiente y eterna chicotá; poderosa, sublime, gloriosa...

En la puerta de la iglesia los últimos nazarenos, con los ojos fijos en la trasera del paso dispuesto para la recogida, se resistían a entrar en el templo, nadie se quería perder el momento único, radiante de sol, brillante de luz, de la despedida de la Amargura. Momentos tan de Ella, tan nuestros, tan de cada mediodía de Viernes Santo en Huelva...Tan de su hermandad.

Uno de esos nazarenos, logrando zafarse del gentío que acompañaba a la Virgen hasta su casa, entra por fin en la parroquia quitándose el antifaz y refiriéndose a la cuadrilla de costaleros de la Amargura exclamó sin dirigirse a nadie, como si hablase consigo mismo en voz alta: "Estos tíos están locos".

Y es que no hay definición más exacta ni puede haber elogio mejor. Nunca nadie dijo ni proclamó una alabanza mayor ni más certera a los costaleros que tienen la dicha y la gloria de llevar a la Virgen de la Amargura.

Porque decidme si no es reflejo de una locura de amor, mil veces demostrada a la Reina de la Madrugá, lo que derrocháis cada Viernes Santo. Decidme cómo llamaríamos al pundonor y a la vergüenza torera de la que siempre hacéis gala para honrar de esa manera a esta Celestial Capitana que hace que la llevéis a la recogida como si pesara menos que cuando salió. Cómo llamaríamos entonces a esa entrega sin medida debajo de sus trabajaderas: Sencillamente locura.

Porque hace falta ser artilleros de ley para bregar con la artillería pesada, en belleza y en kilos, del paso de la Amargura.

Si ya es casi una heroicidad salir en la Madrugá, luchar contra los elementos de la transgresión horaria, cuando el que más y el que menos lleva ya en el cuerpo el cansancio acumulado de una Semana Santa que empieza a terminarse, cuando una parte de ti busca el descanso pero vence la otra que te arrastra al esfuerzo, revestido de gozo, de meterte en la bodega de un galeón, y qué galeón, para que navegue por la ciudad en esa noche mágica, única, ancestral, aunque pocos sean realmente conscientes de su dureza, y más si se vive de costalero.

Pocos saben de los momentos de desaliento, cuando más pesan los silencios de la noche, que no la soledad. Incluso ante la indiferencia de los que en su legítimo derecho van a ver Semana Santa en otros lugares y pasan de puntillas sobre nuestra Madrugada, como si la ignoraran.

Si, como dijo el poeta refiriéndose a la Semana Santa "la vida es una semana", entonces la Madrugada es como la vida misma resumida en ocho horas de procesión, desde las cuatro de la mañana hasta el mediodía. La Madrugá nace  con expectación, como un niño, como una niña deseada. Pero pronto crece, sufre los avatares propios de la vida, caen los kilos, y se recrudece la pelea debajo del paso.

Pero en la más honda negrura de la noche, en la más profunda oscuridad, sabemos, y vosotros mejor que nadie, que la claridad nos espera en la Plaza XII de Octubre, en el Muelle, como decían los viejos de la hermandad, y que todo volverá a renacer con el clamor de la calle Marina, y en la Placeta, y en Méndez Núñez... Porque sois conscientes de que caminando bajo su manto azul se alcanza la recompensa, como cuando se acaba la vida y se alcanza el Cielo deseado, vosotros nos hacéis tocar el Cielo con las manos en una apoteósica recogida. Y como a todos nos gusta, con la desmesura que os caracteriza, como siempre la habéis entendido y sin ningún tipo de complejos. Por eso sois los elegidos.

Siempre he abominado de hacer distinciones entre las dos devociones, Cristo y Virgen, de una misma hermandad, de cualquier hermandad, donde ambos grupos se ignoran o incluso compiten en no sé qué absurda guerra, porque eso será lo que se quiera menos hermandad. Y nosotros pertenecemos a una donde la imagen del Señor acapara el fervor y la devoción mayoritaria no solo de la cofradía, sino de la ciudad entera. Por eso es mucho más meritorio vuestro trabajo.
Sois nazarenos  con la distinción especial de ser además costaleros de la  Amargura, como el mejor timbre de gloria, como un honrosísimo blasón de nobleza, ¿os parece éste poco título?


Quizá por eso no hace falta que llevéis ningún sobrenombre, ni deformar el hermoso nombre de la Virgen, y que incluso nos invita, como en el libro de Ruth, " a no la llamarla María, a llamarla mejor Amargura, porque su pena es profunda y amarga como el mar"... Y porque su bendito nombre de Amargura rima con locura, esa que le demostráis tener cada Madrugada de Viernes Santo bajo sus trabajaderas, obedientes a los golpes del dragón bajo el azul amparo de su manto, a esta Excelsa Reina de la Madrugá, a esta Celestial Señora del Alba. Y a saludarla como dice, canta y reza su himno: Salve, Amargura.

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