Hoy hace una semana. Sonaban las campanas en el
mediodía desde la torre de la Concepción. Era la hora del Ángelus. El paso de
palio, azul y oro, blanco y plata, de María Santísima de la Amargura apuraba
los últimos minutos de una emotiva, larga y espléndida Madrugá.
La Banda de Música de las Mercedes de Bollullos enlazaba la marcha Triana de Esperanza con el
estribillo de Pasan los Campanilleros en el preciso y precioso instante en que
caían, como llovidos del cielo (y esta lluvia sí que nos gusta) un torrente de
pétalos de flores, una interminable cascada de colores sobre la Virgen, mecida,
alzada en el aire de la mañana como una bandera de devoción en una valiente y
eterna chicotá; poderosa, sublime, gloriosa...
En la puerta de la iglesia los últimos nazarenos,
con los ojos fijos en la trasera del paso dispuesto para la recogida, se
resistían a entrar en el templo, nadie se quería perder el momento único,
radiante de sol, brillante de luz, de la despedida de la Amargura. Momentos tan
de Ella, tan nuestros, tan de cada mediodía de Viernes Santo en Huelva...Tan de
su hermandad.
Uno de esos nazarenos, logrando zafarse del gentío
que acompañaba a la Virgen hasta su casa, entra por fin en la parroquia
quitándose el antifaz y refiriéndose a la cuadrilla de costaleros de la
Amargura exclamó sin dirigirse a nadie, como si hablase consigo mismo en voz
alta: "Estos tíos están locos".
Y es que no hay definición más exacta ni puede haber
elogio mejor. Nunca nadie dijo ni proclamó una alabanza mayor ni más certera a
los costaleros que tienen la dicha y la gloria de llevar a la Virgen de la
Amargura.
Porque decidme si no es reflejo de una locura de
amor, mil veces demostrada a la Reina de la Madrugá, lo que derrocháis cada
Viernes Santo. Decidme cómo llamaríamos al pundonor y a la vergüenza torera de
la que siempre hacéis gala para honrar de esa manera a esta Celestial Capitana
que hace que la llevéis a la recogida como si pesara menos que cuando salió.
Cómo llamaríamos entonces a esa entrega sin medida debajo de sus trabajaderas:
Sencillamente locura.
Porque hace falta ser artilleros de ley para bregar
con la artillería pesada, en belleza y en kilos, del paso de la Amargura.
Si ya es casi una heroicidad salir en la Madrugá,
luchar contra los elementos de la transgresión horaria, cuando el que más y el
que menos lleva ya en el cuerpo el cansancio acumulado de una Semana Santa que
empieza a terminarse, cuando una parte de ti busca el descanso pero vence la
otra que te arrastra al esfuerzo, revestido de gozo, de meterte en la bodega de
un galeón, y qué galeón, para que navegue por la ciudad en esa noche mágica,
única, ancestral, aunque pocos sean realmente conscientes de su dureza, y más
si se vive de costalero.
Pocos saben de los momentos de desaliento, cuando
más pesan los silencios de la noche, que no la soledad. Incluso ante la
indiferencia de los que en su legítimo derecho van a ver Semana Santa en otros
lugares y pasan de puntillas sobre nuestra Madrugada, como si la ignoraran.
Si, como dijo el poeta refiriéndose a la Semana
Santa "la vida es una semana", entonces la Madrugada es como la vida
misma resumida en ocho horas de procesión, desde las cuatro de la mañana hasta
el mediodía. La Madrugá nace con
expectación, como un niño, como una niña deseada. Pero pronto crece, sufre los
avatares propios de la vida, caen los kilos, y se recrudece la pelea debajo del
paso.
Pero en la más honda negrura de la noche, en la más
profunda oscuridad, sabemos, y vosotros mejor que nadie, que la claridad nos
espera en la Plaza XII de Octubre, en el Muelle, como decían los viejos de la
hermandad, y que todo volverá a renacer con el clamor de la calle Marina, y en
la Placeta, y en Méndez Núñez... Porque sois conscientes de que caminando bajo
su manto azul se alcanza la recompensa, como cuando se acaba la vida y se
alcanza el Cielo deseado, vosotros nos hacéis tocar el Cielo con las manos en
una apoteósica recogida. Y como a todos nos gusta, con la desmesura que os
caracteriza, como siempre la habéis entendido y sin ningún tipo de complejos.
Por eso sois los elegidos.
Siempre he abominado de hacer distinciones entre las
dos devociones, Cristo y Virgen, de una misma hermandad, de cualquier
hermandad, donde ambos grupos se ignoran o incluso compiten en no sé qué
absurda guerra, porque eso será lo que se quiera menos hermandad. Y nosotros pertenecemos
a una donde la imagen del Señor acapara el fervor y la devoción mayoritaria no
solo de la cofradía, sino de la ciudad entera. Por eso es mucho más meritorio
vuestro trabajo.
Sois nazarenos
con la distinción especial de ser además costaleros de la Amargura, como el mejor timbre de gloria,
como un honrosísimo blasón de nobleza, ¿os parece éste poco título?
Quizá por eso no hace falta que llevéis ningún
sobrenombre, ni deformar el hermoso nombre de la Virgen, y que incluso nos
invita, como en el libro de Ruth, " a no la llamarla María, a llamarla
mejor Amargura, porque su pena es profunda y amarga como el mar"... Y
porque su bendito nombre de Amargura rima con locura, esa que le demostráis
tener cada Madrugada de Viernes Santo bajo sus trabajaderas, obedientes a los
golpes del dragón bajo el azul amparo de su manto, a esta Excelsa Reina de la
Madrugá, a esta Celestial Señora del Alba. Y a saludarla como dice, canta y
reza su himno: Salve, Amargura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario