D. José Peguero Ortiz, grandísimo cofrade onubense ya
tristemente desaparecido, cuando alguien se empezaba a interesar por ocupar
algún cargo en los gobiernos de las hermandades de sus dos grandes devociones,
la Virgen de la Victoria y la Virgen de la Cinta, siempre les preguntaba con
socarronería y retranca de hombre curtido en mil batallas cofrades, que como
todo el mundo sabe son las más cruentas: “Y tú, a qué vienes, a trabajar o a
poner dinero? Sin rodeos. Así de directo. Así de claro.
Si viviera hoy Pepe Peguero, no sé las respuestas que
obtendría a su incisiva pregunta. Porque, visto lo visto, hoy, no digo de a ser
servidos, pero, ¿a qué venimos a las cofradías, a servirlas o a servirnos de
ellas?
Los que crecimos en tiempos de estrecheces para las
cofradías tenemos muy desarrollado eso que un amigo mío ha dado en llamar “El
Espíritu de Recogimiento”, todo lo que podíamos “recoger” fuera, lo llevábamos
a la hermandad, y no al revés. Había quienes llegaban a la hermandad cargado con
lo “recogido” y salía con las manos vacías. Pero con el alma llena.
Todo lo que se pudiera aportar, bueno era. Desde los folios
de la oficina de tu trabajo escritos por detrás para hacer los paquetes del
dinero del cepillo, hasta los paños de quirófanos del Agromán (hoy del Juan
Ramón Jiménez o Infanta Elena) para limpiar la plata (y mira que son buenos);
desde arramplar con cuatro sillas viejas sobrantes de cualquier mudanza, hasta
los palés de una nevera que había en un contenedor. A todo se le sacaba partido.
Economía de subsistencia, creo que se le llama.
Cada uno aportaba según podía. Recuerdo al propietario de un
bar que colaboraba con su hermandad con los terrones de azúcar del café para
echarlos al agua de las flores porque así decían que duraban más. ¿Cuántas
circulares de hermandades no habrán hecho las fotocopiadoras de ciertos centros
oficiales con la eximente de que quién roba a un ladrón tiene cien años de
perdón?
Antes, y sin que tu mujer se enterara, se distraía dinero (y
más cosas) de casa para llevarlas a la hermandad. Pero ahora, parece ser que
ocurre lo contrario.
Todos hemos conocido a alguien que asegura no poder pagar
los cinco euros de una papeleta de sitio simbólica. Y te lo dice con un cubata
en copa de balón en la mano. Y al que se lleva un “puñaíto” de incienso, que
como todo el mundo sabe está para alabar al Señor, a la Virgen y a los santos,
y no para ambientar una tertulia jartible ni el comedor de un Friki, para eso
está el Ambipur…
Antes, cuando había alguna convivencia (o “combebencia”), la
gente aportaba algo para comer, (o beber). Hoy salimos de la casa hermandad con
los túpers (antes fiambreras) llenos con lo que ha sobrado del catering
carísimo que ha pagado la hermandad con todo el dolor del corazón del mayordomo
(antes tesorero), “total, si se va a quedar ahí…”
O el que se lleva las flores del paso para un enfermo, que a
saber cómo andaría de salud el que las trajo y encima costándole el dinero.
Bien está que se invite a comer al vestidor que no es
hermano (otra cosa es que acepte), al predicador de turno, al que haya hecho
altruistamente algo por la hermandad… Pero que se apunte el prioste, la mujer y
los niños, para que cuando lleguen a casa se tomen un vasito de leche y a la
cama…
Hoy hay que ver la de gente que acompaña al homenajeado
cuando la convidá corre a cargo de la hermandad, y lo solo que se ve el hermano
mayor cuando hay que pagar lo tuyo y encima la parte proporcional del invitado.
O el que se lleva los carteles y los boletines a espuertas,
que tiene que tener el altillo del ropero con más fondos que los sótanos del
Museo del Prado y que si tuvieran que pagar cada cartel a cincuenta céntimos
para la bolsa de caridad, no se llevaría ninguno.
Y así podríamos seguir hasta el infinito, y más allá. Puede
parecer un discurso prosaico, nimieces, “pecatas minutas”. Pero es
significativo de la actitud de muchos arrimados al gañote de las cofradías que
contrasta con aquellos cofrades que pusieron en riesgo (y algunos hasta lo
perdieron) su patrimonio para favorecer a su hermandad en tiempos de penuria, y
que a lo mejor no sería digno de aplauso, pero habla mucho de la diferencia de
criterio.
¿Dónde están esos cofrades que te metían en el bolsillo de
la chaqueta el día de la función unos cuantos billetes casi sin que te dieras
cuenta, y mirando para otro lado te decían que le compraras algo a la Virgen,
sin comprobantes, sin facturas, porque sabían que si faltaba algo para
comprarle aquella blonda que te encandiló en la vitrina de aquel anticuario, o
en el escaparate de Velasco, lo pondrías tú u otra víctima de alguna “puñalá”
cofrade , y que si sobraba, lo emplearías en cuatro caja de alfileres.
Existieron, tuve la suerte de conocerlos, de vivir el
desvelo de ellos por su hermandad. Fui testigo de su altruismo. Unos con
sobrada economía doméstica; otros, no con tanta.
Cierta vez, una señora, devota y cofrade, al bajarse de un
medio de transporte, sufrió un traspié con su consiguiente caída, lesionándose
sin gravedad. Pero se animó y denunció a la empresa ganando el pleito. La
indemnización que recibió tiene forma de peana de plata donde se asienta
durante todo el año una gran devoción de Huelva, ¿creen ustedes posible hoy
algo así?
Y está claro que en la actualidad se bordan sayas, se tallan
pasos, se consiguen cosas gracias al desprendimiento de mucha gente. Pero me da
a mí que hay más de lo primero, de cofrades que no sabrían, o no podrían
contestar a la lapidaria pregunta del recordado Pepe Peguero y aclarar a qué
venimos a las cofradías. Porque lo de venir buscando fama, notoriedad,
sobresalir en esta aletargada sociedad onubense, merecería un artículo a parte,
y mucho más largo…Otra vez será.
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