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domingo, 4 de octubre de 2015

Y TÚ, ¿A QUÉ VIENES?

D. José Peguero Ortiz, grandísimo cofrade onubense ya tristemente desaparecido, cuando alguien se empezaba a interesar por ocupar algún cargo en los gobiernos de las hermandades de sus dos grandes devociones, la Virgen de la Victoria y la Virgen de la Cinta, siempre les preguntaba con socarronería y retranca de hombre curtido en mil batallas cofrades, que como todo el mundo sabe son las más cruentas: “Y tú, a qué vienes, a trabajar o a poner dinero? Sin rodeos. Así de directo. Así de claro.

Si viviera hoy Pepe Peguero, no sé las respuestas que obtendría a su incisiva pregunta. Porque, visto lo visto, hoy, no digo de a ser servidos, pero, ¿a qué venimos a las cofradías, a servirlas o a servirnos de ellas?

Los que crecimos en tiempos de estrecheces para las cofradías tenemos muy desarrollado eso que un amigo mío ha dado en llamar “El Espíritu de Recogimiento”, todo lo que podíamos “recoger” fuera, lo llevábamos a la hermandad, y no al revés. Había quienes llegaban a la hermandad cargado con lo “recogido” y salía con las manos vacías. Pero con el alma llena.

Todo lo que se pudiera aportar, bueno era. Desde los folios de la oficina de tu trabajo escritos por detrás para hacer los paquetes del dinero del cepillo, hasta los paños de quirófanos del Agromán (hoy del Juan Ramón Jiménez o Infanta Elena) para limpiar la plata (y mira que son buenos); desde arramplar con cuatro sillas viejas sobrantes de cualquier mudanza, hasta los palés de una nevera que había en un contenedor. A todo se le sacaba partido. Economía de subsistencia, creo que se le llama.

Cada uno aportaba según podía. Recuerdo al propietario de un bar que colaboraba con su hermandad con los terrones de azúcar del café para echarlos al agua de las flores porque así decían que duraban más. ¿Cuántas circulares de hermandades no habrán hecho las fotocopiadoras de ciertos centros oficiales con la eximente de que quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón?

Antes, y sin que tu mujer se enterara, se distraía dinero (y más cosas) de casa para llevarlas a la hermandad. Pero ahora, parece ser que ocurre lo contrario.

Todos hemos conocido a alguien que asegura no poder pagar los cinco euros de una papeleta de sitio simbólica. Y te lo dice con un cubata en copa de balón en la mano. Y al que se lleva un “puñaíto” de incienso, que como todo el mundo sabe está para alabar al Señor, a la Virgen y a los santos, y no para ambientar una tertulia jartible ni el comedor de un Friki, para eso está el Ambipur…

Antes, cuando había alguna convivencia (o “combebencia”), la gente aportaba algo para comer, (o beber). Hoy salimos de la casa hermandad con los túpers (antes fiambreras) llenos con lo que ha sobrado del catering carísimo que ha pagado la hermandad con todo el dolor del corazón del mayordomo (antes tesorero), “total, si se va a quedar ahí…”

O el que se lleva las flores del paso para un enfermo, que a saber cómo andaría de salud el que las trajo y encima costándole el dinero.

Bien está que se invite a comer al vestidor que no es hermano (otra cosa es que acepte), al predicador de turno, al que haya hecho altruistamente algo por la hermandad… Pero que se apunte el prioste, la mujer y los niños, para que cuando lleguen a casa se tomen un vasito de leche y a la cama…

Hoy hay que ver la de gente que acompaña al homenajeado cuando la convidá corre a cargo de la hermandad, y lo solo que se ve el hermano mayor cuando hay que pagar lo tuyo y encima la parte proporcional del invitado.

O el que se lleva los carteles y los boletines a espuertas, que tiene que tener el altillo del ropero con más fondos que los sótanos del Museo del Prado y que si tuvieran que pagar cada cartel a cincuenta céntimos para la bolsa de caridad, no se llevaría ninguno.

Y así podríamos seguir hasta el infinito, y más allá. Puede parecer un discurso prosaico, nimieces, “pecatas minutas”. Pero es significativo de la actitud de muchos arrimados al gañote de las cofradías que contrasta con aquellos cofrades que pusieron en riesgo (y algunos hasta lo perdieron) su patrimonio para favorecer a su hermandad en tiempos de penuria, y que a lo mejor no sería digno de aplauso, pero habla mucho de la diferencia de criterio.

¿Dónde están esos cofrades que te metían en el bolsillo de la chaqueta el día de la función unos cuantos billetes casi sin que te dieras cuenta, y mirando para otro lado te decían que le compraras algo a la Virgen, sin comprobantes, sin facturas, porque sabían que si faltaba algo para comprarle aquella blonda que te encandiló en la vitrina de aquel anticuario, o en el escaparate de Velasco, lo pondrías tú u otra víctima de alguna “puñalá” cofrade , y que si sobraba, lo emplearías en cuatro caja de alfileres.

Existieron, tuve la suerte de conocerlos, de vivir el desvelo de ellos por su hermandad. Fui testigo de su altruismo. Unos con sobrada economía doméstica; otros, no con tanta.

Cierta vez, una señora, devota y cofrade, al bajarse de un medio de transporte, sufrió un traspié con su consiguiente caída, lesionándose sin gravedad. Pero se animó y denunció a la empresa ganando el pleito. La indemnización que recibió tiene forma de peana de plata donde se asienta durante todo el año una gran devoción de Huelva, ¿creen ustedes posible hoy algo así?


Y está claro que en la actualidad se bordan sayas, se tallan pasos, se consiguen cosas gracias al desprendimiento de mucha gente. Pero me da a mí que hay más de lo primero, de cofrades que no sabrían, o no podrían contestar a la lapidaria pregunta del recordado Pepe Peguero y aclarar a qué venimos a las cofradías. Porque lo de venir buscando fama, notoriedad, sobresalir en esta aletargada sociedad onubense, merecería un artículo a parte, y mucho más largo…Otra vez será.

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