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domingo, 7 de febrero de 2016

EL DESPERTAR DE LOS SUEÑOS




Amanece febrero abriendo el compás de la luz, alargando el paso de la claridad. Cada nuevo día que nace, uno tras otro, el sol, con su llamador de oro, con su luz cada vez más madura y con golpes cada vez más fuertes nos avisa para que nos vayamos poniendo en el sitio, porque la Cuaresma nos va a llamar. Y hay que estar atentos.

Cada uno en su sitio, cada uno pegado al palo de su responsabilidad, a la espera del golpe definitivo que levante a la Semana Santa, paso a paso, iremos adentrándonos en este tiempo prometido que ahora se hace gozosa realidad. Porque es ahora cuando despertamos de los sueños para empezar a vivirlos.

Despierta la cera, ayer requemo de desecho, hoy vela en flor que se estrena, pabilo incólume, que espera inquieta crepitando preludios en un altar de quinario. Se desvanece el sueño de un año y se va haciendo líquido derramado en la largura de los cirios, igual que la miel aterronada se va licuando sobre el pan en una bandeja de torrijas.

Vuelven a la vida las ráfagas de estrellas y el mágico colorido en el fajín del atuendo de una Virgen vestida de hebrea.

Renacen los agudos metálicos de una corneta y se tensan en la piel del tambor, casi erizándola, soñando redobles tras la sinfonía en la talla dorada de una canastilla, haciendo andar a un Cristo, a todo un Dios humanizado que abraza la Cruz.

Despertares de brillos en la plata guardada, velada por tules de plástico y adocenadas todo el año en las vitrinas. Se espabilan los ángeles, con cara de sueño, casi escondidos entre la hojarasca barroca de un paso de misterio, grande, imponente, soberbio...

Intuyen bailes el repujado de unos varales con el contrapunto metálico del sonido de los caireles de unas bambalinas, místico minuet danzado en ese palacio de la gracia que es un paso de palio donde la Reina de la Belleza, María Santísima, tiene su trono de plata y bordados. Y de luz sobrenatural.

Sueña la flor, aún cerrada, rozar siquiera el pie del Señor, aromar el dolor de la Virgen.

Se afilan en la piedra casi redonda de la luna que crece los alfileres para prender encajes, para formarle un marco de espuma plegada a la marea inmensa del llanto de una dolorosa. A ver qué cuadro de qué imposible museo supera tanta hermosura. Ni en sueños.

Y las calles, y las plazas, sueñan arabescos de humo perfumando el espacio purificándolo, para que por ellas pase el asombro renovado de una cofradía. Ensayan las esquinas y la estrechez de la calle los silencios del respeto y las avenidas anchas y abiertas la sonora ovación y el clamor del gentío.

El relente pone a punto el grado justo de humedad para dar brillo de charol al suelo por donde pisará el Señor de Madrugada y el sol aquilata calores para poner en la tarde cascadas de luz azul.

Se templa ya en la voz de una mujer, mientras trajina por la casa, la saeta que dejará mudo al pueblo cuando la lance de sus labios al aire en cualquier balcón, desde cualquier acera.

Mientras tanto, las lágrimas aprenden el camino para brotar, mitad emoción, mitad llanto transfigurado por una sonrisa de gozo.

Sueña el nieto agrandar su bola de cera y el abuelo poder besar, quizás por última vez, el pie de su Cristo, la mano de su Virgen,

A la espera del momento, ponen banda sonora a las escenas el trino de las golondrinas y la danza ritual en el aire de los vencejos sobre los brotes reverdecidos de una acacia; o de un naranjo viejo perlado de azahares nuevos.... Todo es anuncio y preludio, tiempo en barbecho, santa esperanza...

Pero es en las casas, todavía vestidas de invierno, cálidas de hogar, santuario inexpugnable de la herencia cofrade, del amor a una cofradía transmitido de generación en generación, donde al fin, y súbitamente, se truncará el sueño de un año, dormido en el altillo del ropero, cuando un costal vuelve a la vida y se despereza su arpillera y el lienzo blanquea otra vez bajo el peso caliente de una plancha; mientras, las túnicas limpias de cera vieja, oreadas en la azotea, cuelgan ya en sus perchas de alguna lámpara o de cualquier alcayata,y sueñan de nuevo con rigores de esparto, ritos severos; o con el brillo de una tarde de sol jugando en el raso de una capa.

Se inicia el camino, “ vamos hacia Dios” por un sendero de orillas moradas, cuarenta jornadas de andadura para alegrarnos con la “Hija de Sión” cuando el Señor entre en Ella “Salvador y Rey”. Entra la Cuaresma, la Santa Cuaresma.

Que entre, sí; pero sin prisas, paladeando los momentos, viviendo el instante las vísperas de la felicidad. Que avance despacio, sobre los pies, en una chicotá larga, soñada durante un año y que lleve a la Semana Santa a entrar por el portón de bronce del más hermosos de los domingos, glorioso de hosannas, cuajado de olivos, agitado de palmas rizadas. Que llegue la Cuaresma y nos encuentre dispuestos, cada uno en nuestro sitio, que sepamos responder al capataz que nos pregunta si estamos puestos. Y dispuestos. ¿Estáis? Pues atentos...

¡Mira que nos van a llamar!¡Mira que el tiempo de la espera ha madurado y el fruto de nuestros anhelos está en su punto exacto de sazón! ¡Mira que nos espera la gloria de ver una cofradía en la calle!¡Estáis puestos? ¡Que no se muevan todavía los zancos del suelo por la impaciencia, todo a su tiempo! ¡No corred! ¡Vamos a tirar fuerte “pa arriba” que el gozoso tiempo de la espera se acaba, o empieza, yo qué sé...! Pero aquí está ya... ¿Estáis puestos? Pues...¡”Toooooos por igual!¡A ésta es!


Con mis mejores deseos para todos de una muy feliz, santa y provechosa Cuaresma de 2016.

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