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lunes, 3 de junio de 2019

EL GESTO DEL REY




Cómo sabía yo que el gesto de S.M. el rey Felipe en el izado de la bandera iba a traer cola. Justo desde el momento que lo vi en televisión me dije que sería carne de zapping, motivo de sesudos debates en las ociosas tertulias de televisiones amarillistas`, compuestas de maestros liendres, que de todo saben y de nada entienden.

Esa negación de D. Felipe con la cabeza, y en primer tiempo de saludo mirando fijo a la enseña nacional, no iba a pasar desapercibida. Y sobre todo para cierto grupo social, para una determinada izquierda española. Sí, esa que ustedes están pensando.

Y es que, en honor a la verdad, esta celebración del día de las Fuerzas Armadas habrá sido “muy fuerte”, un duro golpe  para algunos, colmatando la paciencia de la posmodernidad y habrá puesto de los nervios a más de uno.

No hay que dejar de reconocer que este año el entorno elegido para la celebración ha sido  muy “complicado” para los mismos de siempre. Comprendo que para los políticos de importación como Echenique, Fachín (hay nombres que carga el diablo) y otros de producción nacional, como Garzón y compañeros mártires, se les indigeste la imagen de la Bandera Nacional izada justo en la Puerta del Príncipe de la plaza de toros de la Real Maestranza de Artillería, en Sevilla. Les habrá salido urticaria viendo la tribuna de los Reyes de España levantada al lado de la estatua en bronce de Carmen, la de la ópera de Merimée (por cierto obra del escultor onubense Sebastián Santos), o de otra de Curro Romero abriéndose de capote; o de la estatua ecuestre de la augusta abuela de D. Felipe, la muy castiza, por española, de Doña María de las Mercedes de Borbón y Orleáns, reina sin reinar. Y si a esto le añadimos el río, y el puente de Isabel II sobre el río, y la torre de Santa Ana asomando por los tejados de Triana en la otra orilla del río, habrá que reconocer que no puede haber corazón podemita que lo resista, a estos que padecen de hispanoisquemia ventricular izquierda, más bien ultraizquierda, que presentan evidentes síntomas de claro rechazo, por no decir odio, a todo lo que huela a tradición, y por extensión, a todo lo español. Tanta España junta, tanto tópico para ellos, tanta Sevilla, tanta Patria, tanta multitudinaria respuesta por parte de los ciudadanos, ha terminado por sacar de quicio y ha puesto de los nervios con principio de anginas de pecho a algunos que braman en las redes sociales por el gesto, adusto y desabrido, de desaprobación del rey cuando la bandera no fue bien izada, gesto que a lo mejor debía de haber reprimido, pero que tiene todo el derecho de expresar como jefe superior de las Fuerzas Armadas cuando las cosas no se hacen bien.

Con lo que les gusta a ellos, al progrerío nacional-estalinista-leninista, un “rey campechano” y en cuanto  D. Felipe tuerce el gesto y abjura en hebreo del cabo y del sargento que colocaron mal la bandera, le dan más palos que a una estera de la Real Fábrica de Tapices de Segovia, o de Crevillente. Critican este gesto de desaprobación del rey pero no aplaudieron otros gestos mucho más dolorosos, como cuando el todavía príncipe escondía impertérrito sus lágrimas confortando en IFEMA a los familiares del fatídico atentado de Atocha o consolando a los heridos en los hospitales de Madrid. O más recientemente, interesándose por las víctimas de las inundaciones de Mallorca.

 O ese gesto de verdadera contención y autocontrol de tener que soportar el desprecio y los insultos, a él y a la nación, de los separatistas cada vez que va a presidir en Cataluña algún acto inherentes a su cargo de Jefe de Estado, y sin que se le mueva un solo pelo de su real barba. O en las pitadas cada final de la Copa del Rey de fútbol: inmutable, con dos balones…incluso esbozando una velada, lejana y socarrona sonrisa, como buen Borbón. Por poner algún ejemplo.

Pero si estos desequilibrados  quieren saber de más gestos reales de D. Felipe, que le pregunten al hermano mayor de cierta cofradía de Huelva cuando  le quiso regalar a Su Majestad la medalla de su hermandad, con toda la ilusión y todo el afecto del mundo. Hasta que el entonces príncipe no se aseguró de que la medalla no tenía ningún tipo de valor material, que no era de oro, ni de plata, sino de calamina, su alteza no la aceptó. Solo cuando se le explicó el valor simbólico y sentimental, la cogió, la besó y se la colocó un rato, dándosela después a su ayudante de cámara, el jefe de día, concretamente a un militar (ayamontino precisamente) para que la guardara.

Si yo fuera el rey, el gesto que tendría con este tipo de personal, apóstoles de la demagogia y que lo insultan un día sí y el otro también,  sería un real y solemne corte de mangas, justo por encima, a una cuarta de la bocamanga de la guerrera con el símbolo de mando sobre mando que lo distingue como capitán general de los tres ejércitos…Por cierto, no les arriendo las ganancias a quienes colocaron mal la bandera y el mástil, y que consiguió torcer el gesto del rey… con su correspondiente monumental, monárquico y real cabreo.

Aún así, hasta con cara de pocos amigos, frunciendo el ceño, con la mano en la visera de la gorra de plato del uniforme blanco de la Real Marina de Guerra Española y negando con la cabeza en primer tiempo de saludo:

        ¡¡¡VIVA SIEMPRE EL REY DE ESPAÑA!!! 
Y a los que ustedes saben, un Lexatín cada ocho horas y una Cafinitrina debajo de la lengua, que los infartos están a la orden del día… y España, la Patria y el Rey no pueden prescindir de mentes tan privilegiadas como las de ellos.           

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