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jueves, 7 de junio de 2012

HABLANDO DE PEPE MIRALLES


A principios de los años setenta, anduvo algún tiempo rodando por la entrañable y antigua secretaría de la Hermandad del Nazareno una tarjeta postal Escudo de Oro que, con una imagen de la Esperanza de Triana en su paso, había sido franqueada en Sevilla (con un sello de dos pesetas) y que estaba dirigida a un ejemplar cofrade de la hermandad de la madrugada onubense.
 En esta misiva, su remitente, un cofrade de Huelva afincado en Sevilla por motivos de trabajo, se lamentaba con pesadumbre de la situación de postración en la que se encontraban las cofradías onubenses, de la prácticamente nula vida de hermandad, de la ínfima asistencia a los cultos, de la decadencia de sus procesiones, de la merma en el número de nazareno (entonces se decía penitentes) en los cortejos. Hablaba con amargura de las ruedas en los pasos, de las flores de plástico, de que incluso en determinadas cofradías tuvieran que dejar de salir alguno de sus  pasos por falta de medios. Narraba, en definitiva, la deriva que hacia su práctica desaparición había tomado la Semana Santa en Huelva.
Pero casi al final de la postal, dentro de su pesimismo, quien esto escribía vislumbraba un atisbo de esperanza. Lo decía más o menos con estas palabras: “A ver si ahora, con la nueva hermandad fundada por esos muchachos en las Colonias, se anima el mundo cofrade en Huelva” (Sic).
Este es el panorama con el que se encuentra uno de esos muchachos cuando irrumpe fundando, con un grupo de inmejorables cofrades, la Hermandad del Calvario. Esto es lo que hay cuando D. José Miralles Fedriani, liderando ese excepcional grupo, cambia para siempre el rumbo de las cofradías onubenses. Desde entonces, en Huelva, la Semana Santa ya no fue la misma. Tuvo la bendita osadía de  imponer, y además en un populoso barrio, la novedosa impronta de una cofradía de silencio, que como tal, era desconocida hasta ese momento en nuestra ciudad.
 Y una cosa llevó a la otra. Y entre venta y venta de cajas de cerillas y ponche en Las Colombinas para ir dotando de lo esencial a la nueva hermandad, al poco tiempo crea para Huelva la primera cuadrilla de hermanos costaleros que aporta el revulsivo clave para el renacimiento del conjunto de nuestra Semana Mayor. Quiso entonces Pepe Miralles para Huelva el  mismo esplendor, la misma emoción de la que él disfrutaba perteneciendo a la cuadrilla de hermanos costaleros de ese palio de ensueño que todos quisiéramos tener o sacar, donde una  Virgen equilibra en una balanza la sonrisa y el llanto en un barrio de Sevilla, allá por la Macarena. Ese mismo gozo que ha sentido durante treinta años (hasta el presente) ininterrumpidos como costalero y columna esencial de un paso de palio  universitario que cada Martes Santo impone entre los monumentos de piedra de la Catedral y Los Reales Alcázares otro monumento de plata y bordados en su transitar por la Plaza del Triunfo. Quiso para su tierra lo mejor que vio fuera. Y como los cofrades somos así, al cuarto de hora, sin ir allí, ya había aquí quienes sabían más que él. Dios mío de mi alma, ¿dónde estaban cuando las vacas flacas?
Conozco a Pepe desde hace muchos, muchísimos años, y no siempre hemos coincidido en gustos y preferencias cofrades, lo que he considerado enriquecedor en el contraste de pareceres. Hemos mantenido, y seguro que mantendremos, discrepancias de opinión sobre este mundo nuestro tan peculiar. Pero en lo que estoy absolutamente de acuerdo con él es en eso que dice tan a menudo de que a las cofradías se llega para acercarse a Dios y para hacer amigos. O es una pérdida de tiempo.
Profundamente creyente, católico a majamartillo, jamás lo vi tan feliz y realizado como el día en que las imágenes de su cofradía traspasaban las puertas de un templo construido en gran parte gracias a su entusiasmo, y que le costó algún que otro disgusto (cosa normal e intrínseco al ser cofrade) y dinero de su bolsillo (cosa ya no tan frecuente por estos pagos).
No conozco a nadie, ni a cofradía alguna, que habiendo necesitado de Pepe Miralles, sobre todo en asuntos del costal, haya cosechado una negativa suya. Siempre dispuesto a la colaboración. Y no siempre ha sido correspondido ni le han pagado con la misma moneda.
Nítidamente claro en sus argumentos, no es preciso entrar en el muro de su Facebook para saber lo que piensa de la Semana Santa. De la de aquí y de la de allí. Siempre ha defendido sus argumentos con vehemencia, lo que le ha costado más de un desencuentro, como si uno no pudiera tener sus propios criterios. Los que tenemos la suerte de conocerle bien, y mejor todavía, compartir con él mesa y mantel en animada charla cofrade, sabemos de su claridad de ideas, de su devoción cofrade, de su defensa de la Semana Santa y de las cofradías como medio de salvación en el seno de la Iglesia, y que alejada de ella no tienen sentido.
He dicho y escrito en más de una ocasión que nada hay en esta vida más ingrato que las cofradías, que suele castigar con el mayor de los desprecios a quienes mejor las han servido,  en todos sitios ocurre así, es cierto; pero aquí, de manera singular.  Y además, las nuevas generaciones sin conocer siquiera a este tipo de cofrades, claves en un momento determinado para la Semana Santa se unen, aun desconociendo a la persona, a ese coro que sigue alentando el silencio y el olvido, cuando no la crítica, para quienes fueron capaces de anteponer muchas cosas por el bien de las cofradías.
Y no es ya ningún reconocimiento lo que le debemos a este tipo de cofrades que como  Pepe Miralles, ni lo querrían , ni por otra parte, les  harían falta para que en justicia fuera valorado su trabajo en favor de la Semana Santa. Ni tampoco lo necesitamos los que le conocemos. Pero al menos sí haría falta y no estaría de más que su opinión fuera respetada como los que puedan opinar lo contrario que él. No creo que quiera ser modelo de nada, ni aleccionar a nadie, ni tampoco sobresalir como erudito en cofradías. No se trata de saber de cofradías, sino saber qué son las cofradías. Y aquí sí que no hay quién lo baje del burro, o son iglesia, o no son nada.
No soy yo mucho de escribir alegatos en defensa de nadie, las obras de cada cual hablan por sí mismas; ni soy mucho de dar consejos. Pero en esta ocasión me van a permitir que aconseje  a Pepe que aprenda a manejar mejor el Facebook, que todavía este mundo de Internet se le aparece como un invento del diablo, y claro está, el diablo suele jugar estas pasadas, dando pie a que se satanice al primero que se descantille. Y que deje de meterse en la camisa de una Semana Santa en la que parece ser que once varas no son suficientes todavía para que quepa la opinión de todos.
No creo que le haga mucha gracia este panegírico. Pero se conformará diciendo, como suele: “Estaría de Dios que fuera así” que se escribiera.

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