Vaya por delante que no soy rociero. Quizá porque mi
familia y mi círculo de amigos nunca lo
fueron. Pero no creo que haya en el mundo nadie a quien le guste la Virgen del
Rocío más que a mí, ni que sienta la fascinación que me produce la Sagrada
Triangulación de su bendita imagen donde parece cohabitar la Trinidad Santa. Y
en medio, enmarcado en un rostrillo, el sol sin ocaso de su rostro, como de
porcelana antigua, siempre con brillos nuevos. No creo que a nadie le embelese
más; a lo sumo, igual que a mi.
Tampoco nunca
hice el camino, ni pasé la Romería en la aldea. Algún rosario de antorchas,
alguna presentación de hermandades ante la Virgen, y un par de procesiones el
Lunes por la mañana, y poco más; ese es todo mi bagaje rociero. Mi Rocío es la
Virgen.
Las
televisiones, que en un momento determinado pudieron hacerle algún daño al
Rocío y que también han contribuido a la propagación de esta universal
devoción, son mis principales fuentes de alimentación y de información de esta
inigualable romería. Por el excepcional trabajo de las televisiones locales se
llena mi casa el día de la presentación ante la Hermandad Matriz, del colorido
de las flores de papel picado de los carros de Huelva y Emigrantes, de la
sinceridad de Gines; se detiene el tiempo con el cajón del simpecado de
Umbrete, reverbera en la memoria
recuerdos de una fundación en las islas con el exotismo del carretón de las
Palmas, con la especial belleza de la de la Palma… Se nubla con el humo de las
bengalas vedes y rojas en el rosario chico, y me desespero a la espera del
simpecado de la Hermandad Matriz a la vuelta del rosario de las Hermandades
para ver volar de madrugada a la Blanca Paloma, a la Virgen en brazos y a
hombros de Almonte, este año especialmente bien retransmitida y comentada por
Canal Sur.
Y también asisto como un romero más a la misa del
Real. Y es allí, en esa multitudinaria asamblea de fe donde este año aprecié un
simple detalle que recogieron casi de refilón las cámaras, pero que proclama el
celo eucarístico, el cuidado, la delicadeza, el mimo que la Hermandad Matriz de
Almonte pone no solo en las cosas de la Virgen, sino en todo lo que está bajo
su dirección, custodia y organización.
Resulta que una vez terminada la comunión, casi a
punto de impartir la bendición solemne de Pentecostés, el Obispo de Huelva, el
Excmo. Y Rvdmo. Sr. D. José Vilaplana Blasco se dispone a proclamar el Año
Jubilar Mariano en el Rocío. De pronto, detiene su alocución, se descubre y
reverentemente (lo mismo que el cardenal Sistach y el resto de concelebrantes)
se inclina ante Su Divina Majestad que era llevado hasta la reserva en la
capilla sacramental del santuario por un sacerdote, cubierto con un paño
humeral, precedido de luces y con una esquila anunciando su Real Presencia.
Esa aparente nimiedad proclama, al menos a mi parecer,
que la Matriz está para mucho más que para tocar las palmas y cantar
sevillanas. Ese delicado gesto a la hora de retirar del altar al Santísimo
Sacramento habla por sí mismo de que esta hermandad sabe abstrerse en el
momento del Pontifical de todo lo que la rodea y dotar a la celebración central
de la romería del mayor esplendor posible. Diáconos, subdiáconos, damáticas
rojas, los ambones, los copones para la distribución de la comunión, ciriales,
un paño de altar excepcional… Todo lo mejor para la celebración eucarística,
centro y razón de nuestra fe.
Así se hacen las cosas. De esta manera se arman de
razones para todo lo demás, y no es cuestión de justificar nada, pues el amor
desmedido de Almonte hacia su Patrona, hacia su auténtica Reina, a su verdadera
Madre, mirando a su bendito rostro se justifica solo.
Ahí tenéis como la Hermandad Matriz de Almonte es
mucho más que cante, baile y vivas a la Virgen. Y lo volverá a demostrar cuando
agosto labre una catedral de papel blanco y dorado para recibir a una Doncella
Viajera, a esa Dama del Camino, a una Divina Pastora, a esa Reina Marismeña que
durante nueve meses trasladará su corte a su pueblo y pondrá su trono en
Almonte, aunque ya lo tenga en el corazón de sus hijos. Mientras, sobre un
cielo de pergamino, un ángel sostendrá una leyenda escrita con la tinta azul
del agua de un lucio de Doñana, donde dice con el latín solemne de la antigua
devoción esta sentida jaculatoria: Regina Roris, ora pro nobis.
Dice mi amigo Fran, almonteño y hombre de la Virgen,
que después del resultado de la magistral procesión de este año, que ahora todo
el mundo quiere ser de Almonte. No me extraña, Fran. Viendo cómo hace las
cosas, las de la Virgen y las del altar, la Hermandad Matriz, yo también me
apunto.
Enhorabuena por tu escrito.... Es muy grande.... Hoy todo el mundo quiere ser de Almonte.... Pero para ser de Almonte hay que nacer allí, o por lo menos, sentir ese pueblo como ellos.
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