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jueves, 14 de junio de 2012

UN DETALLE EN EL ROCÍO


Vaya por delante que no soy rociero. Quizá porque mi familia y  mi círculo de amigos nunca lo fueron. Pero no creo que haya en el mundo nadie a quien le guste la Virgen del Rocío más que a mí, ni que sienta la fascinación que me produce la Sagrada Triangulación de su bendita imagen donde parece cohabitar la Trinidad Santa. Y en medio, enmarcado en un rostrillo, el sol sin ocaso de su rostro, como de porcelana antigua, siempre con brillos nuevos. No creo que a nadie le embelese más; a lo sumo, igual que a mi.

 Tampoco nunca hice el camino, ni pasé la Romería en la aldea. Algún rosario de antorchas, alguna presentación de hermandades ante la Virgen, y un par de procesiones el Lunes por la mañana, y poco más; ese es todo mi bagaje rociero. Mi Rocío es la Virgen.

 Las televisiones, que en un momento determinado pudieron hacerle algún daño al Rocío y que también han contribuido a la propagación de esta universal devoción, son mis principales fuentes de alimentación y de información de esta inigualable romería. Por el excepcional trabajo de las televisiones locales se llena mi casa el día de la presentación ante la Hermandad Matriz, del colorido de las flores de papel picado de los carros de Huelva y Emigrantes, de la sinceridad de Gines; se detiene el tiempo con el cajón del simpecado de Umbrete,  reverbera en la memoria recuerdos de una fundación en las islas con el exotismo del carretón de las Palmas, con la especial belleza de la de la Palma… Se nubla con el humo de las bengalas vedes y rojas en el rosario chico, y me desespero a la espera del simpecado de la Hermandad Matriz a la vuelta del rosario de las Hermandades para ver volar de madrugada a la Blanca Paloma, a la Virgen en brazos y a hombros de Almonte, este año especialmente bien retransmitida y comentada por Canal Sur.

Y también asisto como un romero más a la misa del Real. Y es allí, en esa multitudinaria asamblea de fe donde este año aprecié un simple detalle que recogieron casi de refilón las cámaras, pero que proclama el celo eucarístico, el cuidado, la delicadeza, el mimo que la Hermandad Matriz de Almonte pone no solo en las cosas de la Virgen, sino en todo lo que está bajo su dirección, custodia y organización.

Resulta que una vez terminada la comunión, casi a punto de impartir la bendición solemne de Pentecostés, el Obispo de Huelva, el Excmo. Y Rvdmo. Sr. D. José Vilaplana Blasco se dispone a proclamar el Año Jubilar Mariano en el Rocío. De pronto, detiene su alocución, se descubre y reverentemente (lo mismo que el cardenal Sistach y el resto de concelebrantes) se inclina ante Su Divina Majestad que era llevado hasta la reserva en la capilla sacramental del santuario por un sacerdote, cubierto con un paño humeral, precedido de luces y con una esquila anunciando su Real Presencia.

Esa aparente nimiedad proclama, al menos a mi parecer, que la Matriz está para mucho más que para tocar las palmas y cantar sevillanas. Ese delicado gesto a la hora de retirar del altar al Santísimo Sacramento habla por sí mismo de que esta hermandad sabe abstrerse en el momento del Pontifical de todo lo que la rodea y dotar a la celebración central de la romería del mayor esplendor posible. Diáconos, subdiáconos, damáticas rojas, los ambones, los copones para la distribución de la comunión, ciriales, un paño de altar excepcional… Todo lo mejor para la celebración eucarística, centro y razón de nuestra fe.

Así se hacen las cosas. De esta manera se arman de razones para todo lo demás, y no es cuestión de justificar nada, pues el amor desmedido de Almonte hacia su Patrona, hacia su auténtica Reina, a su verdadera Madre, mirando a su bendito rostro se justifica solo.

Ahí tenéis como la Hermandad Matriz de Almonte es mucho más que cante, baile y vivas a la Virgen. Y lo volverá a demostrar cuando agosto labre una catedral de papel blanco y dorado para recibir a una Doncella Viajera, a esa Dama del Camino, a una Divina Pastora, a esa Reina Marismeña que durante nueve meses trasladará su corte a su pueblo y pondrá su trono en Almonte, aunque ya lo tenga en el corazón de sus hijos. Mientras, sobre un cielo de pergamino, un ángel sostendrá una leyenda escrita con la tinta azul del agua de un lucio de Doñana, donde dice con el latín solemne de la antigua devoción esta sentida jaculatoria: Regina Roris, ora pro nobis.

Dice mi amigo Fran, almonteño y hombre de la Virgen, que después del resultado de la magistral procesión de este año, que ahora todo el mundo quiere ser de Almonte. No me extraña, Fran. Viendo cómo hace las cosas, las de la Virgen y las del altar, la Hermandad Matriz, yo también me apunto.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por tu escrito.... Es muy grande.... Hoy todo el mundo quiere ser de Almonte.... Pero para ser de Almonte hay que nacer allí, o por lo menos, sentir ese pueblo como ellos.

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