"EGO SUM PANIS VIVUS"
Quienes estos últimos días hayan entrado en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús se habrá encontrado con uno de los mejores altares de culto que últimamente se hayan podido ver. Y mire usted por dónde, no era ni el más alto, ni el más grande, ni el que tuviera más velas; ni siquiera el que más flores lo adornara. Era la materialización en tres dimensiones del mejor cuadro que de la Última Cena del Señor se pudiera haber pintado. La priostía o mayordomía de la sacramental del Polvorín ha logrado plasmar en el altar mayor de su parroquia una escena digna de ser expuesta en los mejores museos y de figurar en los más fiables catálogos de Arte, así, con mayúscula. Han conseguido que algo tan efímero como un altar de cultos vaya a permanecer en el tiempo y en la memoria de todo aquel que tenga un mínimo sentido de la estética, cofradiera o no.
Quienes estos últimos días hayan entrado en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús se habrá encontrado con uno de los mejores altares de culto que últimamente se hayan podido ver. Y mire usted por dónde, no era ni el más alto, ni el más grande, ni el que tuviera más velas; ni siquiera el que más flores lo adornara. Era la materialización en tres dimensiones del mejor cuadro que de la Última Cena del Señor se pudiera haber pintado. La priostía o mayordomía de la sacramental del Polvorín ha logrado plasmar en el altar mayor de su parroquia una escena digna de ser expuesta en los mejores museos y de figurar en los más fiables catálogos de Arte, así, con mayúscula. Han conseguido que algo tan efímero como un altar de cultos vaya a permanecer en el tiempo y en la memoria de todo aquel que tenga un mínimo sentido de la estética, cofradiera o no.
Y esto es lo que ocurre cuando se ponen los cinco
sentidos en lo que se hace. Y sobre todo cuando se sabe lo que se hace. Esto no
es fruto de la improvisación ni un acierto casual. Ni eso últimamente tan
extendido de poner por poner, como si fuera puro escaparatismo. Detrás de esta
escenificación de la Sagrada Cena hay
muchas horas de estudio, muchas ideas desechadas en el papel arrugado de la
memoria . Díganme, si no, cómo es posible lograr una composición tan perfecta con unas imágenes que en
principio no están concebidas en esa disposición , y sin embargo lograr que
entre ellas haya un elocuente diálogo. O cómo conseguir que el Iscariote quiera
salir de la escena como si fuera a huir por la puerta de la sacristía. Si
habláramos de pintura la escena sería comparable con la figura del mayordomo
que entra por la puerta en el cuadro de las Meninas de Velázquez. Porque para
lograr un efecto así, para conseguir un buen altar de cultos, el que lo monta tiene,
incluso sin saberlo ni ser consciente de
ello, nociones de arquitectura, haciendo de las medidas y de la proporción una
ley inapelable. Sabe también, y mucho, de pintura. Prueba de ello es el acierto
en la conjunción de colores en el ropaje de las figuras y en el de las flores,
¿por qué solo rojas o blancas? Y en la disposición de las dos piñas de cera,
justas, en su sitio y aportando calidez a la escena junto a los dos candelabros
de sobremesa. Y como eje central la leyenda
"Ego sum panis vivus"
cobijando al Santísimo Cristo del amor flanqueado por el Discípulo Amado
y por San Pedro. Hasta se presiente la presencia de la Niña del Polvorín vestida de hebrea, ensimismada en su Rosario
y contemplando todo tras las rejas de la clausura de su capilla sacramental, cerca
del cenáculo, como al parecer ocurrió en aquel primer Jueves Santo en el que
Cristo nos dejó su cuerpo hecho Pan en la Eucaristía. Es impensable que la
Virgen estuviera lejos de su Hijo en ese momento crucial para la Humanidad.
Pero por encima de todo en ese altar imperaba el
gusto cofrade, eso que no se aprende en ninguna academia de arte, ni en las
universidades, que es tan difícil de
definir y que o se tiene o no se tiene, y este altar lo tenía. Y bien que lo
tenía. Me ha recordado aquellos cuadros en plata que presidían los comedores de
nuestras casas o a los repujados en bandejas ovaladas en monumentos de Jueves
Santo.
No descubrimos nada nuevo si decimos que los
priostes o los mayordomos son los que modelan con sus manos (y sobre todo con
su imaginación) un altísimo porcentaje de la imagen que tenemos de una
determinada hermandad, el estilo que la define, que tantos años se tarda en conseguir; siempre he dicho que de todos los puestos de
responsabilidad en una cofradía, ninguno tan bonito ni tan entregado (si se quiere
hacer las cosas bien)como el de prioste. Aunque tan ingrato a la vez. Siempre
sometido a juicio y donde todo el tiempo que se le dedique a la hermandad será siempre
poco. Pero cuando se consiguen cosas como estas, como el altar de triduo de la
Cena Sacramental, todo se da por bien empleado.
Porque a esta perfecta estampa solo le faltaba la
banda sonora de una agrupación musical para que la viéramos perderse por el
recodo de la calle de los Tumbaos camino de la Plaza Niña, bajo la intensa luz,
azul y oro, de la tarde de un Domingo de Ramos, como lo veremos pronto, muy pronto. Ya mismito.
Gracias a la hermandad por mostrarnos así el
Misterio de la Sagrada Cena Sacramental, como en un cuadro en relieve, y
poniendo de relieve la categoría de sus priostes. Enhorabuena.
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