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jueves, 7 de febrero de 2013

UN CUADRO CON LA SANTA CENA


                                                            "EGO SUM PANIS VIVUS"


Quienes estos últimos días  hayan entrado en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús se habrá encontrado con uno de los mejores altares de culto que últimamente se hayan podido ver. Y mire usted por dónde, no era ni el más alto, ni el más grande, ni el que tuviera más velas; ni siquiera el que más flores lo adornara. Era la materialización en tres dimensiones del mejor cuadro que de la Última Cena del Señor se pudiera haber pintado. La priostía o  mayordomía de la sacramental del Polvorín ha logrado plasmar en el altar mayor de su parroquia una escena digna de ser expuesta en los mejores museos y de figurar en los más fiables catálogos de Arte, así, con mayúscula. Han conseguido que algo tan efímero como un altar de cultos vaya a permanecer en el tiempo y en la memoria de todo aquel que tenga un mínimo sentido de la estética, cofradiera o no.

Y esto es lo que ocurre cuando se ponen los cinco sentidos en lo que se hace. Y sobre todo cuando se sabe lo que se hace. Esto no es fruto de la improvisación ni un acierto casual. Ni eso últimamente tan extendido de poner por poner, como si fuera puro escaparatismo. Detrás de esta escenificación de la Sagrada Cena  hay muchas horas de estudio, muchas ideas desechadas en el papel arrugado de la memoria . Díganme, si no, cómo es posible lograr una composición  tan perfecta con unas imágenes que en principio no están concebidas en esa disposición , y sin embargo lograr que entre ellas haya un elocuente diálogo. O cómo conseguir que el Iscariote quiera salir de la escena como si fuera a huir por la puerta de la sacristía. Si habláramos de pintura la escena sería comparable con la figura del mayordomo que entra por la puerta en el cuadro de las Meninas de Velázquez. Porque para lograr un efecto así, para conseguir un buen  altar de cultos, el que lo monta tiene, incluso sin saberlo ni ser consciente  de ello, nociones de arquitectura, haciendo de las medidas y de la proporción una ley inapelable. Sabe también, y mucho, de pintura. Prueba de ello es el acierto en la conjunción de colores en el ropaje de las figuras y en el de las flores, ¿por qué solo rojas o blancas? Y en la disposición de las dos piñas de cera, justas, en su sitio y aportando calidez a la escena junto a los dos candelabros de sobremesa. Y como eje central la leyenda  "Ego sum panis vivus"  cobijando al Santísimo Cristo del amor flanqueado por el Discípulo Amado y por San Pedro. Hasta se presiente la presencia de la Niña del Polvorín  vestida de hebrea, ensimismada en su Rosario y contemplando todo tras las rejas de la clausura de su capilla sacramental, cerca del cenáculo, como al parecer ocurrió en aquel primer Jueves Santo en el que Cristo nos dejó su cuerpo hecho Pan en la Eucaristía. Es impensable que la Virgen estuviera lejos de su Hijo en ese momento crucial para la Humanidad.

Pero por encima de todo en ese altar imperaba el gusto cofrade, eso que no se aprende en ninguna academia de arte, ni en las universidades,  que es tan difícil de definir y que o se tiene o no se tiene, y este altar lo tenía. Y bien que lo tenía. Me ha recordado aquellos cuadros en plata que presidían los comedores de nuestras casas o a los repujados en bandejas ovaladas en monumentos de Jueves Santo.

No descubrimos nada nuevo si decimos que los priostes o los mayordomos son los que modelan con sus manos (y sobre todo con su imaginación) un altísimo porcentaje de la imagen que tenemos de una determinada hermandad, el estilo que la define,  que tantos años se tarda en conseguir; siempre  he dicho que de todos los puestos de responsabilidad en una cofradía, ninguno tan bonito ni tan entregado (si se quiere hacer las cosas bien)como el de prioste. Aunque tan ingrato a la vez. Siempre sometido a juicio y donde todo el tiempo que se le dedique a la hermandad será siempre poco. Pero cuando se consiguen cosas como estas, como el altar de triduo de la Cena Sacramental, todo se da por bien empleado.

Porque a esta perfecta estampa solo le faltaba la banda sonora de una agrupación musical para que la viéramos perderse por el recodo de la calle de los Tumbaos camino de la Plaza Niña, bajo la intensa luz, azul y oro, de la tarde de un Domingo de Ramos, como lo veremos  pronto, muy pronto. Ya mismito.

Gracias a la hermandad por mostrarnos así el Misterio de la Sagrada Cena Sacramental, como en un cuadro en relieve, y poniendo de relieve la categoría de sus priostes. Enhorabuena.

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