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jueves, 28 de noviembre de 2013

COMO ÁNGULOS COMPLEMENTARIOS (I)

Son cofrades los dos. Les separa una cierta, que no excesiva, diferencia de edad, pero les unen muchas cosas. Se conocen de toda la vida. Desde siempre la relación entre ellos se podría calificar de bastante más que conocidos pero sin llegar a la categoría de íntimos amigos. Y, aunque tienen una percepción muy distinta del acontecer cofradiero, se profesan sincero aprecio y mutuo respeto.


Pertenecen a cofradías distintas, y pese a sus diferencias de criterio cuando charlan de Semana Santa, lo hacen con sinceridad, sin tapujos ni paños calientes, mejor incluso que cuando lo hacen con gentes de sus respectivas hermandades o  de su más inmediato entorno, que suelen ser mucho más aduladores,  más agradadores, que siempre se adhieren inquebrantablemente, sin atisbo alguno de crítica, a lo que estos dos reconocidos cofrades digan, uno por lo que fue y otro por lo popular que es ahora en este mundillo gracias a su profesión. Por eso se tienen admiración, porque siempre se hablan con franqueza.

Hacía ya algún tiempo que no se veían y ayer se encontraron al cruzar la calle y como todo el mundo sabe que la eternidad es la despedida de dos cofrades en una esquina, pegaron la hebra, y después de media hora en pie hablando, acabaron tomando café  en ese bar tan poco cofrade que hay al final de la calle, de esos que huelen a lo que tienen que oler los bares, no a incienso a destiempo, bar elegido a conciencia para que no les importune ningún cofrade coñazo trayendo la última maldad, el último cotilleo vacuo como primicia, a las que somos tan dados, a lo que tantos y tantos holgados (por no decir holgazanes) se dedican por la calle Concepción. Y es que en esto de las cofradías hay muchos tontos con las tardes (y algunos hasta las mañanas) libres, qué envidia.

Y allí, en el bar, como es natural, el tiempo se fue diluyendo, esfumándose tan apaciblemente como solo ocurre cuando se está verdaderamente a gusto, cuando campea en torno a la conversación y al café o a la copa, la sinceridad y la tranquilidad de saber que lo que allí se hable no tendrá segundas interpretaciones, ni malintencionados dobleces. Lo que allí hablen se disolverá como el humo del tabaco que fuma, más de lo que debiera, uno de ellos.

- ¡Qué de tiempo sin vernos! ¿Cómo estás? (Dijo el de más edad)

-Bien, muy bien. Y es verdad; no nos vemos desde el desastre de la Magna...(Respondió el más joven)

-¿Desastre? Pues a mí me encantó. La pena es que lloviera el joío día diecinueve, porque sinceramente creo que hubiera sido algo memorable por el excelente ambiente que pude ver. Pero solo con lo que vi, como estaban los pasos presentados, los templos llenos, las calles a tentemonete, me ha merecido la pena. Ufff, Dios mío de mi alma, ¡cómo estaba mi Cristo!.

-Anda ya, si solo sirvió pa llenar los bares...Y tampoco tanto....Más gente había el otro día en la bendición, digo en la inauguración del Holea, con ministra y con su himno y todo...Solo faltó una salida extraordinaria. País de catetos y noveleros.....

-Y también sirvió para demostrar que cuando nos ponemos de acuerdo podemos hacer juntos grandes cosas lo digo por la Magna, no por Holea, jejejejeeee...

-¿Grandes cosas? Pero si para lo único que ha servido este magno despropósito ha sido para la bronca, para que hayan habido dimisiones, y no pocas; y para que se aproveche la coyuntura y cambiar algún capataz y poner a otro que resulte ser más familiar...Y sobre todo para poner a caldo al Toni. ¡Qué desastre de gestión!

-¿Desastre? mmmm... Puede. Pero qué callado estuvieron los que ahora tanto critican a este consejo con los desastres de consejos anteriores....Es que los hermanos mayores de hoy nada tienen que ver con los de antes.

-Será los de mucho, mucho antes, porque siempre ha habido de todo. Todavía me acuerdo de la presentación que se hizo en el anterior consejo de ciertos informes de las cuentas que recordaba lo de Groucho Marx, estos son mis principios y si no les gusta, tengo otros. Algunos, casi todos los hermanos mayores tragaron con todo, muchos  se lucieron, mostraron la verdadera cara de lo que tenemos.

-Es que ahora dejamos que cualquiera llegue a los más alto en las cofradías sin que tengan ni idea de esto, sin formación ninguna, algunos hasta sin gustarle este mundillo. Antes por lo menos ponían dinero. Ahora ni eso.

-Pues a lo mejor ese es el problema, que como ser hermano mayor antes daba tono porque se suponía que "tenían" dinero, ahora haya guantazos por serlo, aunque estén más tiesos que una mojama. Y eso, a mi entender, no debería ser así.

De alguna manera, en su interior, el más veterano de los dos admira la frescura, el desparpajo y la tolerancia que muestra el más joven, y piensa que con el acceso que por su trabajo tiene a los más jóvenes, haría un innegable servicio a las cofradías si les enseñara  que las hermandades son Iglesia y que tienen una vertiente espiritual que deberían potenciar.

-¿Y qué me dices del niñateo imperante? ¿Tú ves normal que nada más que estén pendientes de festivales, del costalito o de la trompeta? O de recoger dinero para la petalá de turno, o de ir pegando chillíos delante de la Virgen, trabajando solo en lo que les gusta y luego no tienes calzones de encontrártelos en ninguna misa...

-No todos son así, y a lo mejor esta deserción de los bancos de misa la culpa la tenéis los dirigentes de tu generación que no habéis sabido inculcarle el amor a la cofradía al mismo tiempo que el amor a los preceptos de la Iglesia, o incluso de muchos curas que se han despreocupado del cuidado pastoral de las cofradías, o por comodidad, o porque no ven en ellas el fervor religioso que se les debe suponer, ni el fruto apetecido, o porque algunos con razón, y otros sin ella, no nos pueden ni ver.

Los dos cofrades pasaron del café a la cerveza. En ese momento en la tele del bar estaban retransmitiendo desde Roma la clausura del Año de la Fe, y claro, no pasó desapercibido para ninguno de los dos, que se olvidaron del mundo  y seguían enfrascados  con la conversación de su imprevisto encuentro..

-Qué bueno el papa Francisco. Ya era hora de que un papa fuera humilde, que quisiera que la Iglesia mejorara y que se modernizara (comentó el joven)

-¿Que se modernizara?¿Tan trasnochada la veías antes y tan actual ahora? Pues mira la tele y fíjate que en la celebración los candelabros son los mismos, y con la Cruz sobre el altar, y los siete candeleros dispuestos como lo disponía Benedicto XVI, y el frente de altar, el antipedio, es el mismo que se usa en las grandes celebraciones, como en Pentecostés, por ejemplo, y veo un dosel cubriendo la troneta (dijo el otro, que no podía disimular su condición de viejo prioste) ¿Y no me querrás decir, que el papa anterior no quería que las cosas mejoraran en el Mundo...? ¿Más humilde? Pues a lo mejor se gastaba menos dinero usando, por ejemplo, los sillones que ya tiene el Vaticano y no mandando hacer otros nuevos. Lo que no puede ser es que para defender la magnífica labor de SS el papa Francisco se ataque al pontífice anterior. Además, me jode que el papa actual aparentemente le caiga tan magníficamente bien a según qué personajes y personajillos públicos y  según qué medios de comunicación que siguen satirizando, cuando no ridiculizando y siempre martirizando a un papa de la talla intelectual de Benedicto XVI. Somos Iglesia, y no podemos aplaudir o silbar a los papas según nuestro gusto. Son Vicarios de Cristo en la Tierra, con un nombre o con otro, más simpático o menos simpáticos, con más carisma o con menos tirón. Aquí lo que nos debe interesar es que gobiernen la nave de la Iglesia con el soplo del Espíritu, y buscando la santidad de él y la unidad de todos nosotros.

El más joven no apartaba la vista de la pantalla mientras apuraba la cerveza. De pronto se sonrió y preguntó cuando vio al Santo Padre Francisco con las reliquias de San Pedro en sus manos rezando el Credo:

-¿Habrá preguntado el papa a algún especialista si era correcto llevar así las reliquias?

Los dos amigos prorrumpieron al unísono en una sonora carcajada.

 Y como el tiempo iba pasando, ambos llamaron por teléfono a sus respectivas conyugues para justificar su retraso. La del más viejo ya estaba acostumbrada a las ausencias del marido por cuestiones cofrades. Pero a la esposa del joven, recién casados que están, la llamó el marido para tranquilizarla y justificar su tardanza. Ya se acostumbrará. Y como la imprevista tertulia iba para largo, quiso ponerla sobre aviso....  (Continuará)

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