Ocurre en determinados días, en momentos puntuales
del calendario. Sucede cuando acaba alguna celebración donde la ciudad ha
vibrado en ella y con ella, cuando se ha vaciado de emociones y al poco la
invade una especie de dulce melancolía, al tiempo que el recuerdo de lo vivido
va buscando sitio, más que en la memoria, para siempre en el corazón.
Ocurre cuando
a mediodía del tercer domingo de agosto se recoge la Virgen de la Cinta después
de su traslado; o el Domingo de Resurrección, caliente de cera derretida en la
memoria la recién pasada Semana Santa. Y ocurre infaliblemente cada último
jueves de Pascua de Resurrección cuando sale la Hermandad de Huelva camino de
El Rocío.
En cuanto la carreta traspasa la frontera de hierro
del Muelle del Tinto, y la trasera verde del simpecado donde campea el nombre
de Huelva y la fecha en la que la ciudad selló su amor con la Virgen se va
perdiendo entre los eucaliptos de Francisco Montenegro, la ciudad queda como
ensimismada, absorta en ella misma y en lo que acaba de ver y de sentir;
inmóvil, adormecida, confusa, varada en su misma orilla....
Como el niño que
rompe a llorar y parece que nunca va a recobrar la respiración; aturdida
después de presenciar esa eclosión de luz, color y sonido que es la despedida
de la hermandad del Rocío. Los pétalos de rosa que cayeron sobre el carretón, y
que ahora forman remolinos en el suelo a las puertas del ayuntamiento,
parecen papelillos que Huelva tirara
sobre el albero dorado de la Plaza de Toros de la Merced, para saber por dónde
le va a venir el aire antes de abrirse de capa para parar, templar y mandar el
toro de esta tarde que se le viene encima mansa y remisa, para discernir cómo
ponerla en suerte. Tarde hueca en la que los latidos del corazón de la ciudad van
ralentizándose conforme se va alejando el sístoles del tamboril y la diástoles
de la flauta cuando ya va la hermandad Punta del Sebo adelante.
Recostada en su memoria, a la hora de la siesta, los
lazos de la carreta siguen dibujando rizos de raso, y que ahora se le enredan
en la garganta anudando la tristeza de los que se quedan aquí y que quisieran
caminar tras el simpecado buscando a lo lejos la corona real que nos guía hasta
Ella. Es como dice la vieja sevillana, que el corazón a Huelva tras las carretas
se le va, se le va, se le va....
Huelva, que ha dejado que con la hermandad se vayan
todas las flores de sus jardines en los carros con flores de papel picado para
ponerlas a las plantas de la Blanca Paloma, en su melancolía, se ha guardado
para ella el luto glorioso de las flores moradas del jacarandá en el parque de
la Esperanza; reanima el tono de sus mejillas con el rosa pálido de los
castaños de Indias; pasea su tristeza por el mismo sendero orillado
de acacias amarillas caídas en las aceras de la Avenida de Andalucía; se perfuma
con el incipiente aroma de los magnolios en la Plaza de las Monjas; y se cubre
con el destello intermitente del sol que se filtra entre las hojas de los plataneros
de Pío XII, como si se pusiera un vestido de lunares dorados.
La magia de la luz que la caracteriza parece brillar
con sordina; el aguaje del Odiel matiza sus reflejos y la blancura de las
montañas de sal en la Caletilla enmorenan de golpe en la despedida de la Real
Hermandad del Rocío de Huelva.
No escarmienta con los años y siempre le pasa igual.
No se acostumbra. A pesar de haber ensayado emociones, de haber estrenado el
día anterior sus fervores rocieros con la partida de la Real Hermandad de Emigrantes,
incluso así, siempre le coge por sorpresa y al ver marchar a su hermandad se
le queda en los labios una sonrisa congelada, como de felicidad vivida, como de
ausente tristeza.
Porque de
alguna manera Huelva, si pudiera, se echaría a los caminos siguiendo a su
hermandad, hasta llegar a la marisma y poderse postrar con su gente ante la
Virgen del Rocío, y esperar a la amanecida única de la mañana del lunes a que
Almonte se la muestre y se pueda mirar en el espejo verde de su simpecado.
Solo entonces Huelva dejará de ser la ciudad
ausente, sin pulso. La extraña ciudad aturdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario