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domingo, 5 de junio de 2016

TIEMPO DE ESPIGAS



En la iglesia del viejo monasterio huele a incienso que alguien ha personalizado con raros, sutiles y secretos ingredientes. Se percibe en la sagrada calma del templo la inquietud en la preparación de los cultos solemnes al Santísimo Sacramento del Altar en la Octava de la Solemnidad del Corpus Cristi.

Fuera, en la calle y en la plaza donde se incardina el vetusto cenobio, en pleno corazón de la ciudad, la tarde bulle de sol y de gente ajena a lo que ocurre intramuros del sagrado recinto en esta tarde de comienzos de junio, de primavera tardía, de avanzadilla del inminente verano, cuyas luces líquidas de oro nuevo doran el cimborrio de la cúpula y la sencilla espadaña.

En el templo, el leve murmullo, como a soto vocce, de los preparativos de la inminente procesión claustral no distrae en la oración directa de los fieles a Jesús Sacramentado que ya aguarda resplandeciente en la soberbia custodia que lo sostiene.

Al punto, el sonido de las campanillas de plata de una cruz alzada que empieza a caminar anuncia que comienza la procesión. La única nave de la iglesia se llena de latines en las voces de la coral polifónica envueltas en el arrullo vibrante de la música del órgano, rito antiguo para nuevas maneras de Honrar al Santísimo. Porque no hay nada más nuevo que honrar al Señor como siempre se hizo.

Dos largas filas de hermanos vistiendo el chaqué oscuro, como quienes vistieran el hábito de la más severa orden monacal, seriedad en el semblante, gozo en la mirada y alegría en el corazón, preceden a la custodia alumbrando su camino. La comunidad del monasterio también participa y las luces de cera roja que portan las monjas se duplican en el mármol del suelo, espejándose en él la pulcritud con la que conservan el sagrado recinto.

Avanza la procesión claustral y el cuerpo de acólitos que precede al palio, hacen su ofrenda permanente al Señor: enhiestos los ceriferarios, de rodillas y al unísono los turiferarios, que con sus acompasados golpes de incienso, los dos al mismo tiempo y con la misma cadencia, aroman la iglesia, difuminando la escena, dibujándola como en un ensueño, mostrándola irreal. Pero verdadera, como la Augusta Presencia de Dios en la Sagrada Forma. Dos acólitos, sotana oscura y roquete blanco, de vez en vez, se arrodillan y lanzan a los pies de la custodia los pétalos de rosas que alfombran el camino de Dios Verdaderamente vivo en la Sagrada Hostia.

Bajo palio, el Señor Obispo enarbola la custodia como una bandera de Fe. Se aferra a ella casi reclinando su frente sobre el viril que anilla en oro y piedras preciosas al Amor de los Amores. La dignidad de un sucesor de los apóstoles mostrando a su Maestro, enseñándonos la razón última, y la primera, de nuestra Fe.

Y todo, bajo la celestial mirada de la Llena de Gracia, que desde el altar mayor preside la Solemnísima Función Eucarística…Para mayor Gloria de Dios.

Esto que narro, que a priori pudiera parecer la crónica de una procesión de tiempos muy pasados, con lenguaje rancio, por su autenticidad, por su desacostumbrada e inusual solemnidad, tuvo lugar el pasado día dos. Y lo que es mejor, tuvo lugar en Huelva, en la iglesia del convento de las RR MM Agustinas. Sí, las que están en la Plaza de las Monjas. Pero de esto no nos hacemos eco. No hay bandas, ni pasos, ni priostes virtuosos donde mostrar sus habilidades. Solo devoción a Jesús Sacramentado.

La Pía Unión de Adoradores del Santísimo Sacramento, de recentísima fundación, que allí, en las Agustinas, tiene su sede canónica, lo ha hecho posible. Le ha devuelto a Huelva la autenticidad de una hermandad sacramental pura, sin que nada les distraiga de su único objetivo: Dar culto diario a Jesucristo en el Sagrario, como hacen sus miembros diariamente, que por turnos de vela preestablecidos se postran diariamente en oración permanente a Jesús Sacramentado.

Quiero desde estas líneas felicitarlos. No es fácil en estos tiempos de prisas contar con una nómina, más que numerosa, de adoradores. Y que solo les mueva la pura y sincera devoción sacramental.

Gracias por poner broche de oro a los cultos eucarísticos en este tiempo de espigas maduras, como la madurez necesaria que habéis demostrado para embarcaros en esta aventura, tan difícil, tan poco atractiva para tanta gente. Y que la excelencia de lo vivido estos días atrás sea un estímulo para perseverar en la diaria oración al Señor, como me consta que habéis hecho desde el día siguiente a la procesión. Y solo a Su Mayor Gloria y en desagravio por tantas afrentas como del Mundo recibe.  

Enhorabuena y gracias. Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar           


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