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miércoles, 1 de marzo de 2017

CUARESMA DRAG




Es riguosamente verdad eso que dice la canción de que “Uno vuelve siempre a lo viejos sitios donde amó la vida”. Por eso me gusta regresar de vez en cuando, urgando en la memoria, a un tiempo feliz de juventud y reencontrarme otra vez en Las Palmas de Gran Canaria. Vuelvo a la isla donde viví en una época de desconocidas ilusiones, en la ejemplar transición de una época que acababa y otra esperanzadora que se iniciaba con augurios de libertades nunca antes vividas, en la incipiente democracia española. Y con diecisiete años.

Llego de una ciudad pequeña, apenas empezado su desarrollo industrial, de una Huelva de carencias y limitaciones, como un pueblo grande con pretensiones de capital, pero que constituía todo mi mundo, mi más querido mundo.

Y de pronto, a dos horas menos cinco de avión, me encuentro con una ciudad que los intelectuales de entonces llamaban cosmopolita y los de ahora, multicultural, variopinta, en la que el más escrupuloso respeto por cada raza, pensamiento, cultura y religión, se basaba el éxito de su feliz, pacífica y enriquecedora convivencia. Indúes, sudamericanos, negros, asiáticos y europeos tejían un entramado social perfectamente integrado y compatible en sus manifestaciones de todo tipo, culturales, artísticas, religiosas y hasta gastronómicas. Cuando aquí llamaba la atención ver un “moro” o un negro por la calle, allí era parte integrante del paisaje cotidiano.

En los comercios coexistían cuadros con fotos de Visnú, Buda y Shiva con los de la Virgen del Pino, celestial patrona de la isla. Recuerdo el fervor de las procesiones de la Virgen del Carmen de la Isleta. Perduran en mis recuerdos las campanas de la Audiencia de San Agustín mezcladas con la de la catedral, en el barrio de Vegueta, en Triana. Y la iglesia parroquial de Arucas, gotizante, labrada en piedra violeta, única en el mundo y que conserva un impresionante Santo Entierro. Y recuerdo también el profundo y sincero dolor que causó en la isla y en todo el archipiélago el robo sacrílego perpetrado en la sagrada imagen de la Virgen patrona de Gran Canaria.

 Así era aquella ciudad, aquella isla, poliédrica,  respetuosa, abierta, moderna y tradicional al mismo tiempo, con inequívoca vocación europea, cristiana, mayoritariamente católica en el respeto a las minorías. Algo ha debido cambiar, y mucho,para que hayamos asistido ayer lunes al bochornoso espectáculo de su hoy consagrado carnaval. Aunque no siempre fue así.

En aquelos años, el carnaval volvía tímidamente a ocupar las calles palmerinas después de años de prohibición, como fiesta oficial, aunque popularmente nunca dejara de existir. Y excepto algún disfraz esporádico de la consabida monja embarazada o del obispo al que le pendía un atributo mayor que el propio báculo, siempre se fue respetuso con la religión, nunca se alcanzó el grado de grosería del soez espectáculo vivido en la Gala Drag Queen del Carnaval de las Palmas.

Pero ahora da la sensación que se busca la superación de la barbaridad más grande con tal de superar en propaganda y esperpento otros carnavales vecinos, Y obtener más cuota de pantalla. Si no, no se explicaría esta obsesión con la religión Católica.

A ver cómo lo digo sin que se me tache de homófobo,  porque no es cuestión de opoción sexual, sino de respeto, decencia, de la más elemental educación, y hasta de estética, si me apuran.

Estos artistas, que por lo general piden que se retiren los símbolos religiosos de las calles, luego no tienen reparo en subir al altar de la chabacanería a un crucificado, máxima expresión de la fe de los que profesamos la religión Católica fundada por Jesucristo.

Mucho ha tenido, repito, que cambiar una sociedad para que aplauda semejante ordinariez, tamaña estupidez y la premien, y encima con dinero de todos.

Pero lo más sorprendente, al menos para mí, y donde mejor se refleja el grado de permisividad al que hemos llegado, es oyendo los comentarios de los entrevistados por todas las cadenas de televisión, y he dicho todas, calificando el aberrante numerito de “estética rompedora”, “innovador”, “transgresor” y justificándolo como (copio textualmente) “constatación de la doctrina de la iglesia Católica sobre la homosexualidad”. ¿De verdad alguien se puede creer esto? Empezamos llamando arte a cualquier cosa y acabamos así.

No voy a caer en la trampa de retarlos a que hagan lo mismo con otras religiones, especialmente con el Islam, porque no tendrían cojones, esos que aprietan en el tanga de brillos para que no hagan bulto y que seguro también aprisionan las neuronas.

Y mientras tanto, los católicos, a ver los barcos venir y a ver los barcos pasar. Nada. Mutis, por el foro y por el aforo de un inmenso teatro de silencios. Es verdad, y comprendo que no podemos estar manifestándonos cada vez que se ofende a la Religión, últimamente no haríamos otra cosa. Pero me parece que esto ya se está pasando de castaño a oscuro. ¿Dónde estamos los devotos de la Virgen en su tierra, en la Tierra de María Santísima?¿Dónde están los cristianos de la isla que en marea impresionante acompaña a la Virgen del Pino los casi veinte kilómetros que separa su santuario de Teror de la Catedral de Santa Ana cada vez que la Virgen baja a Las Palmas, o cada ocho de septiembre en su fiesta? Callados, sin querernos señalar. Y mientras tanto esta gente ganándonos terreno.

Respeto también a quienes opinan que comentar esta infamia es darles pávulo, difusión y propaganda que es lo que van buscando. Es posible. Pero, ¿hasta cuándo vamos a agachar la cabeza y dejar que nos insulten y nos hieran? Y tampoco es cuestión de rasgarse mucho las vestiduras, ni detomar la actitud de la duquesa ofendida, ni de que nos traigan las sales, soy consciente de que hay otras cosas que deberían herirnos mucho más, como seres humanos y como católicos, y también miramos para otro lado. Lo sé. Pero qué necesidad hay de tanta provocación.

La iglesia, ancestralmente ha venido celebrado en torno al miércoles de Ceniza (nada nuevo bajo el sol) el denominado Triduo de Carnaval, en reparación de las ofensas que Dios, la Virgen y los Santos reciben en estos días. Pues visto lo visto, sería menestrer  ampliarlo, de triduo a quinario, a septenario o a novena, o incluso a decena, como en San Juan del Puerto celebran a su santo patrón. Porque no vamos a dar abasto. Cada vez son más lobos acechando y lanzando dentelladas contra nuestra fe.

Esto es lo que hay, la peor degradación arrastrando la imagen de la Santísima Virgen y la de Cristo Crucificado por el fango de la blasfemia, de la aberración, de la obscenidad y del mal gusto y al parecer, si no con la complacencia, al menos con la indiferencia de la inmensa mayoría de los católicos, que cada vez tenemos las tragaderas más grande y una mayor habilidad para mirar a otro sitio, cuando no a justificar las barbaridades que se cometen con la iglesia. Con la Católica, que con otras no hay huevos que no reprima un buen tanga de lentejuelas.

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