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jueves, 16 de junio de 2011

DECIR LO QUE SE SIENTE


No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
                              (Francisco de Quevedo)

Si normalmente los cofrades cuando opinamos solemos soltar alguna que otra “jangá”, cuando  nos encontramos en periodo de elecciones el índice de “trocherías” se dispara.

De todos es sabido que en las elecciones de la hermandad del Nazareno concurren tres candidaturas, situación esta, a mi entender nada deseable, pero absolutamente lícita. Ni la primera,  y seguro que no será la última hermandad en la que ocurra.

Me cabe el honor de que dos de esas candidaturas hayan querido contar con mi colaboración, pero he declinado la invitación y no voy en ninguna de las tres. En ninguna aspiro a cargo de gobierno alguno. Pero lo que nadie podrá evitar es que unos me parezcan más capaces que otros y que a la hora de votar me decida por la que, a mi entender, mejor pueda desempeñar su labor y mejor pueda servir a la hermandad, ¿o también me lo van a prohibir?

Viene esto a cuento porque para criticar a alguna de esas candidaturas lo están haciendo conmigo, mejor dicho, contra mí. Además de no aspirar a nada en estas elecciones, llevo ocho años que estoy fuera de este juego. Precisamente a mí que durante este tiempo no he querido participar en nada, ni hacer nada que pudiera perjudicar a mi hermandad, ni he ido a reventar ningún cabildo, ni he hecho ni escrito  nada que pudiera perjudicarla, por muy mal que me hubieran parecido como se hicieran las cosas. Simplemente, me he mantenido al margen.

Siempre he pensado que el que la lleva la entiende y que las distintas juntas de gobierno deben tener la legítima libertad de actuar como lo consideren, dentro de lo establecido en los estatutos. Por eso, nada he dicho; nada he hecho. Es más, alguna vez que he sido requerido por la junta de gobierno para algo concreto, allí he estado.

Entonces, ¿a qué viene esto? Y lo que más me sorprende es que esgriman mi “alejamiento” estos últimos ocho años como principal argumento. Pero no se preguntan por qué. Me apartan y luego echan en cara que no vaya. ¿Ustedes lo entienden? Incluso algún ocioso ex-hermano mayor de  otra cofradía echa leña al fuego aduciendo que algunos años me he ausentado de Huelva en Semana Santa. Creo que lo que habrá querido hacer este señor es arremeter contra un buen amigo mío, excepcional cofrade e imprescindible contertulio dándole una patada, pero en mi culo.

Critican mi distanciamiento con la hermandad estos últimos años, pero no dicen nada de los años, todos los de mi vida, que me consagré a su servicio, y nunca recibí ayuda de ellos, ni falta que me hizo. Antepuse la hermandad a todo en el Mundo. Y no puedo decir que me equivoqué, porque estoy seguro que volvería a hacer lo mismo. Mientras muchos disfrutaban de la Semana Santa, de la de Huelva y de la de Sevilla, algunos ni nos podíamos mover de la iglesia. Sencillamente porque no teníamos tiempo, ni cuerpo.

Quizás en esto se aprecie mejor la relatividad del tiempo. Según Oscar Wilde, el valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con las que suceden. Será por eso por lo que hay momentos irrepetibles y personas inolvidables, y en la intensidad con la que he vivido la emoción de haber servido a mi hermandad no me va a ganar nadie.

Ahora es otro tiempo. Que no se preocupen por mí, no merece la pena. No quiero honores, ni causar lástima. A nada aspiro, si acaso a que me dejen en paz los que no tienen otros argumentos para criticar a una candidatura adversaria que haciéndolo contra mí. No soy ni víctima ni verdugo. Y como dice una canción de mi admirada María Dolores Pradera, a estas alturas de mi vida “miro pasar el Mundo como un carnaval, grotesco y burlón”.

Ahora no lamento, no siento lo que he dicho. Ahora he dicho lo que siento. Palabra.

Y a los posibles lectores de este blog, les prometo no volver a aburrirles con mis disquisiciones personales. De verdad.

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