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jueves, 23 de junio de 2011

VENID ADORADORES, ADOREMOS


El próximo domingo celebraremos una de las mayores solemnidades de la Iglesia Católica: La Conmemoración del Cuerpo y la Sangre de  Nuestro Señor Jesucristo, el Corpus Christi.

Tras la misa de Pontifical, el Santísimo Sacramento saldrá en la única procesión de obligada asistencia de cuantas se suceden a lo largo del calendario litúrgico. Y aún así, a nadie se le escapa que esta procesión languidece en la misma proporción que aumenta la asistencia a las de Semana Santa. A la vista está que no termina de contar con la masiva participación que su carácter e importancia merecen. ¿Por qué si esta es, si debe ser, la procesión más importante con la Real presencia de Jesús Sacramentado no se llena las calles a su paso? Algo estaremos haciendo mal.

Siempre que se aborda esta cuestión se alegan, sin mucho convencimiento, excusas tan peregrinas como lo inadecuado de su celebración en domingo, la climatología, la cercanía de las playas, el verano…Igual de cerca están las playas y el mismo o más calor hace para la bajada y las procesiones de la Virgen de la Cinta y la ciudad acude masivamente, dentro de la decadencia general que se aprecia últimamente en este tipo de actos religiosos, pero todavía masivamente.

Estas circunstancias podrán influir, pero no es la causa principal de la desmotivación existente. El verdadero motivo es la falta de conocimiento de lo que la Sagrada Eucaristía significa, de la falta de conciencia de lo que Dios supone en nuestras vidas. O al revés; esta situación define bien a las claras lo que la Religión supone para nosotros.

Por un lado, las cofradías, por costumbre, solo se han preocupado de llevar una digna representación que a veces no alcanza ni a sus juntas de gobierno, no hemos sabido transmitir al resto de la nómina de hermanos que la Eucaristía debe suponer el centro de nuestra vida cristiana. Pero por otro lado, sin la participación de las hermandades y cofradías, ¿qué sería de la procesión? ¿Quién acompañaría a la Custodia? Porque el pueblo fiel que se sitúa detrás del paso también es cada día más escaso. Si a esto le añadimos el poco interés de parte de los responsables parroquiales por animar  a los fieles a asistir al Corpus tendríamos las causas principales, que no las únicas, de esta decadencia. Si se están celebrando misas con el Señor en la calle, ¿cómo se va a facilitar la concurrencia a la procesión, incluso la propia participación del clero?

Y la solución, como a veces se oye decir, no pasa por llenar la procesión de pasitos (aunque su inclusión en el cortejo tampoco perjudicaría a nadie). La solución es mucho más compleja. El problema es más profundo, mucho más preocupante, es el vivo reflejo de la falta de creencia en Dios de esta sociedad, de su progresivo alejamiento de la Religión, de sus preceptos, de sus mandamientos. Un pueblo que engalana con profusión balcones , fachadas y edificios enteros por un triunfo deportivo, luego no es capaz de adornarlos al paso del Triunfo de la Eucaristía, como avergonzado de su condición de católico. Con que solo los creyentes exteriorizáramos nuestra reverencia al  paso de la Sagrada Forma engalanando nuestros balcones bastaría. Pero ni eso.

Y es que no se puede amar lo que no se conoce. ¿Cuántos jóvenes han asistido alguna vez a la Exposición de Su Divina Majestad? Con suerte, si son cofrades, alguna vez con ocasión de los cultos de regla de su hermandad. Aquí es dónde las cofradías pueden desempeñar un papel fundamental, transmitiendo a las nuevas generaciones la devoción a la Eucaristía, con el indudable poder de atracción que ejercen sobre la juventud. Y con las cofradías, los colegios religiosos y cualquier asociación de la Iglesia.

Claro está que esto sería posible si Dios no quedara desdibujado, como perdido entre otros elementos sin ninguna importancia que a veces ahogan la verdadera misión de una cofradía. ¿Cuántas veces confundimos la innegable y legítima belleza de un altar de cultos con el verdadero quinario que es el culto sagrado? ¿Cuántas veces llamamos solemnidad a una sobrecarga, tantas veces huecas, de actos, rosario, letanías, misa, exposición, salve y hasta imposición de medallas en una misma tarde? ¿Se preparan bien los acólitos, saben lo que significa su misión en el altar? ¿Vivimos con unción estos cultos o estamos deseando que acaben para cuanto antes empezar a montar los pasos? Y ni que decir tiene que esto sería imposible sin la colaboración de ministros  consagrados que propicien el conocimiento de la devoción  al Santísimo con todo el culto tradicional que ello conlleva. ¿Sabrían cantar los jóvenes el Tantum Ergo? ¿Sabrían decir qué es una bendición y una reserva solemnes? Pero si nadie les enseña nunca lo sabrán.

El próximo domingo oiremos insistentemente en el Himno Eucarístico la expresión Dios está aquí. Ojalá lo dijéramos convencidos, demostrando que lo creemos, exteriorizando esa Verdad. Si somos capaces de transmitir esa creencia, sobre todo a los más jóvenes, en poco tiempo al volver a cantar Venid adoradores, adoremos, seremos más los que acudamos a esa llamada. El inmenso Amor hecho Pan Consagrado nunca nos abandonará, ni la protección  maternal de la Virgen, Nuestra Señora. En Ellos confiamos.

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