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jueves, 20 de diciembre de 2012

A VECES LLEGAN CARTAS



Había oído hablar de ti, pero no te conocía. No sabía de tu proverbial belleza, pero la intuía. Tampoco sé qué suave céfiro impulsó mi nave trayéndome desde la orilla de la mar de Huelva hasta la orilla del Viar, ese lazo de río que ciñe a Cantillana por la cintura. Ni sé qué misteriosa voz me llamó para que una tarde de septiembre, azul y oro, acudiera a tu llamada. Y no tengo memoria de lo que sentí la primera vez que me postré ante tus plantas, Divina Pastora de mi alma. El caso es que ya desde entonces y para siempre quedé preso en el redil de tu hermosura. Puede que mi devoción a Jesús Nazareno, Señor de Huelva, me sirviera de aval para que el Nazareno de Cantillana, Señor de los Pescadores, me tendiera sus providenciales redes para que desde aquel día quedara enredado en el celestial resplandor de tu rostro.

Por eso cuando puntualmente en este tiempo de esperanza, como un precioso heraldo de la Navidad, recibo la tarjeta de felicitación de la Hermandad, de mi hermandad de la Divina Pastora y contemplo la imagen de la Virgen o  la del Divino Pastorcito que la ilustra, me alumbra una sonrisa  recordando los momentos vividos junto a Ella desde que una tarde de mayo, víspera de la fiesta de la Madre del Buen Pastor, puse casi temblando mi mano derecha sobre los Evangelios y juré "combatir por tu Gloria hasta triunfar" el día que ingresé como miembro en el Redil Eucarístico de la Divina Pastora de Cantillana.

Y es que a poco que agite mi memoria te veo pasar camino de la Plaza del Llano, sin el cayado en tu mano, la que sostiene la medalla de la villa, para que tu pueblo depositara en ella uno nuevo de oro y pedrería con el que pastorear tu rebaño en el tercer aniversario de tu advocación en aquel grandioso altar, efímero, sí; pero que permanece inalterable en nuestra memoria colectiva.

Te veo cruzando el río una radiante mañana, llueva, truene o luzca el sol, (siempre que vayas de romería la mañana será radiante), aquella vez que ibas  bajo templete a hombros de la fe pastoreña, o como siempre en tu carroza de plata camino de la aldea que lleva tu bendito nombre, allá por Los Pajares, donde hay una ermita en cuya espadaña brilla un retablo de azulejos con tu imagen. Esa imagen es para mí el faro que anuncia, cuando vengo de mi tierra, que el fin de mi camino se acerca y que piso ya la tierra prometida de Cantillana, reino y señorío de la Pastora Divina.

Revivo el último aliento de agosto, con la banda sonora del Himno Pastoreño,  y miro como vas alzándote por la ladera de un risco hasta quedar entronizada a la sombra de un rosal, en ese trono único y distinto que Cantillana eleva para su reina cada nuevo septiembre, que nunca luce más la parroquia ni parece tan grandiosa como cuando tú, Señora, la presides desde tu altura.

Y siento el calor del gentío como si estuviera delante de tu paso el día ocho, el día más grande del año, cuando "nos arrastras en marcha triunfal", como un delirio de nardos saliendo de la iglesia o como un abrazo largo y apretado en la estrechez encalada del  callejón de Josefa la del Caco, y siento cómo "nuestros pechos estallan de alegría" al contestar un ¡¡¡viva el orgullo de ser pastoreño!!! Fluye en mi interior un arroyo mudo de lágrimas cálidas al recordar cómo el Padre Álvaro te retira el sombrero descubriéndonos la nobleza de tu frente y haciendo que  comprenda y me aprenda para siempre y de memoria las dos leyes de un mismo concepto: la belleza de tu rostro con sombrero y la hermosura de tu rostro sin sombrero.

Y entreveo colgaduras en los balcones, y un celaje de banderitas, como un palio rojo y gualda que cubre toda la villa,  y arcos de papel picado, y una bóveda casi de catedral en mitad de tu calle de Martín Rey, y un revuelo de peinas y mantillas  en el rosario de gala, y al Santísimo Sacramento por una plaza entre naranjos en el último día de novena, y hasta resuena en mis oídos el canto de la Despedida.

Aunque hay algo, Pastora querida, que aún no tuve la dicha de alcanzar. Y es besar tu mano, ni al regresar de la romería, ni tu domingo de mayo. Esa mano con la que acaricias a tu oveja fiel. Cosas de la distancia, pero  que en ningún caso es el olvido, puesto que no hay ni un solo día que no te tenga presente, ni que te lleves una mirada o una salve en alguna imagen tuya, sea en el altar que tienes en mi casa, o en la del cartel que anuncia tus Fiestas Mayores colgado en la pared mi trabajo.

Por eso, como dice la canción, "a veces llegan cartas con olor a rosas llenas de esperanza; a veces llegan cartas que te dan la vida, que te dan la calma". Como la que cada tiempo de Adviento, puntualmente, me llega desde Cantillana con la imagen de una Pastora coronada de estrellas que me da la vida y que me da la calma, de esa imagen que siendo "siempre la misma" renueva cada día, al alza, la finura de sus perfiles en la grandeza de su imagen perfecta, "espejo de  justicia y de candor" donde se refleja la belleza de Dios y el amor de Cantillana por su Dueña.

Y es que este simple detalle de recibir una tarjeta con la imagen de la Madre de Dios,  Divina Pastora de las Almas, forma también parte de mi Navidad con la evocación de esos instantes vividos tan intensamente que quedan prendidos para siempre entre los pliegues de la memoria, que recordar es vivirlos dos veces, o cientos de veces a lo largo del año.

Con la imagen de la  Pastora Divina me felicitan la Navidad. Con ella quiero desearos a todos los lectores de este blog, especialmente a los pastoreños de buen corazón, y a los que sin saberlo también lo son, unas muy felices Pascuas de la Navidad y un venturoso 2013. ¡¡¡ Viva la Divina Pastora !!! ¡¡¡ Viva la Pastora Divina!!! ¡¡¡Viva nuestra Pastora Divina!!!

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