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jueves, 13 de diciembre de 2012

UN SEÑOR DE SEVILLA


En realidad casi no lo conozco. He hablado con él una sola vez, cuando fuimos presentados por el amigo de unos amigos. Luego, un saludo por la calle esperando el paso de alguna cofradía y poco más.
Pero aquella cordial conversación fue suficiente para confirmar lo que ya sospechaba de él y que los hechos corroboraron más tarde, que D. Enrique Esquivias de la Cruz ha sido hasta ayer mismo un excepcional hermano mayor para la hermandad de Ntro. P. Jesús del Gran Poder de Sevilla, o al menos desde la distancia así lo percibo yo.
Pero no lo digo solo yo. Hasta la prensa de todo tipo (morada o no, que ya es difícil) no ha dudado en calificar estos años de su legislatura como la "Era Esquivias". Y eso que no tiene que ser nada fácil estar al frente de una corporación de estas características, donde confluyen tantas sensibilidades, supongo que tantos pareceres y estoy seguro que tantos y tantos desvelos, al tratarse de esta tan universal devoción donde muchas cofradías se miran, o debiéramos mirarnos.
El hasta ahora hermano mayor no le ha faltado ocasiones para demostrar su sobrada capacidad de gestionar, ha hecho mucho y todo lo ha hecho bien. Y le ha tocado lidiar situaciones, cuanto menos, delicadas.
De todos los que ha cosechado, sin duda el acierto de los aciertos ha sido el resultado de la más que necesaria y justificada restauración de la imagen del Señor, valiente y al parecer definitiva, devolviéndonos el rostro del "Divino Leproso" suavizado en sus llagas, en las señales del tiempo, desvaneciéndose  en la memoria el carbón de siglos con el que el "Cisquero de San Lorenzo" nos ocultaba su rostro, el rostro de Dios en la Tierra.
Remozó la basílica, primer templo de peregrinación en Sevilla, dignificando la morada del Gran Poder. Acertó incluso a la hora de elegir el templo donde recibirían culto provisionalmente las imágenes de la hermandad mientras duraran las obras de su sede. ¿Habría templos? ¿Qué puertas no se le abrirían al Gran Poder? Pero mira por dónde fue a poner su altar en la iglesia de un convento, el de Santa Rosalía, donde la mano generosa de " El que todo lo puede" aliviaría alguna necesidad de la muy humilde comunidad de Clarisas, Franciscanas Capuchinas.
Consiguió en su momento, sin convulsiones, como fruta madurada a su debido tiempo, que las hermanas se incorporaran al anonimato del ruán, entremezcladas con las mujeres que empapadas en lágrimas de cera tiniebla (y de las de verdad) siguen presurosas en la Madrugada la imponente zancada de su Dueño.
Se atrevió sin complejos puristas a mostrarnos en la calle al Gran Poder como si Juan de Mesa hubiera vuelto para acabar de tallarle una túnica de cardos a su portentosa imagen.
Ha devuelto su primitivo esplendor al paso sobre el que camina El Señor al encuentro de su ciudad partiendo en dos la Madrugada de silencios y plegarias, y de plegarias en silencio. Y para que nada le faltara, para poner  definitivamente a prueba a un hermano mayor y a su junta de gobierno, un demente perpetra aquella salvaje atrocidad sobre la sagrada imagen del Gran Poder que puso una vez más de manifiesto la capacidad de reacción de este excepcional cofrade. No hubo herejes, ni iconoclastia , ni memoria nostálgicas del treinta y seis, ni actitudes inquisitoriales, ni grandielocuentes declaraciones enardecidas de fervor católico, ningún exabrupto...Supo diluir, desactivar lo que en manos de cualquier exaltado hubiera provocado efectos de indeseadas consecuencias. Solo templanza, perdón por las ofensas y confianza en la justicia. Más en la Divina que en la otra.
Y volvió a dar una aleccionadora muestra de lo que deben ser las cofradías en la Iglesia (siempre fidelidad al Pastor), no ya al aceptar, sino al estar dispuesto a ofrecer la participación  (si así era requerida) de la imagen del Gran Poder para el Via+Crucis del Año de la Fe con trece imágenes más, cuando Él solo sería capaz de congregar a los mismos o más fieles (he dicho fieles, no a gente) que las otras imágenes juntas, aceptando además ir en paso procesional cuando el deseo de la hermandad era que fuese en andas. Pero así se sirve a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida, sin intereses particulares.
En estos tiempos en los que muchos llegan a hermano mayor sin conocer en profundidad a sus propias cofradías, imponiendo tradiciones de hace un cuarto de hora y desestimando la de siglos; cuando tantos prometen en tiempo de elecciones y en la toma de posesión cultos, caridad y formación, lo que luego se traduce en barras de bar en las casas de hermandad y en la organización de actos escasamente religiosos, D. Enrique Esquivias dejó que el propio Señor trazara la hoja de ruta en su tiempo de mandato, sin proyectos de relumbrón de cara a la galería, conservando, aumentando y proyectando, con el mayor de los respetos, lo que la devoción, el tiempo y Sevilla han ido forjando en torno a la imagen del Señor del Gran Poder. Así de fácil; así de complicado. Solo gestionar y resolver con acierto. Ahí es nada. Sencillamente lo que hasta ayer mismo ha sabido hacer un señor de Sevilla, como hermano mayor de la hermandad del Señor de Sevilla.
 Bien me gustaría tener ocasión de escribir muchos artículos así. Pero me temo que no se presentan demasiadas ocasiones como estas. Aunque nunca pierdo la esperanza.

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