Justamente. Ayer,
aunque parezca que haya pasado mucho más tiempo desde la última
Madrugada, solo hace un mes. Treinta y un días tan solo desde que la oscuridad de la parroquia de la Purísima Concepción,
rayando casi el ángelus, fuera diluyendo en su interior la silueta azul y rosa
del paso de palio de María Santísima de
la Amargura concluyendo de esta manera, con su recogida, otra Madrugada de
Viernes Santo.
Pero no ha
sido una Madrugada más. La recordamos memorable, distinta, difícil de olvidar.
Todos tenemos la sensación de haber vivido una Madrugada especial. Y no sabría
explicar exactamente por qué. Pero muy
especialmente quienes tenemos puesta nuestra devoción en Ella, en la que es causa
de nuestra alegría, y es nuestra pasión, y nuestro delirio, en la Virgen de la
Amargura, coincidimos en que, al menos para nosotros, ha sido una Madrugada excepcional.
Los que tenemos el corazón latiendo con más fuerza
en la parte más "débil" de la cofradía, nos entendemos perfectamente
sin muchas explicaciones. Sabemos a lo
que me refiero si digo que tenemos más "mérito", que todo lo que
consigamos a favor de nuestra devoción, la menos multitudinaria, la más íntima,
la menos conocida fuera de la cofradía,
nos sabe mejor. Tenemos un sentido del reto mucho más desarrollado, no
nos importa vencer obstáculos para propagar esta devoción que no es más
reconocida por vivir a la sombra (bendita y soberana sombra) de quien vive y
que todo lo abarca.
Porque "ser" del Nazareno, de la
Esperanza, de Pasión, de la Victoria, no tiene mérito. Lo verdaderamente
especial es "ser" de la otra advocación de la hermandad, la menos
conocida, la menos nombrada.Por mucho que la hermandad conforme, y así debe
ser, una unidad siempre hay una imagen que suscita la mayor devoción y es la
que le procura ese tirón popular que la eleva sobre otras y que la hace ser
como es y la distingue de las demás. Y si no fuera así, es que ninguna de las
dos tendría verdadera devoción popular.
Además, de lo
que el corazón del pueblo siente y habla no se puede ni se debe dudar, ni ir en
contra, ni cuestionar su decisión. El juicio popular es inapelable. La boca
habla de lo que el corazón rebosa, y Huelva siempre ha hablado claro. Ya
podamos vestir de oro la advocación que sea que como la memoria devocional de
una ciudad diga que no, es que no. Ya nos podamos poner en cruz. Pero eso no
implica que no intentemos ofrecerle todo lo mejor. Y en el corazón de los
devotos de la Amargura no manda nadie. Solo Ella.
Siempre es más
difícil, pero en todas las cofradías hay quienes a fuerza de entrega y de
tesón, a contra corriente, multiplican su dedicación y logran que esas imágenes
eclipsadas por la popularidad de las otras que suscitan más fervor, se presenten ante nosotros brillando con luz propia. Impecables.
Por eso, cuando El Nazareno se recoge y toda Huelva
vuelve los ojos hacia la Virgen de la Amargura, es cuando lo que se hace por y
para Ella, aun a sabiendas de que nunca tendrá el reconocimiento ni la
repercusión que tiene todo lo que rodea al Señor , tendrá su recompensa, cuando
todo el esfuerzo tiene sentido al ver a la Amargura reinar en su mañana de
Viernes Santo.
Así que, desde los que le fundieron la cera en su
candelería hasta el que clavel a clavel, rosa a rosa, le dio forma a los fanales
de sus jarras; desde los que cuidaron de que la alumbraran las ciento treinta y dos velas de su paso durante toda la noche hasta los que la perfumaban de incienso; desde los que la pasearon en triunfo por las calles y que se
curtieron viernes a viernes de Cuaresma bajo sus trabajaderas hasta los que
fueron sus ojos en la noche santa guiando sus pasos; desde el que con siete
notas fue capaz y capataz de componerle la música que la lleva, y que cada vez
que irrumpe su marcha, Salve Amargura, suena a saludo de ángel de anunciación y
a oración solemne, hasta el que con la voz popular de una saeta, cantada a pie
de calle, sentenció que su sagrada imagen es "obra de Dios en una noche de
locura", y la proclamó "gitana pura y bendita por tó los cuatro
costaos"; desde las manos que desparramaron en el aire pétalos de flores a
su paso hasta quien pregonó a voz en grito que Tú eres la Reina de la Madrugá;
desde el que como un murmullo, entre dientes, ante tu paso mirándola a la cara le
decía bonita, hasta el que sollozaba
un guapa líquido y cálido de lágrimas; desde quien susurró un avemaría
mirándose en sus ojos hasta el que musitaba un bendita sea tu pureza para sus
adentros... Todos hicieron que la luminosa estela que un poco antes había
dejado a su paso Jesús Nazareno no se apagara, sino que brillara con más fulgor
y con luz propia, con la luz intensa que emana de La Amargura, de Ella misma, pues este año
incluso el sol alumbraba, tímido y pálido tras una mantilla de nubes finas.
Solo Ella brillaba con la luz divina que su figura irradiaba y que no se
desvanece en la memoria de quien te vio pasar por esa senda secreta entre la noche y el alba,
entre la aurora y el día, que nos lleva
hacia ti, y que solo conoce el corazón de los privilegiados que vemos en Ella
la razón primera de todo.
Y esto fue hace justamente un mes. A veces parece
que fue hace siglos y a veces parece que fuera ayer. Pero todavía resuena en
nosotros el Dios te salve Luna Llena de despedida en el dintel de su casa pero
que ya es patrimonio de la memoria de los que vemos en Ella a la Reina y Señora
de nuestras almas, y para los que por encima de Ella no hay nada ni nadie que
pueda desplazarla. Más hermosa que Tú solo Dios, solo Dios. Salve Madre, Salve
Amargura.
Foto: Juan Luis Rodríguez
Foto: Juan Luis Rodríguez
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