Ahora que desde tantos y tan
distintos frentes, y hay que reconocer que muchas veces con razón, se pone en
tela de juicio la labor de los priostes; cuando en este circo de tres pistas en
el que estamos convirtiendo la Semana Santa cualquiera opina y cualquiera desde
un periódico o con un perfil en Facebook se cree catedrático de lo que se
tercie, no sería mal momento para pararnos a reflexionar sobre el trabajo de
este importantísimo, mal que a muchos les pueda pesar, aspecto de una cofradía.
Los priostes, esos buenos
priostes que todos hemos conocido en tantas cofradías, son gente especial, no
en sí mismos, sino por el carácter del trabajo que desempeñan. Ellos no
trabajan con papeles de la secretaría, ni con los dineros de la mayordomía, por
supuesto que tan necesarios para la hermandad como cualquier otra cosa. Los
priostes tratan con lo más sagrado, nada más y nada menos que con las sagradas
imágenes y todo lo que las rodea. Pero siempre están expuestos a la crítica del
que sabe de cofradías y de los que no tienen ni remota idea de lo que es esto.
Muchos, muchísimos grandes
cofrades han empezado su andadura en la priostía de la hermandad. Y como lo que
se roza (casi siempre a diario) es lo que se quiere, han creado un vínculo con
su cofradía difícil de disolver. Suele ser gente entregada, celosa de su labor,
dedicados a su empresa, agonías (no jartibles como ahora se les ha dado en
llamar a los que están todo el año hablando de Semana Santa, pero solo eso,
hablando).
Pocos cargos en las juntas de
gobierno son a la vez tan agradecidos ni tan sacrificados, si es que se quiere
desempeñar con honradez. En una priostía siempre, absolutamente siempre, hay
algo que hacer. El prioste, la mayoría de las veces no vive la Semana Santa,
vive para la Semana Santa. Mientras, otros, en pleno fragor de la Cuaresma tiene
tiempo para todo y disfrutan de una exposición, o de un concierto, o pueden
asistir al Vía+Crucis de esa imagen que tanto les gusta, o a la presentación
del cartel. Los priostes, por lo general y en esa época (por algo un amigo mío
les llama “pringostes”) andan hasta el cuello de trabajo, “pringaos” hasta la
coronilla. Son a los que les toca recoger cuando los demás salen corriendo al
acabar la función, los que no encuentran ya nada encima de la mesa, ni una mala cerveza, cuando
después del quinario, de apagar y recoger, al fin llega al refrigerio fraterno
que se daba en la casa de hermandad. Ni cola de pescado (frito). Ellos trabajan
mientras otros disfrutan. Al menos en las cofradías que yo conozco donde no
hay personal a sueldo.
Por otro lado, y
generalmente, siempre han sido personas reconocidas en su labor y muy queridas
por los hermanos, sabedores del sacrificio que acompaña a esa abnegada labor.
De lo que haga el prioste, o
le permita hacer la junta de gobierno, depende en un altísimo porcentaje la
imagen pública de la hermandad. De ellos es la responsabilidad de mostrar con
decoro a los demás hermanos y a la ciudad entera, como ya dijimos antes, lo más
sagrado de la cofradía, a Cristo y a la Virgen titular. A ellos, a los
priostes, les corresponde la gloria y la responsabilidad, ¿nos parece poco
importante su labor?
Entonces, ¿qué es lo que está
ocurriendo para que estén últimamente en la picota, siendo objeto de las más
despiadadas críticas? Pues sencillamente por lo mismo que está ocurriendo en
otros aspectos de la Semana Santa pero que nadie critica, que incluso aplauden y
jalean: La desmesura, la desnaturalización de las funciones que están llamados
a desempeñar y el confundir un altar de cultos con un cursillo de
escaparatismo. Y bien que me duele, palabra de honor, escribir esto.
De un tiempo a esta parte
parece que no se montan los altares para glorificar a Cristo o a la Virgen,
sino para vanagloria del prioste o de la junta que se lo consiente. Ponemos más
interés en el altar del besamanos, más “creativo”, que en el triduo, que nos
aviamos con lo que haya. Consentimos que las dolorosas se muestren en noviembre
más bien disfrazadas que vestidas de luto, en aras de no sé qué rigor
historicista. Imágenes de dolor vestidas para la Inmaculada como si las hubiera
vestido Murillo, manto celeste al viento del virtuosismo (que indudablemente
tiene) el que la viste. Pero esto no es una demostración de habilidades. Para
eso está la papiroflexia y los programas de Art Attack. E incluso hemos llegado
a ver la solemne incongruencia de imágenes de gloria vestidas de luto, o de
hebrea. Sentadas en un sillón desfondando previamente el asiento y recreando un
candelero con guata acrílica. Creo que todo tiene una lógica medida. Y unos límites. Y
por supuesto que cada uno es muy libre de hacer lo que quiera y le dejen hacer.
Vemos altares donde menos la imagen de la
Virgen todo ha sido pedido a otras hermandades, y es normal hacerlo en
ocasiones singulares, y por perentoria necesidad, por idoneidad e
identificación de lo que se quiere celebrar excepcionalmente, pero creo que no
por sistema. Así se da el caso de que un año el altar es “espectacular” y al
año siguiente que no se pide nada, el altar pasa inadvertido. Y se les saca
menos fotos. Ya se sabe: Días de mucho, vísperas de nada.
Hay altares que con cuatro
blandones han creado escuela. Y otros donde solo ha faltado poner un columpio o
un tiovivo, y han creado saturación. No es cuestión de cantidad, ni siquiera de
calidad, sino de medida. Tanto el minimalismo como el maximalismo tienen
cabida en nuestros altares de culto. Hasta el manomalismo, que dicen los
entendidos en marketing que es la ciencia o habilidad de mostrar más con mucho
menos.
He pertenecido desde siempre
a la priostía de las hermandades. Sé, como muchos, de horas interminables
preparando en la casa de hermandad, de entrar en la iglesia al atardecer y
salir al amanecer del día siguiente, de cenas a las trágalas en la sacristía, y
como cualquier prioste, he sabido apreciar y agradecer la gloria de tener en
mis manos el objeto de la devoción de miles de personas. Por eso me duelen las críticas como al primero, pero hay que reconocer que nos estamos pasando.
Siempre pienso, al ajustarle la túnica al Señor las oraciones, las súplicas, las confidencias que se esconderán entre sus pliegues, soy consciente del privilegio de presentar su imagen a la devoción de la ciudad. O cuando, y en dos etapas diferentes en mi vida, le tengo que colocarlos atributos a la imagen procesional de Nuestra Señora de la Cinta, celestial patrona de Huelva, o preparar su paso, o montarle su altar. Jamás dejo de considerar semejante honor.
Siempre pienso, al ajustarle la túnica al Señor las oraciones, las súplicas, las confidencias que se esconderán entre sus pliegues, soy consciente del privilegio de presentar su imagen a la devoción de la ciudad. O cuando, y en dos etapas diferentes en mi vida, le tengo que colocarlos atributos a la imagen procesional de Nuestra Señora de la Cinta, celestial patrona de Huelva, o preparar su paso, o montarle su altar. Jamás dejo de considerar semejante honor.
Ayer sábado, cuando
precisamente atendía a la Virgen en su altar y limpiaba las huellas que los
devotos de la Cinta dejan en el cristal que la protege en su camarín, como
quienes acarician el sueño y quisieran romper el vidrio que los separa de Ella,
pensaba justamente en esto, en que un prioste se debe solo a cuidar, a
perpetuar generación tras generación la devoción y la identidad de las
imágenes. Esto no es, ni debe ser una competición o trabajar con las miras de
dar el “pelotaso” en el próximo altar de
cultos.
Libreas y música fúnebre en
cultos de hermandades populares, imágenes de cofradías de silencio dándole
vueltas de tuerca a la seriedad poniendo tan poca luz en la capilla que tienes
que entrar agarrándote a las paredes y besar la imagen palpándolas primero…
Falta de identidad y de criterio. Trasgresiones de estilo que empobrecen.
Ojalá que supiéramos mantener
limpio, como el cristal que protege a la Virgen Chiquita, la idea y la
personalidad de cada una de nuestras hermandades, gracias a Dios todas únicas y
diferentes, y huyéramos despavoridos de la homogeneización. O que supiéramos
respetar el legado que nos dejaron nuestros mayores, engrandeciéndolos, claro
que sí, mejorando lo mejoreble, siempre de frente, pero donde las únicas huellas que dejaran los priostes en el cristal de
la cofradía fuera el del respeto y la fidelidad a sus hermandades, acabando con
la absurda competición de querer sorprender en la presentación de las imágenes
en sus cultos. ¿Dónde ha quedado la imaginación
y sacar de donde no había de los viejos priostes?
Y esto no se puede confundir
con inmovilismo. Eso es otra cosa distinta.