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domingo, 16 de febrero de 2014

LA LLAMADA DE SAMUEL

Pongamos que se llama Samuel. Pongamos que apenas es un muchacho de catorce o quince años que un día al revolver de una esquina, como dice la copla, se encontró de golpe con la belleza de una cofradía en la calle.
Tanto le impresionó, tanto le emocionó, tanto le cautivó, que su día a día desde entonces gira alrededor de lo que ya considera su propio  mundo y que hasta aquel momento del encuentro era un mundo totalmente desconocido para él: La Semana Santa.
Su creciente dedicación a la hermandad de su devoción le ha hecho implicarse en  tareas hasta hace poco tiempo totalmente desconocidas para él. Está comprendiendo día a día que el esplendor con el que él se encontró en aquella esquina de la casualidad trae aparejado el trabajo interno de todo un año en la intimidad en la casa de hermandad y en el templo.

 Siempre dispuesto al trabajo, a aprender más, Samuel no parece que vaya a ser de los que aparezca en cuaresma y antes de que llegue El Corpus se haya olvidado de su cofradía. No creo que su naciente y creciente pasión se vaya a limitar cada año al tiempo que va desde el último cohete de San Sebastián al primero del Rocío. Igual me equivoco, pero me da a mí que no.
 Parece ser que a esto lo ata algo más profundo que una procesión, que un costal, que una corneta o que un ratito llevando un cirio. Aquí hay algo más. Y parece que bueno.

Todo le atrae. Todo le interesa. Ávido de conocer la interioridad de este peculiar submundo ha ido observando los diferentes grupos donde se trabaja por la hermandad. Y llevado por su fina intuición, cree haber encontrado su lugar. Además un lugar especial, vocacional. Quiere servir en el altar como acólito. Porque al mismo tiempo que ha ido creciendo su pasión cofrade se ha ido despertando y acrecentando su fe.

 Con discreción, pero con la confianza que ha encontrado entre sus hermanos, se dirige al promotor de cultos para decirle que hay algo que le impide desempeñar esa soñada misión de servir en el altar, o donde sea necesario, como hermano de la cofradía , porque Samuel no está confirmado, ni ha hecho la primera comunión, ni siquiera está bautizado.

Y es aquí donde se pone de relieve la vigencia de una hermandad en pleno siglo XXI. Ahora es cuando se demuestra su utilidad, una de sus principales razones de ser: la de acercarnos a Dios y a su Iglesia (la otra es hacer amigos), aparte de otras consideraciones, todas válidas, que a las cofradías cada uno llega por el camino que quiere . Pero las cofradías, como catequesis, pueden llegar, si se les permite, a donde hoy no llegan, porque no puedan o porque no quieran, ni la familia, ni el colegio y a veces incluso ni siquiera la parroquia.

Por eso, Samuel está recibiendo ya la catequesis necesaria para entrar a formar parte del Pueblo de Dios por el sacramento del Bautismo, y para que pueda cumplir su vocación de servicio a la hermandad. Y la está recibiendo de manos de una de sus futuras hermanas de cofradía, hija, qué casualidad, de padre cofrade, y bien cofrade, bajo la supervisión de un sacerdote, y buen sacerdote, joven, con ímpetu, que valora a las cofradías y además es párroco de Samuel y ha confiado a la hermandad su formación.

Y es que a pesar de tantas cosas las hermandades siguen atrayendo a través de los sentidos. Son  válidas. Porque aunque sea de andar por casa, las cofradías siguen haciendo el patente milagro de suscitar la Fe en quienes la contemplan, con su plástica catequesis, hermosas como pocas, especialmente en los jóvenes.

Y sigue llamando, como Dios  a Samuel en el Antiguo Testamento. Y siempre habrá quien le conteste: "Habla, Señor, que tu siervo escucha". Como el muchacho que nos ocupa a quien Dios lo ha querido para que sirva en la mesa del altar como acólito, de momento.

Sirva este caso, absolutamente real, como un manifiesto escrito en el pliego de descargo de las cofradías que son capaces de lo mejor y de lo no tan bueno, que da golpes de cal y a veces de arena, pero un camino de indudable valor que bien andado es capaz de acercarnos a Dios, cuyos caminos, como vemos, son inescrutables. Y uno de ellos es enamorarse de una cofradía.

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