Sin
proponérmelo, he guardado un respetuoso luto de silencios. He preferido esperar
a que la ermita de Montemayor haya recobrado la calma después del júbilo de su
romería, en este tiempo en que la primavera dobla la rodilla ante el sol de
junio, como los católicos nos humillamos ante la Custodia del Corpus. Ahora, reposados
ya los recuerdos agolpados en la memoria al saber de la partida de este mundo
de Penas hacia el eterno reino del Amor de un insigne cofrade, último de los
legendarios, quiero rendir en estas líneas un sencillo homenaje a D. Fermín
Tello Camacho. Y lo he querido hacer hoy, a treinta y un días de este mayo,
cuando la Virgen, blanca azucena del Amor, más Amor destila.
La
primera vez que hablé con este convencido cofrade fue un Lunes Santo de hace ya
no sé cuántos años. A pocas horas de salir la procesión (cosas de aquellos
tiempos), mientras Paco Contioso ceñía
con una ensarta de esmeraldas la cintura de la Virgen, Femín culminaba el paso
tapando huecos, dignificando aquel palio
verde liso con todo el cariño y su buen hacer. Recuerdo que con la iglesia
todavía vacía, sin nazarenos, en esos momentos de quietud en el templo antes de
la eclosión de la salida, me hablaba de la hermandad, de proyectos, de palios
bordados, de cambiar el gloria con la Virgen del Rocío por otra con Montemayor,
de una candelería nueva, de la gracia torera de aquellos varales baratilleros,
y me hablaba de Semana Santa y del Nazareno de la Concepción. Y aquel niño
asistía absorto a una de las primeras lecciones magistrales que de cofradías
recibió en su vida. Desde aquel día le profesé un sincero afecto y profunda
admiración.
Luego,
cuando con el correr de los años tuve el honor de trabajar por mi hermandad del
Nazareno en distintos puestos de responsabilidad, siempre encontré en este cofrade
de raza comprensión, apoyo, complicidad. A pesar de la diferencia de edad
entreví siempre en él, como en un muy reducido grupo de viejos cofrades, un
referente, un camino marcado por ellos que debíamos recorrer los más jóvenes
para que la transmisión de la fe en las cofradías se lograra sin distorsiones,
adaptándonos a los nuevos tiempos, pero conservando su auténtico sentido de siempre. No estoy muy seguro de
haberlo conseguido.
A veces
pienso que la vida de Fermín Tello, vista desde la distancia, siempre corrió
paralela a la vida de la hermandad de las Tres Caídas. Desde el dulce y difícil
momento de la fundación en la Milagrosa hasta alcanzar la gloria que hoy goza,
Fermín también tuvo que pasar por ese purgatorio de puentes en la candelería,
de claveles de plástico, de estrecheces. Pero con el trabajo que él impulsaba,
junto con la savia nueva que manaba en el seno de la hermandad, proyectó hacia el
futuro a esta imprescindible realidad para la Semama Santa de Huelva que es hoy
la hermandad de la Cruz de Santiago en el antifaz.
Hago
memoria y lo veo con gesto adusto ante las inclemencias meteorológicas, que tan malas pasadas le jugó
a su hermandad, reacio a salir con amenaza de lluvia. O entre un revuelo de
capas verdes bajando la cuesta de San Cristóbal intentando alcanzar al
pasocristo, ansioso por llegar a la Plaza Niña. Y lo veo mirando a la Virgen
con los ojos húmedos, siempre a la Virgen, a su Virgen, que entre los naranjos
de la calle Francisco Niño se arrebujaba entre los pliegues de una mantilla,
como custodia de blondas para el sol de su amoroso rostro. Recuerdos. Vivencias al lado de
alguien que sabes que habla tu mismo idioma. Cosa nada fácil no hace tantos
años.
Se fue
el maestro al encuentro definitivo con su Cristo, que este año buscará su
mirada entre el paño de la Verónica y la suya, se marchó allí dónde solo reina
el Amor. Pero habrá quién coja la alternativa, porque a la hermandad la dejó puesta en suerte para
seguir haciéndola cada día más grande, ¿o no, Fabián?, ¿a que sí, Manolo Ponce?,
¿me equivoco, Fernando Vergel?
Hoy la
Virgen del Amor mostrará su dolor de siempre, pero una sonrisa revoloteará
sobre el cáliz de su hermosura al recibir en la Gloria a D. Fermín Tello
Camacho. Todo un señor, todo un cofrade; todo un señor cofrade. Descanse en
paz.