No me gusta usar indebidamente el, para mí,
sagrado nombre de Dios. No se lo suelo atribuir a todo lo que no se refiera a
Dios Omnipotente, Padre y Creador. No
soy seguidor de esa corriente que banaliza lo sagrado y usa y abusa de su Santo
Nombre para llamar así, seguro que fruto de la devoción, a imágenes sagradas.
No es Dios quien camina por nuestras calles; no es Dios quien agoniza en una cruz
sobre los lirios de un paso.... Son imágenes sagradas de su Hijo Jesucristo y
Señor nuestro. Solo eso. Y nada menos que eso. Pero no les llamemos Dios.
Aunque si hubiera que dar ese Nombre sobre todo
nombre a una imagen de Cristo no hay ninguna duda que sería a la de Nuestro
Padre Jesús del Gran Poder al que
Sevilla tiene por Señor, y a su morada en la Plaza de San Lorenzo como el centro
donde a diario peregrina la fe de los sevillanos, y de los que no son
sevillanos.
A Él sí que le cuadra el nombre. Esta sagrada imagen
con rostro de Divino Leproso, a este bendito Cisquero de San Lorenzo, a esta portentosa
imagen con el aspecto que profetizó Isaías "que lo miramos y no parece que
sea hombre, de lo desfigurado"
paradojas de la vida, es el único a quien yo llamaría como Dios
encarnado en la madera. Pero es una imagen, y como imagen que es, hay que
terminarla, hay que humanizarla, vistiéndola y revistiéndola. Completando lo
que comenzó el escultor.
Y Dios, en su divina y adorable providencia, ha
dispuesto que una mujer de Huelva, una paisana nuestra, vecina de la Plaza de
San Pedro, una mujer del pueblo, con la misma devoción que Marta y María, con
la misma piedad que aquellas que le seguían en la calle de la Amargura, por su
devoción , haya sido elegida para vestir, para envolver en lana de merino
morada la silueta de todo un Gran Poder.
Doña Manuela Redondo, mujer cofrade, esposa y madre
de cofrades, de buenos cofrades, soñó siempre poder vestir al Señor de Sevilla,
"retirarse" de sus labores de costura confeccionándole una túnica a
su mayor devoción, pero lo consideraba inalcanzable. No sabía Manoli que, a
diferencia de tantas otras, la hermandad del Gran Poder, lejos de poner
obstáculos, allana, limpia de dificultades el camino que conduce a la devoción
del Señor. Por eso es la hermandad del Señor, porque acerca y no aleja, porque
vela por su universalidad sabedores de lo que Él es capaz de suscitar en el
corazón de la gente, sean de donde sean. Saben que no se acercan a su basílica
movidos por apetencias, ni cánones, ni gustos ni parámetros cofrades. Ahí hay
más, algo mucho más profundo que trasciende de lo cofrade.
Por eso la
hermandad del barrio de San Lorenzo no dudó ni un minuto en invitarla a cumplir
su sueño de vestir al Señor cuando conoció su deseo.
Cuentan quienes allí estuvieron los días de prueba
de la túnica a la Sagrada Imagen que había que ver a Manoli, que por lógica
razón de edad ve limitados sus movimientos, colocarse de un salto a la altura
del camarín con la agilidad de una cría; dicen que le temblaban las manos;
aseguran que cuando por siete veces rodeó la cintura del Gran Poder con su
cíngulo más que amarrar la túnica era su propia vida la que se amarraba al
Señor, como al palo del navío que nos llevará a puerto seguro si desoímos y no
atendemos a los cantos de sirenas.
Por eso cuando en esa hora íntima de la Madrugada
Santa que precede al amanecer, cuando esta noche en Huelva el Nazareno se vea
reflejado en la Esperanza, en Sevilla, el filo de la túnica trazada por Manoli
para el Gran Poder irá midiendo la anchura mínima de la calle Bailén con su
túnica nueva, con su poderosa zancada, antes de desembocar en el mar abierto de
la Plaza del Museo y el alba del Viernes Santo dibuje y perfile sobre su
fachada el mejor cuadro devocional, la más grande y mejor obra de arte que
ningún museo soñara poseer: Al Gran Poder caminando acelerado hacia su Basílica
por el sendero del alba.
Y algo de Huelva llevará en los repliegues de su
nueva túnica gracias a la fe de una paisana nuestra que obtiene así el para
ella milagro de poder vestir al Señor.
Felicidades, señora. A usted y a toda la familia
Rodríguez Redondo que vive con esa íntima alegría de cofrades de ley estos
inolvidables momentos. Y es que no hay homenaje mejor para un hijo que el que
se le haga a una madre. Y coser para el Gran Poder es sin duda un homenaje... Y
todo un honor.