Amanece febrero abriendo
el compás de la luz, alargando el paso de la claridad. Cada nuevo
día que nace, uno tras otro, el sol, con su llamador de oro, con su
luz cada vez más madura y con golpes cada vez más fuertes nos avisa
para que nos vayamos poniendo en el sitio, porque la Cuaresma nos va
a llamar. Y hay que estar atentos.
Cada uno en su sitio, cada
uno pegado al palo de su responsabilidad, a la espera del golpe
definitivo que levante a la Semana Santa, paso a paso, iremos
adentrándonos en este tiempo prometido que ahora se hace gozosa
realidad. Porque es ahora cuando despertamos de los sueños para
empezar a vivirlos.
Despierta la cera, ayer
requemo de desecho, hoy vela en flor que se estrena, pabilo incólume,
que espera inquieta crepitando preludios en un altar de quinario. Se
desvanece el sueño de un año y se va haciendo líquido derramado en
la largura de los cirios, igual que la miel aterronada se va licuando
sobre el pan en una bandeja de torrijas.
Vuelven a la vida las
ráfagas de estrellas y el mágico colorido en el fajín del atuendo
de una Virgen vestida de hebrea.
Renacen los agudos
metálicos de una corneta y se tensan en la piel del tambor, casi
erizándola, soñando redobles tras la sinfonía en la talla dorada
de una canastilla, haciendo andar a un Cristo, a todo un Dios
humanizado que abraza la Cruz.
Despertares de brillos en
la plata guardada, velada por tules de plástico y adocenadas todo el
año en las vitrinas. Se espabilan los ángeles, con cara de sueño,
casi escondidos entre la hojarasca barroca de un paso de misterio,
grande, imponente, soberbio...
Intuyen bailes el repujado
de unos varales con el contrapunto metálico del sonido de los
caireles de unas bambalinas, místico minuet danzado en ese palacio
de la gracia que es un paso de palio donde la Reina de la Belleza,
María Santísima, tiene su trono de plata y bordados. Y de luz
sobrenatural.
Sueña la flor, aún
cerrada, rozar siquiera el pie del Señor, aromar el dolor de la
Virgen.
Se afilan en la piedra
casi redonda de la luna que crece los alfileres para prender encajes,
para formarle un marco de espuma plegada a la marea inmensa del
llanto de una dolorosa. A ver qué cuadro de qué imposible museo
supera tanta hermosura. Ni en sueños.
Y las calles, y las
plazas, sueñan arabescos de humo perfumando el espacio
purificándolo, para que por ellas pase el asombro renovado de una
cofradía. Ensayan las esquinas y la estrechez de la calle los
silencios del respeto y las avenidas anchas y abiertas la sonora
ovación y el clamor del gentío.
El relente pone a punto el
grado justo de humedad para dar brillo de charol al suelo por donde
pisará el Señor de Madrugada y el sol aquilata calores para poner
en la tarde cascadas de luz azul.
Se templa ya en la voz de
una mujer, mientras trajina por la casa, la saeta que dejará mudo al
pueblo cuando la lance de sus labios al aire en cualquier balcón,
desde cualquier acera.
Mientras tanto, las
lágrimas aprenden el camino para brotar, mitad emoción, mitad
llanto transfigurado por una sonrisa de gozo.
Sueña el nieto agrandar
su bola de cera y el abuelo poder besar, quizás por última vez, el
pie de su Cristo, la mano de su Virgen,
A la espera del momento,
ponen banda sonora a las escenas el trino de las golondrinas y la
danza ritual en el aire de los vencejos sobre los brotes reverdecidos
de una acacia; o de un naranjo viejo perlado de azahares nuevos....
Todo es anuncio y preludio, tiempo en barbecho, santa esperanza...
Pero es en las casas,
todavía vestidas de invierno, cálidas de hogar, santuario
inexpugnable de la herencia cofrade, del amor a una cofradía
transmitido de generación en generación, donde al fin, y
súbitamente, se truncará el sueño de un año, dormido en el
altillo del ropero, cuando un costal vuelve a la vida y se despereza
su arpillera y el lienzo blanquea otra vez bajo el peso caliente de
una plancha; mientras, las túnicas limpias de cera vieja, oreadas en
la azotea, cuelgan ya en sus perchas de alguna lámpara o de
cualquier alcayata,y sueñan de nuevo con rigores de esparto, ritos
severos; o con el brillo de una tarde de sol jugando en el raso de
una capa.
Se inicia el camino, “
vamos hacia Dios” por un sendero de orillas moradas, cuarenta
jornadas de andadura para alegrarnos con la “Hija de Sión”
cuando el Señor entre en Ella “Salvador y Rey”. Entra la
Cuaresma, la Santa Cuaresma.
Que entre, sí; pero sin
prisas, paladeando los momentos, viviendo el instante las vísperas
de la felicidad. Que avance despacio, sobre los pies, en una chicotá
larga, soñada durante un año y que lleve a la Semana Santa a entrar
por el portón de bronce del más hermosos de los domingos, glorioso
de hosannas, cuajado de olivos, agitado de palmas rizadas. Que llegue
la Cuaresma y nos encuentre dispuestos, cada uno en nuestro sitio,
que sepamos responder al capataz que nos pregunta si estamos puestos.
Y dispuestos. ¿Estáis? Pues atentos...
¡Mira que nos van a
llamar!¡Mira que el tiempo de la espera ha madurado y el fruto de
nuestros anhelos está en su punto exacto de sazón! ¡Mira que nos
espera la gloria de ver una cofradía en la calle!¡Estáis puestos?
¡Que no se muevan todavía los zancos del suelo por la impaciencia,
todo a su tiempo! ¡No corred! ¡Vamos a tirar fuerte “pa arriba”
que el gozoso tiempo de la espera se acaba, o empieza, yo qué sé...!
Pero aquí está ya... ¿Estáis puestos? Pues...¡”Toooooos por
igual!¡A ésta es!
Con mis mejores deseos
para todos de una muy feliz, santa y provechosa Cuaresma de 2016.