Excmo. Sr., D. José Vilaplana Blasco, hasta hoy
padre y pastor de la Iglesia Onubense:
Ante todo espero disculpe el atrevimiento de
dirigirme a usted públicamente, pero quisiera decirle por escrito lo que a lo
mejor por pudor no le he podido expresar personalmente.
Cuando SS el papa Francisco pedía sacerdotes que “oliesen
a oveja” parece que pensara en usted. Pocos obispos he visto que se hayan
implicado tanto y que se hayan ganado el corazón de Huelva, que a veces late de
forma digamos que peculiar, como lo ha hecho usted.
Y digo que se ha implicado porque no conozco parcela
de la Iglesia onubense donde no haya dejado huella ni le haya demostrado el
reconocimiento a su labor; su cercanía , amabilidad, disposición, afecto,
comprensión, consejo, aliento y apoyo han sido proverbiales.
Le he visto presidir un acto académico con la misma
dignidad que lo he visto a deshoras de la noche en mitad de un coro en el
ensayo de una banda de cornetas y tambores; le he visto acercarse a los ensayos
de costaleros, incluso bajo la lluvia;
me lo he encontrado perdido entre la multitud viendo pasar una cofradía;
y predicar en los cultos tratando a todos por igual. Soy cofrade, conozco el
paño, créame, y sé los muchos quebraderos de cabeza que le hemos provocado,
pero que, con la bondad y la paciencia que ha demostrado, ha sabido reconducir.
Le he visto visitando un colegio ser recibido por un claustro de profesores, con diversidad de pareces y de ideas, aportando, alentando a todos.
Le he visto visitando un colegio ser recibido por un claustro de profesores, con diversidad de pareces y de ideas, aportando, alentando a todos.
Nadie podrá decir que haya cosechado de usted un no
por respuesta cuando se le ha requerido, ya sea para actos multitudinarios, visibles,
como otros íntimos, casi familiares.
No debo de andar muy lejos de la verdad cuando
Huelva, a veces tan cicatera y lenta para sus cosas, ha sabido reaccionar
decidida y unánimemente ante la petición de una calle con su nombre, donde
perpetuar nuestro sincero agradecimiento.
Hoy se despide a los pies de Nuestra Señora de la
Cinta, a la que tanto ha servido y tanto amor le ha dispensado, contribuyendo
de forma ejemplar a potenciar sus cultos y su devoción.
Huelva no encontrará
mejor cicerone para explicar la grandeza de Nuestra Señora y que pueda explicar
con tanta curiosidad y entusiasmo a quienes nos visitan de fuera el hecho
singular del Niño desnudo pero con zapatos puestos, enseñándonos a servir a la
iglesia desvalida con el oro de la caridad y el servicio a los más necesitados.
Muchas veces le he visto pasear con parsimonia por los jardines de la Cinta,
orando, meditando como un monje por la huerta de su cenobio. Y ahí,
literalmente ahí, también dejará huella plantando un rosal que perfumará un
rincón de la ermita que le recordará para siempre.
Hoy se nos marcha un buen pastor, con las tareas hechas
(siempre queda alguna cosilla por hacer) y habiendo dejado bien abonada esta
tierra, a veces dura y difícil, donde D. Santiago, su sucesor, podrá seguir
sembrando la Palabra.
Si decidiera seguir entre nosotros hasta que Dios Nuestro
Señor lo quiera, seguro que encontraremos en usted a un onubense más enamorado
de esta tierra de María Santísima a la que sirvió diligentemente, a una Huelva
que siempre le estará agradecida.
La amabilidad, la afabilidad y el cariño que siempre
nos ha dispensado, y mil veces demostrado, será difícil de olvidar.
Reciba en su despedida, querido D. José, con un beso
en su anillo, un cordial y afectuoso saludo. Que el Señor y la Santísima Virgen
le guarden siempre.