De
niño, lo que más me gustaba del carnaval era ese Domingo cuando con el golpe
seco que dejaba todo el suelo lleno de papelillos y caramelos se partía la
piñata y de paso se rompía definitivamente la imagen de D. Carnal, adueñándose
del tiempo la esperada Cuaresma. Pues este pasado domingo, en otro Domingo de
Piñata, se me rompió de cuajo una determinada imagen de las Semana Santa de
Sevilla, quedando por los suelos muchas cosas que quizás por cariño, respeto y una
enorme admiración, tenía (y a pesar de todo tengo) idealizadas.
Es
innegable la repercusión que tiene en el resto de Andalucía y de España todo lo
que propone Sevilla en cuestiones de Semana Santa. Muchos de los actos para celebrar
el Año de la Fe que han sido programados en nuestra geografía cofrade, como el
non nato Santo Entierro Grande de Huelva, emana directamente del Vía Crucis
Magno que la lluvia, otra vez la lluvia, impidió que se celebrara el pasado
domingo en Sevilla.
Desde
un principio, este frustrado acontecimiento nació con mal pie, desde la para
muchos errónea elección de las imágenes (algunas solo encajarían a martillazos
con los misterios para los que fueron elegidos), hasta el modo de celebrarse el
piadoso ejercicio al madrileñísimo modo de la JMJ. Pero cuando verdaderamente
se ha demostrado en qué manos están algunas cofradías de Sevilla fue en el
preciso instante en el que se suspendió la participación de los pasos en el Vía
Crucis. Que una hermandad relativamente nueva desobedezca las expresas órdenes
del Consejo de Cofradías y del Arzobispado poniendo su paso en la calle, tiene delito, mucho
delito, por mucho que el hermano mayor hambriento de gestas o de dar el
"pelotaso" lo quisiera revestir de legítima aspiración de un barrio.
Pero infinitamente más penoso es que esto mismo lo intentaran hacer hermandades
supuestamente amasadas y curtidas en siglos
de devota existencia.
Se ha culpado al arzobispo, a Monsr. Asenjo de
este desaguisado, y parte de su responsabilidad tiene al no haberse sabido
asesorar por quienes verdaderamente saben de cofradías. Puedo equivocarme, pero
visto desde la distancia lo que creo es que ha sido mucho más víctima que
verdugo; y víctima en manos de un inoperante Consejo sin autoridad,
acomodaticio, blando, que delegó en catorce juntas de gobierno la decisión de
poner sus pasos en la calle. Pero gracias a Dios siempre quedan personas con la
sabiduría suficiente como para que los zancos del paso de Jesús del Gran Poder
(Su sola presencia y en parihuelas hubiera bastado para conmemorar el Año de la
Fe, no el año de la afición a los pasos) no se movieran del suelo de su
basílica, como lo hizo aquel once de marzo en el que el Señor recibiera la Medalla
de la ciudad. O la hermandad de Pasión (vaya maravilla la estampa de la imagen
de Montañés con túnica bordada sobre su canasto de plata y con el monte de
flores diverso) quizás por no reverdecer cierta tarde de Jueves Santo de
diluvio en la calle Cuna; o el Cachorro, con demasiadas tardes de lluvia sobre
su rostro agonizante; y la de San Gonzalo, que tiene demasiado reciente los
efectos de correr riesgos innecesarios.
Dice D. Julio Domínguez Arjona en su excelente
página web "La Sevilla que no vemos", que Sevilla es el espejo donde
se miran muchas cofradías de Andalucía y España, y tiene toda la razón. Si no,
díganme qué hacíamos tanta cantidad de cofrades de fuera de Sevilla agolpados
delante de los pasos quietos en los templos abarrotados. Y dice otro Domínguez, D. Manuel, primo del
anterior y curtido cofrade onubense, que
el sentido común es hoy más que nunca necesario en el mundo de las cofradías.
Pues precisamente con eso debemos quedarnos, con la sensatez de ese puñado de
cofradías que supieron actuar con el sentido común del que siempre hicieron
gala las hermandades sevillanas.
No me vale
eso de que en todos sitios se cuecen habas; no me vale el mal de muchos pues no
sirve de consuelo ni a los tontos aquejados de trasnochados chauvinismos. La
esencia de una cofradía es la misma acá, allá y acullá. Vivimos también en esto
de las cofradías en una aldea global. Nada de lo que pase alrededor nos será
ajeno. Estoy convencido de que lo ocurrido en Sevilla este último domingo,
primero de Cuaresma, hará reflexionar a muchos. Con toda certeza traerá
consecuencias, pero buenas. Estoy seguro que a partir de ahora tendrá que haber
un retorno a la medida, un abandono de la desmesura que parece haberse
instalado en las hermandades, en muchas hermandades; deberá relajar esa
sucesión , más que vertiginosa, histérica, de actos vacíos de contenido que
saturan la Cuaresma, sin fondo religioso, sin relieve cofrade. Deberá buscar en la discreción el anonimato
que contrarreste esa desmedida afición al protagonismo para, por ejemplo, estar
continuamente pretendiendo una cuota
fija de aparición en las páginas de la prensa morada, y no es cuestión de matar
al mensajero, sino a quien manda a una redacción noticias tan interesantes como
que tal hermandad ha decidido bajar la cuadrilla, o quién es el autor de la foto o quién ha
pintado la portada del boletín de Cuaresma. Esto de la relación de las
cofradías con la prensa también merecería un estudio (sociológico por supuesto).
En definitiva, las aguas deberán volver
a los cauces de vida interior, de sencillez y de naturalidad de los que nunca
deberíamos habernos salido. Ni allí, ni aquí, porque de no ser así, nos veremos
recogiendo del suelo los trozos del esplendor de una Semana Santa rota "de
tanto usarla". Como los trozos rotos de las piñatas de los carnavales de
mi infancia.