A parte de otras consideraciones, coincidiremos en
que las cofradías de Huelva tienen mala suerte, muy mala suerte. Me gustaría
que fuera correcto escribir "muy malísima mala suerte", pero las
reglas del superlativo de la Lengua Española no lo permite, y aunque lo
permitiera los adjetivos se quedarían cortos.
Lo vivido recientemente en torno a la celebración
del denominado Acto de Fe, a lo que siempre le he añadido "y Procesión
Magna de la Pasión de Cristo" aunque fuera políticamente incorrecto y
eclesialmente inadecuado, porque nunca me ha gustado seguir consignas cofrades
sin sentido que le quiten sentido cofrade a un acto organizado (o mejor,
desorganizado) por las propias cofradías. No tendría mucha lógica sacar los titulares
de dieciséis cofradías y una hermandad de gloria y no llamarle a esto
procesión. Así que no queda otra que aceptar pulpo como animal de compañía.
Este Acto de Fe, esta Magna de Huelva tiene secuelas
y precuelas, como ocurre con las películas de éxito, en este caso una película
muy cercana al género del suspense, un suspense de más de siete horas de lluvia
manejándose partes meteorológicos de la Señorita Pepis, y también de terror al
ver un mar de paraguas alrededor de los pasos, e incluso de misterio y ciencia
ficción al quedarnos sin saber qué hubiera sido de la Magna si no hubiera
llovido.
Todo lo lamentablemente acontecido este diecinueve
de octubre es susceptible de ser comentado, analizado, e incluso criticado
(anda que no habrá por dónde). Pero lo que se está haciendo desde determinados
sectores más que criticar es vomitar
irracionalmente sobre la herida, orinar sobre ella, echarle sal para que
escueza más. Si al menos echáramos alcohol de 90º dolería, pero al final sanaría.
Y evidentemente no está siendo esta de corregir errores la intención.
Sería de necios negar la evidencia. Estaríamos
ciegos si no viésemos que aquí han fallado muchas cosas, demasiadas cosas.
Verdaderamente le hemos demostrado al mucho mundo cofrade que ha llenado
nuestros templos, nuestras calles y nuestros bares cómo somos, no lo que somos,
no cómo es nuestra Semana Santa.
Pero por si hubiera alguna pregunta en el aire o
alguna duda sobre ella, hemos, no ya quemado, sino achicharrado, abrasado nuestra
imagen incendiando las redes sociales con comentarios, seguro que merecidos y
certeros, pero evitables para no seguir ahondando en la deformación que de la
Semana Santa onubense estamos creando. Cuando un hijo nos sale poco agraciado
(es decir, feo de cojones) los padres y sobre todo los abuelos solemos decir
eso tan socorrido de "pero es muy gracioso". Aquí, ni eso.
De todo lo sucedido hay tres frentes dignos de
reflexión, tres perspectivas diferentes que, a mi modesto entender, marcaron
estos días.
El primero, lo mejor, lo más brillante, fue ver a la
muy abúlica ciudad de Huelva por fin ilusionada con algo. Nunca vi a la ciudad
tan entregada, tan visitada. Nada ha suscitado fuera de nuestras fronteras
locales tanta expectación, ni cuando los míticos Colombinos, ni feria de toros,
ni veranos que valgan. Nada ha atraído a más gente a Huelva que esta malograda
celebración. Que no era llenar bares y hoteles misión de la Magna está claro; pero
no creo que le haya ido nada mal a la maltrecha economía de la ciudad.
De esta primera parte me quedo con la inagotable
imaginación de los priostes supliendo carencias patrimoniales; con los miles de
kilos de alimentos depositados a los pies de los pasos bordando faldones con el
oro de la Caridad, sinónimo del Amor (la solidaridad para los sindicatos); con
la alegría de ver trabajando al unísono al mundo cofrade que voluntariamente
quiso participar en este excepcional (por lo inusual) evento con un mismo fin;
con la cara de sorpresa del que venía de lejos y se encontraba con nuestras
imágenes por primera vez; con el reencuentro de los hermanos; con el trabajo,
con la entrega de aquellos que jamás abominarán de sus cofradías en Internet.
Porque como tantas veces, los que más azotan a las cofradías son los que menos
trabajo, tiempo y dinero gastan en ellas.
Luego llegó el día D, a la hora H, y a la hora I, y
a la J, y a la... Y asistimos a una cascada de despropósitos difícilmente
superable. Coordinar, informar, decidir y dirigir, fueron verbos poco
conjugados durante el pasado sábado. Y
me consta el trabajo y las horas dedicadas por el consejo a este noble empeño.
Pero de nada sirvió, no fue bastante. Aunque no olvidemos que quienes
decidieron sacar sus pasos a la calle lloviendo no fueron los miembros del
consejo. No creo que nadie le pusiera una pistola en la nuca a ningún diputado
mayor de gobierno ni a ningún hermano mayor para que se echaran a la calle de
la manera que se echaron. A cada cual , lo suyo. Uno por no suspender a tiempo
el Acto de Fe, y otros por no suspender a tiempo sus salidas. Suspensos por no
suspender. Hay que ver lo fácil que es perder en unas horas lo que tantos años
nos ha costado conseguir: la imagen de seriedad y el respeto de una sociedad
que está deseando cogernos en un renuncio. Y se lo hemos dado en la misma
bandeja que sirve para recoger las precipitaciones de un pluviómetro. Pero
tampoco es para coger complejo de inferioridad, ¿o habrá que recordar lo que
ocurrió en Sevilla el día de la suspensión del Vía+Crucis Magno? Otro
espectáculo. En todos lados se cuecen habas.
Y por último el Acto de Fe en sí celebrado en la
Plaza de las Monjas el domingo por la mañana. Ciertamente me sorprendió, sí...Porque
me esperaba todavía menos gente. ¿De
verdad que alguien esperaba otra cosa? Yo no, será porque estoy acostumbrado a
ver medio vacías las misas de domingo, triduos y quinarios, y a rebosar los
ensayos, conciertos y verbenas. Nada nuevo. ¿Por qué iba a ser esto una
excepción? Días antes había quién hubiera matado por una silla en medio de la
plaza. Pero claro, al otro día, sin pasos, pues.....
Por otra parte, y desgraciadamente, la lluvia
también ha servido para retratarnos, y algunos hemos salido bastante mal en la
foto. Aunque ya hubo quienes quedaron perfectamente retratados desde el mismo
momento que se aprobó celebrar el Acto de Fe y la posterior procesión. Como un
periódico local poniendo en portada el altísimo riesgo de lluvia, como con
cierto recochineo; otros pavoneándose al día siguiente, pecho henchido y
sonrisa amplia, por el fracaso cosechado; algunos subiéndose al carro a última
hora para salir en la foto cuando ya se preveía una masiva asistencia de
cofrades de toda España...Difícil fauna cofrade.
Hay quienes a modo de oposición política (siempre
copiando lo peor de la sociedad civil) piden que rueden cabezas y se produzcan
dimisiones. Ni motivos ni razones les faltan. Pero a ver si vamos también a
derogar aquí una Doctrina Parot por lo cofrade. No sea que vayamos a amnistiar
ahora trasnochadas alternativas, si es que las hubiera, al rebufo del desastre.
Ojalá cicatricen rápido las heridas y podamos
recomponer pronto nuestra maltrecha autoestima. Porque hay quienes prefieren
regodearse revolcándose en el fango, o en otra cosa peor, y hay quienes vuelven
a refugiarse en el trabajo diario y callado de su hermandad sin vomitar
exabruptos contra nadie, aún con la tristeza de lo que no pudo ser, con la
mirada puesta en los próximos cultos, en la próxima cuaresma, en la próxima
Semana Santa, y pidiéndole a Dios que no se vuelva a repetir semejantes
situaciones. Con ellos me quedo buscando el futuro.
Por eso, ya es hora de que cada imagen regrese a su
altar, guardar la plata ya limpia. Y aquí no ha pasado nada. Por la cuenta que
nos tiene.
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