Cómo sabía
yo que el gesto de S.M. el rey Felipe en el izado de la bandera iba a traer
cola. Justo desde el momento que lo vi en televisión me dije que sería carne de
zapping, motivo de sesudos debates en las ociosas tertulias de televisiones
amarillistas`, compuestas de maestros liendres, que de todo saben y de nada
entienden.
Esa negación
de D. Felipe con la cabeza, y en primer tiempo de saludo mirando fijo a la
enseña nacional, no iba a pasar desapercibida. Y sobre todo para cierto grupo
social, para una determinada izquierda española. Sí, esa que ustedes están
pensando.
Y es que, en
honor a la verdad, esta celebración del día de las Fuerzas Armadas habrá sido
“muy fuerte”, un duro golpe para algunos,
colmatando la paciencia de la posmodernidad y habrá puesto de los nervios a más
de uno.
No hay que
dejar de reconocer que este año el entorno elegido para la celebración ha sido muy “complicado” para los mismos de siempre.
Comprendo que para los políticos de importación como Echenique, Fachín (hay
nombres que carga el diablo) y otros de producción nacional, como Garzón y compañeros
mártires, se les indigeste la imagen de la Bandera Nacional izada justo en la Puerta
del Príncipe de la plaza de toros de la Real Maestranza de Artillería, en
Sevilla. Les habrá salido urticaria viendo la tribuna de los Reyes de España
levantada al lado de la estatua en bronce de Carmen, la de la ópera de Merimée
(por cierto obra del escultor onubense Sebastián Santos), o de otra de Curro
Romero abriéndose de capote; o de la estatua ecuestre de la augusta abuela de
D. Felipe, la muy castiza, por española, de Doña María de las Mercedes de
Borbón y Orleáns, reina sin reinar. Y si a esto le añadimos el río, y el puente
de Isabel II sobre el río, y la torre de Santa Ana asomando por los tejados de
Triana en la otra orilla del río, habrá que reconocer que no puede haber
corazón podemita que lo resista, a estos que padecen de hispanoisquemia ventricular
izquierda, más bien ultraizquierda, que presentan evidentes síntomas de claro
rechazo, por no decir odio, a todo lo que huela a tradición, y por extensión, a
todo lo español. Tanta España junta, tanto tópico para ellos, tanta Sevilla,
tanta Patria, tanta multitudinaria respuesta por parte de los ciudadanos, ha
terminado por sacar de quicio y ha puesto de los nervios con principio de
anginas de pecho a algunos que braman en las redes sociales por el gesto,
adusto y desabrido, de desaprobación del rey cuando la bandera no fue bien
izada, gesto que a lo mejor debía de haber reprimido, pero que tiene todo el
derecho de expresar como jefe superior de las Fuerzas Armadas cuando las cosas
no se hacen bien.
Con lo que
les gusta a ellos, al progrerío nacional-estalinista-leninista, un “rey
campechano” y en cuanto D. Felipe tuerce
el gesto y abjura en hebreo del cabo y del sargento que colocaron mal la
bandera, le dan más palos que a una estera de la Real Fábrica de Tapices de
Segovia, o de Crevillente. Critican este gesto de desaprobación del rey pero no
aplaudieron otros gestos mucho más dolorosos, como cuando el todavía príncipe escondía
impertérrito sus lágrimas confortando en IFEMA a los familiares del fatídico
atentado de Atocha o consolando a los heridos en los hospitales de Madrid. O
más recientemente, interesándose por las víctimas de las inundaciones de
Mallorca.
O ese gesto de verdadera contención y autocontrol de tener que soportar
el desprecio y los insultos, a él y a la nación, de los separatistas cada vez
que va a presidir en Cataluña algún acto inherentes a su cargo de Jefe de
Estado, y sin que se le mueva un solo pelo de su real barba. O en las pitadas
cada final de la Copa del Rey de fútbol: inmutable, con dos balones…incluso
esbozando una velada, lejana y socarrona sonrisa, como buen Borbón. Por poner
algún ejemplo.
Pero si
estos desequilibrados quieren saber de
más gestos reales de D. Felipe, que le pregunten al hermano mayor de cierta
cofradía de Huelva cuando le quiso
regalar a Su Majestad la medalla de su hermandad, con toda la ilusión y todo el
afecto del mundo. Hasta que el entonces príncipe no se aseguró de que la
medalla no tenía ningún tipo de valor material, que no era de oro, ni de plata,
sino de calamina, su alteza no la aceptó. Solo cuando se le explicó el valor
simbólico y sentimental, la cogió, la besó y se la colocó un rato, dándosela
después a su ayudante de cámara, el jefe de día, concretamente a un militar (ayamontino
precisamente) para que la guardara.
Si yo fuera
el rey, el gesto que tendría con este tipo de personal, apóstoles de la
demagogia y que lo insultan un día sí y el otro también, sería un real y solemne corte de mangas, justo
por encima, a una cuarta de la bocamanga de la guerrera con el símbolo de mando
sobre mando que lo distingue como capitán general de los tres ejércitos…Por
cierto, no les arriendo las ganancias a quienes colocaron mal la bandera y el
mástil, y que consiguió torcer el gesto del rey… con su correspondiente monumental,
monárquico y real cabreo.
Aún así, hasta
con cara de pocos amigos, frunciendo el ceño, con la mano en la visera de la
gorra de plato del uniforme blanco de la Real Marina de Guerra Española y
negando con la cabeza en primer tiempo de saludo:
¡¡¡VIVA SIEMPRE EL REY DE
ESPAÑA!!!
Y a los que
ustedes saben, un Lexatín cada ocho horas y una Cafinitrina debajo de la lengua,
que los infartos están a la orden del día… y España, la Patria y el Rey no
pueden prescindir de mentes tan privilegiadas como las de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario