Mi padre,
trabajando en la mar desde niño, utilizaba la expresión “vientos de fuera” para
referirse a esa lluvia que se presenta sin que nadie la pueda predecir; una
perturbación, como una tormenta poco profunda, que formándose localmente por
aquí, en las cercanías de la costa, siempre sorprende, aunque ese fenómeno, y
más en el mar, se produzca con cierta frecuencia, cada cierto tiempo. Pues con
esa misma frecuencia, recurrentemente, cada carnaval se forma en las cercanías
de las cofradías esa tormenta que aparece, descarga contra ellas en forma de
sátira más o menos despiadada, más o
menos graciosa (a veces, nada)y al poco se disipa. Es más el ruido que provoca
(provocamos) los que salen (salimos) en defensa de ellas, de las cofradías, que
el verdadero daño que causan esas mofas.
Será porque
la edad enfría la sangre, o porque ya no me sorprendo de nada, o porque esté
padeciendo el síndrome de la rana en el agua hirviendo, que me he ido
aclimatando poco a poco, año a año, golpe a golpe, grado centígrado a grado
centígrado, a toda suerte de improperios lanzados contra las cofradías.
Supongo que
a estas alturas estaré libre de toda sospecha de querer hacerle daño a la
Semana Santa (al menos conscientemente); pero muchas veces le temo más a los
“vientos de dentro” que a los “vientos de fuera” porque lo que con tan mal
gusto, chabacanería, y hasta con cierto odio, se caricaturiza, es como si pusiéramos
un espejo ante nosotros y ante nuestros actos, intencionadamente deformado.
Porque a
veces reflejan una especie de cultura del desatino que, como el coronavirus, si
no la padece ya, está a punto de afectar la Semana Santa global. Que de esta
epidemia no se libra nadie.
Porque
vienen de dentro y no de fuera, por ejemplo, la imagen que damos frecuentemente
cuando una hermandad anuncia la calle y el número exacto de la casa desde donde
se tirará la “petalá”, que ha costado más que un estreno. O nos ven con la
estridencia y el histrionismo con que que se piropea a una Virgen, con
coreografía perfectamente ensayada, con eslóganes convenientemente preparados
de antemano. Porque chirría la homogeneidad, la falta de fidelidad al estilo
propio de cada hermandad; porque es fiel
reflejo de los tiempos que corremos la imagen que damos en muchos de nuestros
procesos electorales; hermandades guiadas más por un “marketing” de diseño que
fruto del trabajo de puertas adentro, más que cimentados en el conocimiento de tu propia
hermandad.
Porque se hace todo atropelladamente, porque
se quiere obtener todo; y todo lo
queremos al momento; lo queremos ya.
Asistimos a
una forma de entender las cofradías donde cualquier obra que se acomete,
elección de un cartel, de un exaltador, de un orfebre, de un florista, de un
predicador, de un vestidor… no se mide en función de la necesidad, sino para
dar el “pelotassso”, término, por cierto, tan carnavalero.
Tiempos en que la prensa, mal llamada morada
(amarillista vendría mejor), promueve concursos donde se elige a la Virgen
mejor vestida, la cuadrilla que mejor anda o la banda que más y más fuerte toca
marchas de nombres imposibles, o cursis, retorciendo y torturando el pentagrama
hasta hacer sangrar los oídos.
Prensa que
subraya en primera plana el estreno de unas parihuelas de diseño, con firma
(que se estará haciendo de oro) grabada en la madera de la zambrana y omite otros estrenos. Según convenga, según
la hermandad.
Te hace comulgar con rueda de molinos a la hora de
proclamar la idoneidad o la inconveniencia de lo que sea. Como si un “lobby”
dictara la aprobación o la recusación de
cualquier cosa, de un estreno, de un cartel, de un pregonero…Lo que no y lo que
sí. En todo.
Prensa
también que edición tras edición sacude estopa más que a una estera, a algunas
hermandades, casi siempre las mismas. Y empalaga exaltando a otras. Casi
siempre también las mismas.
Porque
durante los cultos de reglas, las puertas de los templos se abren y cierran
constantemente por los que van a ver cómo está el altar (a ver si de camino se
le puede coger algún fallo) pero que no se quedan ni al primer padrenuestro del
quinario.
Porque
algunos ven en esto una no sé qué extraña competición; porque cada vez que se
presenta un cartel tiene que gustarnos a la fuerza ilustrado con un folleto informativo para entender lo que es
evidente: o te gusta o no te gusta, no hay más, y recibimos clases magistrales
y opiniones de arte cuando muchos a lo que más hemos llegado es a colorear sin
salirnos.
Porque todo
el mundo opina sin saber lo que ha pasado cuando le cortan un trozo de túnica a
un Cristo, dando su docta opinión de cómo se desarrollaron los hechos (con
supuestos roedores incluidos), y que amparados por perfiles falsos en las redes
aprovechan para despellejar a la junta de su hermandad, fingiendo una falsa
preocupación por la seguridad de la imagen y con el indisimulado propósito de
echarles encima a la opinión pública, generalmente mal informada.
Estos son
algunos reflejos que nos devolvería el espejo que se le pusiera delante a las
cofradías, que por supuesto tiene millones de reflejos muchísimo más auténticos,
edificantes y verdaderos. Aquellos otros no tienen el poder de hacer palidecer
a éstos. Pero aquellos también existen.
Cuando la Hermandad del Gran Poder de Sevilla pasaba
por la Gavidia, el niñateo animado con los cubatas de botellón, no tenían otra
gracieta que hacer sino esperar la llegada del paso del Señor para arrancar sus
motos y acelerar (sin moverse del sitio) y
romper con el estruendo de los motores el silencio reverente con que los fieles
ven pasar a la gran devoción sevillana. Después de las fiestas, al ser entrevistado
el hermano mayor sobre la idoneidad o no de hacer algo, de cambiar el
itinerario, o tomar alguna otra medida disuasoria, el máximo responsable de la
cofradía dijo que ”El Señor sale al encuentro de todos, si un sector de Sevilla
lo recibe así, habrá que aceptarlo puesto que será el fiel reflejo de lo que
hay en la sociedad”. A sus pies. Lapidario.
Así que, sin
que pueda o quiera justificar las mofas (solo faltaría) contra las cofradías y
también de rebote, ya que estamos, a la Iglesia a la que pertenecen, y por más
que nos duela, habrá que aceptar que grotescamente deformada, caricaturizada y
con “muy malísima” mala leche, esta es la imagen que a muchos les llega de las
cofradías. Aunque estén el error por el desconocimiento, desgraciadamente
tendremos que resignarnos. La postura de la duquesa ofendida lo que hace
solamente es darle pábulo y otorgarle publicidad gratuita (que es al fin y al
cabo lo que buscan y a lo que estoy contribuyendo con este escrito) a lo que
después del Miércoles de Ceniza, todo lo más el Domingo de Piñata, solo será un
agrio y lejano recuerdo.
Así que, aun
con el lógico malestar, nosotros, a lo nuestro, que hay mucha plata que limpiar,
mucha lotería que vender, mucho costaleros que igualar, muchos claveles que
pinchar, muchas papeletas de sitio que repartir y, lo que es más importante:
mucho que dar gracias y pedir a Dios en los cultos, para que podamos disfrutar
y vivir cristianamente en nuestra casa hermandad estos especiales días,
resguardándonos allí de los “vientos de
dentro”, que de los “vientos de fuera” siempre hemos sabido guarecernos. Que
esto está ya aquí y ya están peinando a Doña Cuaresma.
Tu artículo corrobora lo que llevo sabiendo desee hace años, cuando aún frecuentaba los "ambientes capillitas" que la Semana Santa, como el Carnaval, supongo, no es más que el reflejo de la sociedad de cada momento.
ResponderEliminarY esa es la sociedad que vivimos y de la que formamos parte. Una sociedad mediocre, profundamente polarizada e infantilizada para ser convenientemente manipulada. Una sociedad donde apenas quedan unos resquicios de Libertad, de Reflexión serena y donde todo se mueve a base de estímulos inmediatos, prefabricados para dirigir una respuesta inmediata del público,la que han diseñado previamente, y que se olvidará enseguida de la esencia. Pero conservará la sensación de un superficial, y falso, bienestar momentáneo.
Una sociedad cada vez más polarizada, con cada vez menos lugares de encuentro ya que estos están siendo previamente dinamitados, donde todos somos clasificados en compartimentos estancos que por narices debemos estar enfrentados los unos a los otros.
Y además de todo, no estoy seguro que esa imagen deformada de la Semana Santa no la estemos proyectando en parte, los propios cofrades.