A principios
de los años setenta, anduvo algún tiempo rodando por la entrañable y antigua secretaría
de la Hermandad del Nazareno una tarjeta postal Escudo de Oro que, con una
imagen de la Esperanza de Triana en su paso, había sido franqueada en Sevilla
(con un sello de dos pesetas) y que estaba dirigida a un ejemplar cofrade de la
hermandad de la madrugada onubense.
En esta misiva, su remitente, un cofrade de
Huelva afincado en Sevilla por motivos de trabajo, se lamentaba con pesadumbre
de la situación de postración en la que se encontraban las cofradías onubenses,
de la prácticamente nula vida de hermandad, de la ínfima asistencia a los
cultos, de la decadencia de sus procesiones, de la merma en el número de
nazareno (entonces se decía penitentes) en los cortejos. Hablaba con amargura
de las ruedas en los pasos, de las flores de plástico, de que incluso en
determinadas cofradías tuvieran que dejar de salir alguno de sus pasos por falta de medios. Narraba, en
definitiva, la deriva que hacia su práctica desaparición había tomado la Semana
Santa en Huelva.
Pero casi al
final de la postal, dentro de su pesimismo, quien esto escribía vislumbraba un
atisbo de esperanza. Lo decía más o menos con estas palabras: “A ver si ahora,
con la nueva hermandad fundada por esos muchachos en las Colonias, se anima el
mundo cofrade en Huelva” (Sic).
Este es el panorama
con el que se encuentra uno de esos muchachos cuando irrumpe fundando, con un
grupo de inmejorables cofrades, la Hermandad del Calvario. Esto es lo que hay
cuando D. José Miralles Fedriani, liderando ese excepcional grupo, cambia para
siempre el rumbo de las cofradías onubenses. Desde entonces, en Huelva, la
Semana Santa ya no fue la misma. Tuvo la bendita osadía de imponer, y además en un populoso barrio, la
novedosa impronta de una cofradía de silencio, que como tal, era desconocida
hasta ese momento en nuestra ciudad.
Y una cosa llevó a la otra. Y entre venta y
venta de cajas de cerillas y ponche en Las Colombinas para ir dotando de lo
esencial a la nueva hermandad, al poco tiempo crea para Huelva la primera
cuadrilla de hermanos costaleros que aporta el revulsivo clave para el
renacimiento del conjunto de nuestra Semana Mayor. Quiso entonces Pepe Miralles
para Huelva el mismo esplendor, la misma
emoción de la que él disfrutaba perteneciendo a la cuadrilla de hermanos
costaleros de ese palio de ensueño que todos quisiéramos tener o sacar, donde
una Virgen equilibra en una balanza la
sonrisa y el llanto en un barrio de Sevilla, allá por la Macarena. Ese mismo
gozo que ha sentido durante treinta años (hasta el presente) ininterrumpidos
como costalero y columna esencial de un paso de palio universitario que cada Martes Santo impone
entre los monumentos de piedra de la Catedral y Los Reales Alcázares otro
monumento de plata y bordados en su transitar por la Plaza del Triunfo. Quiso
para su tierra lo mejor que vio fuera. Y como los cofrades somos así, al cuarto
de hora, sin ir allí, ya había aquí quienes sabían más que él. Dios mío de mi
alma, ¿dónde estaban cuando las vacas flacas?
Conozco a Pepe
desde hace muchos, muchísimos años, y no siempre hemos coincidido en gustos y
preferencias cofrades, lo que he considerado enriquecedor en el contraste de
pareceres. Hemos mantenido, y seguro que mantendremos, discrepancias de opinión
sobre este mundo nuestro tan peculiar. Pero en lo que estoy absolutamente de acuerdo
con él es en eso que dice tan a menudo de que a las cofradías se llega para
acercarse a Dios y para hacer amigos. O es una pérdida de tiempo.
Profundamente
creyente, católico a majamartillo, jamás lo vi tan feliz y realizado como el
día en que las imágenes de su cofradía traspasaban las puertas de un templo
construido en gran parte gracias a su entusiasmo, y que le costó algún que otro
disgusto (cosa normal e intrínseco al ser cofrade) y dinero de su bolsillo
(cosa ya no tan frecuente por estos pagos).
No conozco a
nadie, ni a cofradía alguna, que habiendo necesitado de Pepe Miralles, sobre
todo en asuntos del costal, haya cosechado una negativa suya. Siempre dispuesto
a la colaboración. Y no siempre ha sido correspondido ni le han pagado con la
misma moneda.
Nítidamente
claro en sus argumentos, no es preciso entrar en el muro de su Facebook para
saber lo que piensa de la Semana Santa. De la de aquí y de la de allí. Siempre
ha defendido sus argumentos con vehemencia, lo que le ha costado más de un desencuentro,
como si uno no pudiera tener sus propios criterios. Los que tenemos la suerte
de conocerle bien, y mejor todavía, compartir con él mesa y mantel en animada
charla cofrade, sabemos de su claridad de ideas, de su devoción cofrade, de su
defensa de la Semana Santa y de las cofradías como medio de salvación en el
seno de la Iglesia, y que alejada de ella no tienen sentido.
He dicho y
escrito en más de una ocasión que nada hay en esta vida más ingrato que las
cofradías, que suele castigar con el mayor de los desprecios a quienes mejor
las han servido, en todos sitios ocurre
así, es cierto; pero aquí, de manera singular.
Y además, las nuevas generaciones sin conocer siquiera a este tipo de
cofrades, claves en un momento determinado para la Semana Santa se unen, aun
desconociendo a la persona, a ese coro que sigue alentando el silencio y el
olvido, cuando no la crítica, para quienes fueron capaces de anteponer muchas
cosas por el bien de las cofradías.
Y no es ya
ningún reconocimiento lo que le debemos a este tipo de cofrades que como Pepe Miralles, ni lo querrían , ni por otra
parte, les harían falta para que en
justicia fuera valorado su trabajo en favor de la Semana Santa. Ni tampoco lo
necesitamos los que le conocemos. Pero al menos sí haría falta y no estaría de
más que su opinión fuera respetada como los que puedan opinar lo contrario que
él. No creo que quiera ser modelo de nada, ni aleccionar a nadie, ni tampoco
sobresalir como erudito en cofradías. No se trata de saber de cofradías, sino
saber qué son las cofradías. Y aquí sí que no hay quién lo baje del burro, o
son iglesia, o no son nada.
No soy yo
mucho de escribir alegatos en defensa de nadie, las obras de cada cual hablan
por sí mismas; ni soy mucho de dar consejos. Pero en esta ocasión me van a
permitir que aconseje a Pepe que aprenda
a manejar mejor el Facebook, que todavía este mundo de Internet se le aparece
como un invento del diablo, y claro está, el diablo suele jugar estas pasadas,
dando pie a que se satanice al primero que se descantille. Y que deje de
meterse en la camisa de una Semana Santa en la que parece ser que once varas no
son suficientes todavía para que quepa la opinión de todos.
No creo que le
haga mucha gracia este panegírico. Pero se conformará diciendo, como suele: “Estaría
de Dios que fuera así” que se escribiera.
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