A ver cómo escribo yo esto sin que nadie se me tire a la
yugular antes de tiempo. A ver cómo me puedo explicar sin herir a nadie, pero
diciendo todo lo que pienso sobre el nuevo rebrote de esta especie de epidemia,
casi pandemia por su rápida propagación, que convendremos en llamar
Hispalifobia, y que después de tantos años
ya creíamos erradicada como la
viruela loca. Pero vuelve a aparecer, sobre todo en la población más joven.
Será por falta de vacunación, causa sin duda de los recortes en Sanidad, si no,
no se entendería.
Resulta que los onubenses de la capital somos muy dados a
apropiarnos de lo que no es exactamente nuestro. Hablamos de nuestras playas
cuando en realidad, a excepción de la del Espigón (a ver quién tiene calzones,
Meybas por supuesto, de bañarse en la Punta del Sebo). Y es que Huelva como
tal, no tiene playa (vaya, vaya… Ya empezamos). Alardeamos de los jamones de
Jabugo cuando en la capital, que yo recuerde, jamás hubo fábrica de este apreciado producto que cualquiera que nos escuche se creerá que
el polígono Polirrosa o el de San Sebastían están llenos de secaderos y
curaderos de jamones, cuyo reino natural está en nuestra sierra, no en la capital (¿veis?, ya me
apropié de la Sierra). Nos vanagloriamos de los vinos, ¿alguien ha visto aquí
alguna bodega llena de botas donde se críe o envejezca el caldo? En Huelva el
mosto es de Gibraleón, el fino o el solera de La Palma y Bollullos, y el
mistela de Moguer. Aquí las gambas son de la costa (así nos metemos todos);
pero las coquinas son de Punta Umbría, la mojama de Ayamonte y la coca (la de
dulce digo) de Isla Cristina.
Nos volcamos y no
reparamos en gastos para asistir masivamente a la más hermosa y universal de las romerías, la de El Rocío,
pero que pertenece y se celebra en honor de la patrona de Almonte, no de la de
Huelva, y que con razón nos tienen que recordar de vez en cuando los
almonteños. Hablamos sin propiedad de lo que en realidad es patrimonio de otras
localidades.
Nos arrogamos la
gesta del Descubrimiento de tal manera que Colón parece que en vez de salir de Palos de la Frontera zarpó
de la Playa La Gilda, y que Juan Ramón Jiménez escribió Platero y yo sentado en
un banco de la Plaza de las Monjas, ¿es que Palos y Moguer no existen? Tenemos esa joía manía
de no discriminar, de no distinguir la
Huelva capital de la Huelva provincia. De la que por supuesto nos sentimos más
que orgullosos.
Siempre habrá quién
para defenderse esgrima el espíritu provincial, con ese buenismo tan
propio de quienes se creen superiores. Claro que el cariño es
recíproco y la inmensa mayoría de los pueblos de nuestra
provincia siempre han menospreciado, cuando no ninguneado o puenteado a la capital según les haya
interesado, especialmente con la capital de Andalucía, y sobre todo en cuanto
al comercio. Todavía recuerdo con bochorno cuando por los altavoces de El Corte
Inglés de Sevilla se felicitaba a los clientes de Huelva por el día del San
Sebastián, día que al ser festivo en nuestra cuidad muchos aprovechaban para ir
de compras al ser laborable en la ciudad innombrable para algunos, pero que
luego daba tonillo si tenías un pisito allí alquilado, o adquirido, para que
estudiaran los niños. Ese pretendido espíritu provincial, si alguna vez ha
existido, que se manifieste, porque nunca lo he visto. No intentemos abarcar
con el pretexto capitalino lo que no es
nuestro, para eso ya está la Diputación haciéndolo al revés.
Luego también nos encanta
organizar una caravana de coches y banderas en cuantito que el Real
Madrid o el Barcelona ganan algo, y hasta nos bañamos en la fuente de los
bomberos como si hubiéramos nacido en el
mismísimo paseo de Gracia barcelonés o en el muy castizo de Chamberí, en
Madrid. Pero arremetemos contra el
cofrade onubense que diga gustarle la Semana Santa de Sevilla, como si eso
tuviera que conllevar obligatoriamente el desprecio por la de Huelva, o por
Huelva, y nada más lejos de la realidad.
He conocido y conozco
a buenos onubenses, a grandes cofrades, de los históricos y de los de ahora,
con una más que probada devoción por sus imágenes y denodado trabajo por la
Semana Santa de Huelva en general. Pero
profesando al mismo tiempo una rendida admiración por las cofradías de Sevilla,
y han querido para ellas, para las de Huelva, su mismo esplendor.
Si nuestros pasos
intentan andar como los de allí, caminan con marchas con nombres de las
imágenes de allí, y si además se visten como las de allí; si nos pirramos por
sacar un paso, o tocar un martillito de allí, si para levantar un paso se dice
la misma arenga (vulgo tonterías) que allí, si las bandas se uniforman como las
de allí, si tenemos cofradías aquí inspiradas
(cuando no fusiladas de cruz de guía a manto) en las de allí, si copiamos gestos,
petaladas, piropos, adorno en balcones como lo hacen allí; si lees una
convocatoria de cultos de aquí y podría estar perfectamente pegadas en
cualquier cancel de allí, y miles de cosas más importadas de allí, ¿por qué no
nos dejamos de tanta trochería (vocablo netamente choquero) y somos más
realistas? ¿A qué cofradías se van a parecer las de Huelva, a las de Jumilla o
a las de Murcia, con la Semana Santa más importante del mundo a un tiro de
Damas? Es como si nuestras romerías (y dale con nuestras) en vez de parecerse a la del Rocío se parecieran
a la de Santa Marta de Hortigueira, o a la de
Pobra Do Caramiñal, esa romería tan alegrita que sacan un ataúd en
procesión, allí en Galicia
Muchas veces pienso que
lo mejor que ha hecho en su historia la Junta de Andalucía es ponernos a
45 minutos de la Semana Santa de Sevilla por
la a-49, al alcance de todos. A ver si yendo y viendo se nos va curando
la Hispalifobia Onubensis, porque es
perfectamente compatible la devoción y la entrega a la Semana Santa de Huelva
con la admiración por las cofradías de Sevilla en muchos aspectos, de ninguna
manera en todos, ni muchísimo menos en todos; pero un buen espejo donde poder
mirarnos.
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