"Si
la palmera pudiera
volverse tan niña, niña,
como cuando era una niña
con cintura de palmera
para que el Niño la
viera"
Cada
vez que leo este sencillo poema de Gerardo Diego, este sencillo villancico, tan
infantil, tan ingenuo, la memoria siempre me devuelve la imagen procesional de
la Inmaculada Concepción de María de la parroquia de la Purísima Concepción de
Huelva. Y no sé por qué. O a lo mejor, sí que lo sé.
Porque
esta bendita imagen es como una palma "alta y encumbrada que hasta el
cielo llega con su gran poder", según la voz ancestral de unos
campanilleros. Porque es "tan niña, tan niña" y tan fina, tan fina,
que el breve aro de una pulsera podría abarcar el tesoro preservado de su
cintura, sucinto y precioso sagrario en barbecho donde con el tiempo se haría
carne el Divino Verbo, y realidad los Decretos del Eterno para que así habitara
entre nosotros.
Es
esta sagrada imagen reflejo de la inocencia que ruboriza sus mejillas, entre el
temblor de sus zarcillos, al sentirse aclamada en su pureza, en la que todo un
Dios se recrea.
Desde
su altura de palma dorada e inalcanzable nos mira con el gesto de divina
altivez de quien se sabe la elegida por Dios, la privilegiada, la preferida del
Padre, la que cada ocho de diciembre viene derramando su Gracia desde el trono
de su paso entre los repliegues celeste y oro, cielo y sol, de su manto, arrullada por la música
más sublime entre el aroma de las rosas que la adornan; y encarnando, en imagen
tan frágil y menuda, la grandeza de todo un Dogma de fe. Esta sencilla
doncella es, además, imagen reflejada de su propia hermandad, tan nueva, tan
joven, tan niña..... Y tan grande al mismo tiempo.
Y es que esta hermandad, a pesar, o mejor dicho, gracias a su juventud y sin ningún tipo
de complejos heredados, ha sabido reverdecer una devoción, en su tiempo de velo
negro, rosario y misal en la penumbra del templo, en una epifanía celeste a
plena luz, sacándola a la calle. Han renovado y puesto al día el fervor
inmaculista, quizás un tanto empañado su brillo con el paso los años. Han actualizado con vigor
el valor de las hermandades de gloria ( que no todo va a ser Semana Santa).
Han
bruñido dándole nuevo brillo al acero de la espada y han alimentado con nueva
luz la llama del cirio que acompaña en la memoria a la bandera blanca de un
voto que la ciudad de Huelva juró defender, esta Huelva que adelantándose en el
tiempo quiso, supo y pudo levantar, hace ya casi quinientos años, el primer templo en el Mundo dedicado al glorioso y gozoso misterio de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora, antes, mucho antes que fuera declarado Dogma de Fe. Herederos de aquellos devotos de la Virgen María es ahora esta hermandad de la Inmaculada y Triunfo de Cristo.
Y
eso que su hermandad es tan joven. Y eso que su imagen titular es tan niña, tan
niña, como quería volverse la palmera en el poema de Gerardo Diego.
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