Hay nombres en nuestra Semana Santa , y más que
nombres, hombres, que encarnan por sí solos el alma de la hermandad a la que han
servido con absoluta entrega y dedicación, nombrarlos es como nombrar a su
cofradía. Son cofrades de raza que nacieron a la Semana Santa justamente cuando
esta agonizaba y se debatía, en muchos aspectos, entre la dejadez y la
desaparición. Pero que con la sabiduría que no se aprende en ningún libro con
estampitas, ni en ningún sesudo tratado cofrade, sino con la generosa entrega
de su tiempo (y de lo que no es su tiempo) tuvieron la valentía de rescatar la Semana
Santa del ostracismo, salvando primero a las cofradías a las que pertenecían y a
las que a pesar de todo siguen perteneciendo.
Persona íntegra, hombre de Iglesia, católico a carta
cabal y excepcional cofrade, D. Juan Manuel Gil García pertenece sin ningún
género de dudas a este privilegiado grupo. Haría falta algo más que un artículo
para resumir la labor de Juan Manuel en su hermandad de la Esperanza, y por
extensión, su aportación a la Semana Santa de Huelva en general. Es difícil
encontrar alguno de los muchos logros conseguidos por la Hermandad de San
Francisco en las últimas décadas sin que se adivine por detrás, pero sin hacerse
notar, la figura de Juan Manuel Gil.
Fue motor y promotor. Serio, servicial, emotivo, ha
sabido contagiar con su trabajo el entusiasmo por su cofradía a un grupo
(también excepcional) de cofrades de la Esperanza que hicieron de esta
hermandad el referente a seguir, el modelo a imitar, alcanzando hitos en la
historia de la Semana Santa onubense jamás logrados. Siempre fiel a sus ideas, a la Iglesia,
incluso en momentos de desencuentros con
sus pastores, ni un mal gesto, ni un solo comentario contra nadie. Quizás por
eso, por su paciente espera, y "como Dios es muy justo y no se queda con
nada de nadie", fue testigo y actor principal en el logro de ver pasar a su
Bendita Madre de la Esperanza de una
habitación de una casa en la calle Palos, a la gloria de un altar en la Plaza de
las Monjas donde la Iglesia de Dios en Huelva, de manos de su Pastor, le
ofrecía a la Virgen esa corona de
esplendores con la que se coronaba canónicamente aquella inolvidable tarde de
junio. Mientras, en el tiempo que duraba ese camino que los llevaba de la Cruz
a la Luz, todo un rosario de hechos que marcaron un tiempo excepcional en la
hermandad y en Huelva : la vuelta de la Esperanza a su barrio, la construcción
de un templo, su posterior ampliación, la ilusión de un cielo bordado para
cubrirla, el sueño tejido en tisú verde y oro para cobijarla, la solemnidad de
unos cultos, y el quedar prendido sobre el pecho de la Virgen y para siempre en
forma de Medalla el amor de la ciudad
por su Esperanza. ¿Haría o no haría falta algo más que este artículo
para reseñar la dedicación de Juan Manuel a su hermandad y a nuestra Semana
Santa? Repito que no es que todo lo haya hecho él solo; pero siempre ha estado
cerca de todo lo que se hizo. Lo que hubo en este tiempo irrepetible en la hermandad
de San Francisco no fue una transformación, fue una auténtica refundación.
En cualquier ciudad que se preciara, este bagaje
sería más que suficiente para que Juan contara con el reconocimiento y
homenaje, primero de su hermandad, y luego con el de la Semana Santa en
general. Pero resulta que estamos en Huelva, tacaña y cicatera como pocas con
quienes más hacen por ella, donde cualquier recién llegado es elevado a la
categoría de héroe y puesto de modelo a seguir, donde se muestra si no desprecio,
al menos poco aprecio por los que se entregan a alguna causa sin otro interés
que procurar la grandeza de esa misma
causa.
He compartido
momentos irrepetibles, muchos de gozo y otros de zozobra cerca de Juan Manuel Gil. Y en todos ellos ha
demostrado su calidad humana. No creo
que contar con su amistad deslegitime ni le quite un ápice de veracidad a este
artículo, que seguro no le hace ninguna gracia que se haya escrito, pero que
sinceramente he considerado de justicia hacer.
Estoy
convencido que de producirse, recibiría esas muestras de merecido afecto con
la misma emoción que le asoma por los
ojos cada vez que habla con pasión de tantos momentos inolvidables como ha vivido al
servicio de la Virgen de la Esperanza, de su hermandad de San Francisco y de la
Iglesia de Huelva. Como su impagable servicio en la organización de la visita
del Beato Juan Pablo a nuestra ciudad, que consideró más que recompensado con
solo poderse postrar ante el Vicario de Cristo y besar su anillo.
La verdad es que no sé a qué están esperando. Mejor,
no me explico a qué estamos esperando. De bien nacidos es ser agradecidos y una
medalla de oro no cuesta nada en comparación con lo que cuesta ganarla...Y
sobre todo merecerla como se la merece Juan Manuel Gil.
Un homenaje desde la amistad de un amigo a otro. Sólo conozco al autor, pero sus palabras me han parecido más que acertadas conociendo, aunque sea por encima, la situación. Como ya estaba en Facebook, lo he compartido en mi perfil de Google+
ResponderEliminarLos que hemos tenido la gran suerte de estar cerca de él en esos momentos, no olvidaremos su persona, y sabemos que esa medalla de oro para mí la tiene desde hace tiempo, aunque quizas cuando se la concedan sea demasiado tarde. Gracias Juan Manuel!
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